Es curioso, pero en Argentina hay una tendencia generalizada a ver al empresario extranjero como un invasor, alguien que viene a despojarnos de los nuestro. Ahora, si el empresario es nacional y se dedica a invertir en el extranjero, es claramente “un traidor”.
En otros países Bulgheroni habría sido considerado un líder. No cualquiera se asocia con China y con British Petroleoum, negocia con los talibanes en Afganistán, opera yacimientos en Turkmenistán, casi construye un gasoducto en el convulsionado medio oriente y le gana juicios a una gran corporación estadounidense. Todo esto lo hizo Bulgheroni sin dejar de tener la sede de su empresa Bridas en Argentina. Ninguno de los epítetos despectivos en su contra desvió la atención de Bulgheroni durante sus cinco décadas de vida empresarial. Primero en el país, en distintas actividades industriales, y luego en forma excluyente concentrado en la industria petrolera dentro y fuera del país.
Junto con su hermano Alejandro construyó un imperio petrolero y una gran fortuna personal (Forbes en su ranking de los empresarios más ricos les asigna una fortuna de más de US$ 4.400 millones.
Tenía oficinas – y secretarias- en Londres, Madrid y Washington, en jornada continuada según el huso horario. Luchó durante muchos años contra un cáncer que hubiera desanimado a cualquiera que no tuviera su raro temple. Y duró más de lo que todos sus médicos esperaban.
En toda su aventura vital cosechó odios, desprecio, elogios y afectos en todos los ámbitos. Su imaginación y su voluntad lograron resultados inimaginables para el heredero de un incipiente industrial santafecino, su padre. Quienes lo frecuentaban quedaban sorprendidos con una habilidad y una vocación: era un muy buen analista político y le interesaban notablemente las ciencias políticas.
Ahora sus herederos deberán garantizar el crecimiento y posicionamiento de Pan American Energy, el segundo actor petrolero argentino después de YPF.