Exxonmobil, contra la corriente, se aferra al petróleo

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Mientras todos sus rivales buscan alternativas más limpias, la compañía redobla la apuesta al gran combustible fósil.

A finales del año 2011, la multinacional norteamericana de gas y petróleo avanzó con sus planes de perforar en territorios que se disputan el Kurdistán y el resto de Irak. El gobierno de Bagdad, temeroso de que la decisión, amenazó con echar a la compañía de un gran proyecto cercano a Basra, en el sur del país. Exxon desobedeció la orden en una demostración del mayor descaro geopolítico de la petrolera norteamericana. Un alarde de poder que logró que el presidente Donald Trump convirtiera a Rex Tillerson, CEO de Exxonmobil en su primer secretario de estado.

A diez años de aquello la inversión kurda de Exxonmobil no llegó a ninguna parte y su gran proyecto en el sur de Irak está generando apenas la tercera parte de lo proyectado. Un ejemplo más de que los planes de la compañía no están dando buen resultado.

Incluso antes de que el coronavirus hiciera añicos las industria del petróleo Exxon, que en otros tiempos que la petrolera con mayor capitalización de mercado, ya estaba en dificultades. En marzo las agencias calificadoras le bajaron la nota. En agosto perdió su lugar en el índice Dow Jones. La compañía está tapada de deudas.

Sin embargo, su respuesta es redoblar la apuesta al gas y al carbón y aumentar notablemente su producción. Mientras sus rivales tiemblan ante lo que llaman la llegada del pico en la demanda de hidrocarburos y comienzan el arduo camino hacia la transición energética, Exxon apuesta a un futuro de petróleo. Si acierta, tal vez pueda salir de sus deudas cuando sus proyectos en Nuevo México y Guyana comiencen a bombear crudo para un mercado en crecimiento y sus refinerías y plantas petroquímicas alimenten a un mundo cada vez más próspero.

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