Lo cierto es que los grandes laboratorios farmacéuticos están destinando grandes cantidades de financiamiento a investigar drogas que, si triunfan, serán una máquina de hacer dinero porque solucionarán las grandes enfermedades del planeta. Pero mientras tanto millones y millones de personas se están muriendo de infecciones. ¿Pero las infecciones no eran solucionables? Sí, lo eran… hasta que el uso abusivo de antibióticos fortaleció a las bacterias y agentes patógenos al punto de hacerlos inmunes al antibiótico que antes los destruía.
¿Y entonces?
Entonces hay que buscar antibióticos nuevos.
Eso es lo que les está reclamando Jim O’Neill, comisionado por el gobierno de David Cameron al exigir a los grandes laboratorios que aumenten la inversión en una nueva generación de medicinas anti infecciosas. En las últimas décadas las farmoquímicas han reducido la inversión en investigación en antibióticos para concentrarse en productos que generan mayores márgenes de ganancia, como los oncológicos. O’Neill ha dicho que eso le recuerda a la forma en que los bancos se concentraron en instrumentos financieros exóticos antes del crac del 2008 mientras descuidaban sus mayores responsabilidades sociales.
Pero el tema no es tan simple. El informe de O’Neill pinta un cuadro de un negocio plagado de fallas serias. Él calcula que la resistencia antimicrobial (AMR) le costará a la economía global la friolera de US$ 100 billones (billón: millón de millones) en los próximos 35 años y dice que la industria farmacéutica se cruza de brazos.
El problema es que, a diferencia de lo que ocurre con otros medicamentos, un nuevo y caro antibiótico no va a ser mucho que mejor que otros anteriores, tal vez genéricos, hasta el momento en que, los viejos dejen de surtir efecto debido al AMR. Por lo tanto, pasan años antes de que los nuevos comiencen a usarse y para ese momento, la patente podría haber expirado. Además, los médicos se resisten a recetar, al menos masivamente, antibióticos nuevos porque también podrían acelerar la resistencia también a los nuevos.
O sea que la otra posición dice que no es razonable que las compañías farmacéuticas gasten fortunas desarrollando drogas que no van a vender cuando podrían gastar ese dinero en otras que sí, como las lucrativas oncológicas.
Han pasado 30 años desde que llegó al mercado la última gran clase de antibióticos. Es posible que haya solo tres compuestos en proceso de desarrollo con posibilidades de ser efectivos sobre los “superbugs”.