El 12 de marzo pasado se conoció una lista de 50 personas pertenecientes a las familias más adineradas de Estados Unidos a las que se acusa de haber integrado gran plan para el ingreso fraudulento de sus hijos a las mejores universidades del país. Se cree que el plan, que comenzó a implementarse en 2011 en California, consistía en pagar coimas a entrenadores deportivos o personas a cargo de los exámenes de ingreso, o presentar certificados falsos de incapacidad o fotos adulteradas para engañar en los exámenes y asegurarse lugares en instituciones como Yale, Stanford y Georgetown. Entre las personas que integran la lista hay estrellas famosas, como Lori Loughlin y Felicity Huffman, personalidades del mundo de las finanzas y los negocios.
El FBI ya montó un operativo para realizar una profunda investigación del proceso de admisión universitaria. Pero más allá de la investigación, la revelación de que las familias adineradas pagaban para que sus hijos ingresen a las universidades elitescas saca a la luz lo que tácitamente se sabía desde hace tiempo: que los ricos y privilegiados tienen enormes ventajas en las admisiones universitarias.
También es una muestra de que las universidades de élite se han vuelto más meritocráticas y que los estudiantes adinerados mediocres que antes iban directamente a las ocho mejores universidades norteamericanas ahora sienten que tienen que recurrir a la coima o al fraude para entrar. O al menos los padres así lo creen.
Antes era mucho más fácil entrar en una universidad elitesca si el estudiante era blanco, varón y rico. En 1933, por ejemplo, 82% se los que solicitaban ingreso en Harvard eran admitidos. En 2003, el número cayó a 9,8%. El año pasado el número fue de 4,6%. Esas universidades ahora excogen sus estudiantes de una base mucho más amplia de candidatos.
En los últimos años, la creciente riqueza de los norteamericanos, el surgimiento de una clase media global ansiosa de tene una educación en Estados Unidos y una ayuda financiera mucho más generosa (Harvard es prácticamente gratuita para familias que ganan menos de US$ 65.000 al año) ha significado que hay menos lugares disponibles para los hijos mediocres de los ricos.
Las admisiones universitarias distan mucho todavía de ser igualitarias, pero han avanzado mucho en la nivelación del campo de juego. Por eso, con los obstáculos en aumento no sorprende que los súper ricos, que usan su riqueza para sortear todos los demás obstáculos, vean la admisión universitaria como otro problema a resolver con dinero.