Temen que el mercado mundial de hidrocarburos siga en crisis

El Sistema de Reserva Federal no está solo. Analistas en Levante, la Unión Europea y Japón prevén otra ola de escasez y tensiones. Creen que lo de hoy es un cambio en el equilibrio entre oferta y demanda que afecta el equilibrio.

20 junio, 2006

El esquema de mutua dependencia entre economías centrales consumidoras y economías periféricas –o sea, dependientes- proveedoras, vigente desde mediados de los años 40, se resquebraja. En parte, porque Estados Unidos ya no produce bastante, en tanto crece cono importador, junto con Japón y la Unión Europea. En parte, porque China e India (dos economías enormes, pero en desarrollo) aparecen como crecientes demandantes netas de petróleo y derivados.

Ni ellas ni otras –Rusia o Vietnam, por ejemplo- forman parte del sistema creado alrededor de la Organización de Países Exportadores, al principio instrumento de las grandes compañías y los autócratas islámicos. La ecuación era lógica: necesidades de las potencias y disponibilidades al parecer inagotables de sus proveedores subdesarrollados. Es decir, recursos baratos originados en economías pobres, a menudo feudales.

Esto está licuándose, en buena medida por los anacronismos estratégicos de EE.UU. en materia geopolítica, puestos en evidencia con la invasión de Irak. Resultó imposible no asociar eso con los intereses de las grandes empresas y, peor, las contratistas estilo Halliburton: actividades petroleras y servicios para el Pentágono más el “lobby” de Richard Cheney, ex directivo de la empresa y desde 2001 vicepresidente del país.

El orden que va en vías de substituir al de posguerra no favorece a los importadores. Los exportadores saben que ahora tienen más poder que nunca. La veloz industrialización de China e India es un factor, aunque su ritmo se atenúe para evitar recalentamientos (ya sucede en Beijing). El otro es la decadencia de Saudiarabia y otros productores “antiguos”, que precisan ahorrar reservas mientras no se descubran yacimientos importantes (a Riyadh le resta mucho gas natural).

La demanda china oscila alrededor de los 2.030.000 barriles diarias, la de EE.UU. está en 1.120.000 (por habitante, la relación se invierte). Entretanto, las reservas rusas comprobadas superan a las saudíes y, en un plazo razonable, también lo harán las venezolanas. En el nuevo tablero, Japón, China e India financian exploración y explotación en Irán, Siberia y las repúblicas musulmanas petroleras de Asia central.

Por lo demás, Saudiarabia y otros países se niegan a permitir inversiones que las empresas occidentales estiman necesarias para satisfacer la demanda en los próximos veinte años. Al mismo tiempo, proyectan expandir en mediano plazo la producción estatal. Así ocurre en Levante y Latinoamérica. En otro plano, estos países asignan cada año mayor cuota de producción a sus propios requerimientos industriales (Argentina es una curiosa excepción: ya ni siquiera tiene una empresa testigo, gracias a la liquidación de activos estatales en los años 90).

Simultáneamente, Irán, Brasil, Venezuela, Méjico, Bolivia o Ecuador emplean sus recursos petroleros como instrumentos en disputas de todo tipo. Inclusive llegan a anular contratos o limitar privilegios al sector privado. En el otro campo, los grandes jugadores afrontan dificultades para adaptarse. Por ejemplo, la “seguridad energética” –una definición que mezcla hidrocarburos y electricidad- afecta las relaciones políticas entre Washington, Beijing e Irán o Moscú y la Unión Europea. No puede sorprender que un adicto al Pentágono como el holandés Jaap de Hoope (secretario de la Otan) hable de emplear la fuerza si el abasto de hidrocarburos a Occidente corriera peligro. Un imposible, en realidad, salvo para columnistas que baten el parche de una “tercera guerra mundial” por el petróleo.

Menos dadas a fantasías bélicas, compañías como Exxon Mobil, Total, Royal Dutch/Shell, Chevron o British Petroleum barajan alternativas. Entre ellas, combustibles asociados al gas natural, arenas alquitranadas, carbón líquido o esquistos bituminosos. Como los trabajos con combustibles no fósiles no abundan o exigen largo tiempo, la Agencia Internacional de Energía (satélite de la Opep) estima que la demanda de crudos aumentará 37% de ahora a 2030. Muchos países no querrán o no podrán satisfacerla. Se explica, entonces, que algunos consultores realistas –verbigracia, el tejano Henry Groppe- hablen de “una nueva fase, iniciada en 2004, de precios muy volátiles y cimbronazos más amplios en la oferta”. Un colega suyo de Alemania no descarta algo tan drástico como “suprimir los mercados a término, cuyas especulaciones inflan valores a extremos críticos”.

El esquema de mutua dependencia entre economías centrales consumidoras y economías periféricas –o sea, dependientes- proveedoras, vigente desde mediados de los años 40, se resquebraja. En parte, porque Estados Unidos ya no produce bastante, en tanto crece cono importador, junto con Japón y la Unión Europea. En parte, porque China e India (dos economías enormes, pero en desarrollo) aparecen como crecientes demandantes netas de petróleo y derivados.

Ni ellas ni otras –Rusia o Vietnam, por ejemplo- forman parte del sistema creado alrededor de la Organización de Países Exportadores, al principio instrumento de las grandes compañías y los autócratas islámicos. La ecuación era lógica: necesidades de las potencias y disponibilidades al parecer inagotables de sus proveedores subdesarrollados. Es decir, recursos baratos originados en economías pobres, a menudo feudales.

Esto está licuándose, en buena medida por los anacronismos estratégicos de EE.UU. en materia geopolítica, puestos en evidencia con la invasión de Irak. Resultó imposible no asociar eso con los intereses de las grandes empresas y, peor, las contratistas estilo Halliburton: actividades petroleras y servicios para el Pentágono más el “lobby” de Richard Cheney, ex directivo de la empresa y desde 2001 vicepresidente del país.

El orden que va en vías de substituir al de posguerra no favorece a los importadores. Los exportadores saben que ahora tienen más poder que nunca. La veloz industrialización de China e India es un factor, aunque su ritmo se atenúe para evitar recalentamientos (ya sucede en Beijing). El otro es la decadencia de Saudiarabia y otros productores “antiguos”, que precisan ahorrar reservas mientras no se descubran yacimientos importantes (a Riyadh le resta mucho gas natural).

La demanda china oscila alrededor de los 2.030.000 barriles diarias, la de EE.UU. está en 1.120.000 (por habitante, la relación se invierte). Entretanto, las reservas rusas comprobadas superan a las saudíes y, en un plazo razonable, también lo harán las venezolanas. En el nuevo tablero, Japón, China e India financian exploración y explotación en Irán, Siberia y las repúblicas musulmanas petroleras de Asia central.

Por lo demás, Saudiarabia y otros países se niegan a permitir inversiones que las empresas occidentales estiman necesarias para satisfacer la demanda en los próximos veinte años. Al mismo tiempo, proyectan expandir en mediano plazo la producción estatal. Así ocurre en Levante y Latinoamérica. En otro plano, estos países asignan cada año mayor cuota de producción a sus propios requerimientos industriales (Argentina es una curiosa excepción: ya ni siquiera tiene una empresa testigo, gracias a la liquidación de activos estatales en los años 90).

Simultáneamente, Irán, Brasil, Venezuela, Méjico, Bolivia o Ecuador emplean sus recursos petroleros como instrumentos en disputas de todo tipo. Inclusive llegan a anular contratos o limitar privilegios al sector privado. En el otro campo, los grandes jugadores afrontan dificultades para adaptarse. Por ejemplo, la “seguridad energética” –una definición que mezcla hidrocarburos y electricidad- afecta las relaciones políticas entre Washington, Beijing e Irán o Moscú y la Unión Europea. No puede sorprender que un adicto al Pentágono como el holandés Jaap de Hoope (secretario de la Otan) hable de emplear la fuerza si el abasto de hidrocarburos a Occidente corriera peligro. Un imposible, en realidad, salvo para columnistas que baten el parche de una “tercera guerra mundial” por el petróleo.

Menos dadas a fantasías bélicas, compañías como Exxon Mobil, Total, Royal Dutch/Shell, Chevron o British Petroleum barajan alternativas. Entre ellas, combustibles asociados al gas natural, arenas alquitranadas, carbón líquido o esquistos bituminosos. Como los trabajos con combustibles no fósiles no abundan o exigen largo tiempo, la Agencia Internacional de Energía (satélite de la Opep) estima que la demanda de crudos aumentará 37% de ahora a 2030. Muchos países no querrán o no podrán satisfacerla. Se explica, entonces, que algunos consultores realistas –verbigracia, el tejano Henry Groppe- hablen de “una nueva fase, iniciada en 2004, de precios muy volátiles y cimbronazos más amplios en la oferta”. Un colega suyo de Alemania no descarta algo tan drástico como “suprimir los mercados a término, cuyas especulaciones inflan valores a extremos críticos”.

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