Nuevas ofensivas contra transgénicos y biofármacos

Motivos políticos postergan intentos de Washington para frenar la campaña europea contra alimentos transgénicos. Curiosamente, el mismo “lobby” de firmas alimentarias que los promueve presiona para que EE.UU. limite al sector biofarmoquímico.

11 febrero, 2003

Por ahora, la cuestión de Levante y las profundas divergencias de Estados
Unidos con los socios dominantes de Eurolandia (Alemania, Francia) han congelado
otras gestionas. Así ocurre con una presentación formal ante Bruselas
para que levante o atenúe restricciones a los alimentos genéticamente
modificados. En esta materia, Washington responde al poderoso cabildeo de las
grandes firmas alimentarias y sus aliados rurales.

“No tiene sentido presionar a los europeos por los transgénicos,
mientras no logremos ponerlos en caja respecto de Iraq”, admitió
Robert Zoellick, representante exterior del gobierno en temas comerciales. El
mismo funcionario -un duro que ataca el proteccionismo ajeno pero defiende el
propio-, había sugerido “archivar el asunto un tiempo”, aunque
calificando de “inmoral” la oposición europea a esos productos.

Al parecer, Zoellick es tan fundamentalista en su tema como George W. Bush,
Donald Rumsfeld o David Ashcroft lo son en materia geopolítica. Tanto
que, tras cancelarse un viaje de altos funcionarios agrícolas de la Unión
Europea a EE.UU. para discutir el tema, sostuvo que “el problema volverá
a plantearse, porque hay hambre en el mundo y los transgénicos son la
única solución” (argumento favorito de grupos que, en realidad,
tratan de vender alimentos mucho más caros).

Desde el punto de vista jurídico, EE.UU. puede ganar si la disputa llega
a la Organización Mundial de Comercio y ésta resolviera que Bruselas
levante la veda de cuatro años a los transgénicos. Pero, si lo
de Iraq desborda el corto plazo y teniendo en cuenta la parsimonia de la OMC,
el litigio seguirá en pie cuando la UE pase de quince a 25 miembros.
Uno de ellos, Polonia, depende esencialmente del sector agrícola.

Como señalan varios expertos, el trasfondo del problema es que la UE
lo ve como algo relativo a la salud y los norteamericanos lo ven como una amenaza
a la libertad de comercio. Justamente este punto puede poner en peligro la estrategia
de Zoellick: el mismo “lobby” alimentario pretende que la Food &
Drug Administration restrinja el desarrollo de la biofarmoquímica, una
actividad incipiente, “para no contaminar las reservas de alimentos”.

Por ahora, la cuestión de Levante y las profundas divergencias de Estados
Unidos con los socios dominantes de Eurolandia (Alemania, Francia) han congelado
otras gestionas. Así ocurre con una presentación formal ante Bruselas
para que levante o atenúe restricciones a los alimentos genéticamente
modificados. En esta materia, Washington responde al poderoso cabildeo de las
grandes firmas alimentarias y sus aliados rurales.

“No tiene sentido presionar a los europeos por los transgénicos,
mientras no logremos ponerlos en caja respecto de Iraq”, admitió
Robert Zoellick, representante exterior del gobierno en temas comerciales. El
mismo funcionario -un duro que ataca el proteccionismo ajeno pero defiende el
propio-, había sugerido “archivar el asunto un tiempo”, aunque
calificando de “inmoral” la oposición europea a esos productos.

Al parecer, Zoellick es tan fundamentalista en su tema como George W. Bush,
Donald Rumsfeld o David Ashcroft lo son en materia geopolítica. Tanto
que, tras cancelarse un viaje de altos funcionarios agrícolas de la Unión
Europea a EE.UU. para discutir el tema, sostuvo que “el problema volverá
a plantearse, porque hay hambre en el mundo y los transgénicos son la
única solución” (argumento favorito de grupos que, en realidad,
tratan de vender alimentos mucho más caros).

Desde el punto de vista jurídico, EE.UU. puede ganar si la disputa llega
a la Organización Mundial de Comercio y ésta resolviera que Bruselas
levante la veda de cuatro años a los transgénicos. Pero, si lo
de Iraq desborda el corto plazo y teniendo en cuenta la parsimonia de la OMC,
el litigio seguirá en pie cuando la UE pase de quince a 25 miembros.
Uno de ellos, Polonia, depende esencialmente del sector agrícola.

Como señalan varios expertos, el trasfondo del problema es que la UE
lo ve como algo relativo a la salud y los norteamericanos lo ven como una amenaza
a la libertad de comercio. Justamente este punto puede poner en peligro la estrategia
de Zoellick: el mismo “lobby” alimentario pretende que la Food &
Drug Administration restrinja el desarrollo de la biofarmoquímica, una
actividad incipiente, “para no contaminar las reservas de alimentos”.

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