Nubarrones sobre la ronda Dohá y el destino de la OMC

Esta semana, es posible que la Organización Mundial de Comercio deba aceptar los hechos. Vale decir, que carece ya de sentido seguir fijándole plazos a la ronda Dohá o multiplicando reuniones caras e inefectivas.

26 junio, 2006

Más de cincuenta titulares de comercio y sus bien remunerados asesores volverán a juntarse en Ginebra. Podría ser la última oportunidad de definir las bases de un acuerdo que facilite el intercambio. Aunque –en verdad- casi nadie cree que sirva para impulsar el crecimiento ni, mucho menos, para paliar la pobreza en economías subdesarrolladas o estados francamente inviables.

La perpetua proliferación de divergencias, particularmente entre las potencias económicas, torna poco probable siquiera un borrador de acuerdo para estos días. Los altisonantes “compromisos” enunciados por Pascal Lamy (viejo adalid del proteccionismo francés, inexplicable jefe de la OMC), George W.Bush y otros carecen de relevancia. “No veo cómo salir del atolladero, al menos en varios meses”, admite Susan Sechler, ex funcionaria de James Carter y ahora en la fundación German Marshall.

Algunos califican de optimista a la experta. Las negociaciones abiertas en Dohá (Qatar) en 2001 acumulan ya dieciocho meses de atraso y no han podido cumplir una serie de plazos. Esto quedó patente en diciembre, cuando una reunión en Hongkong –innecesariamente costosa- fracasó estrepitosamente. Ahora, el encuentro actual parece preparatorio de uno a hacerse en julio, nadie sabe bien dónde o cuándo.

Existe un motivo, por cierto: los tiempos se agotan para Estados Unidos y sus políticas. La facultad extraordinaria (“fast track”) otorgada por el congreso a Bush en 2002 –que le impide al poder legislativo enmendar tratados comerciales subscriptos por la Casa Blanca- expira en julio de 2007. Esto hace que cualquier proyecto al respecto deba estar listo no después de este fin de año. De lo contrario, no quedará tiempo para el trámite legislativo antes de vencer el “fast track”; ni siquiera para salvar Dohá.

Hay un antecedente no del todo negativo. A mediados de 1993, mientras vencían los plazos de la ronda Uruguay (Acuerdo general de comercio y tarifas, GATT, luego reemplazado por la OMC), tras ocho años de pujas, William J.Clinton obtuvo facultades renovadas para cerrar el acuerdo. Pero Washington teme que hoy sería peligroso intentar lo mismo, porque ya no existe consenso favorable a Bush y es año de elecciones parlamentarias. Entre los pesimistas figura Peter Allgeier, embajador norteamericano ante la OMC.

Lamy reconoce que subsisten amplias diferencias entre EE.UU. y la Unión Europea sobre un borrador de 760 puntos, referido sólo al sector agrícola. Como matiz, Bruselas tal vez sea más flexible que Washington ante planteos del Grupo de los 20 (China, Brasil, India, Argentina, entre otros). En otras palabras, la UE quizás acepte elevar del 38% propuesto a 54% la quita sobre aranceles agrícolas. EE.UU. debiera hacerlo del 60% ofrecido a 70%. Esta conjunción ha llevado a un punto muerto, donde “otro mes de tratativas no cambiará nada” (confesó Lamy).

Más de cincuenta titulares de comercio y sus bien remunerados asesores volverán a juntarse en Ginebra. Podría ser la última oportunidad de definir las bases de un acuerdo que facilite el intercambio. Aunque –en verdad- casi nadie cree que sirva para impulsar el crecimiento ni, mucho menos, para paliar la pobreza en economías subdesarrolladas o estados francamente inviables.

La perpetua proliferación de divergencias, particularmente entre las potencias económicas, torna poco probable siquiera un borrador de acuerdo para estos días. Los altisonantes “compromisos” enunciados por Pascal Lamy (viejo adalid del proteccionismo francés, inexplicable jefe de la OMC), George W.Bush y otros carecen de relevancia. “No veo cómo salir del atolladero, al menos en varios meses”, admite Susan Sechler, ex funcionaria de James Carter y ahora en la fundación German Marshall.

Algunos califican de optimista a la experta. Las negociaciones abiertas en Dohá (Qatar) en 2001 acumulan ya dieciocho meses de atraso y no han podido cumplir una serie de plazos. Esto quedó patente en diciembre, cuando una reunión en Hongkong –innecesariamente costosa- fracasó estrepitosamente. Ahora, el encuentro actual parece preparatorio de uno a hacerse en julio, nadie sabe bien dónde o cuándo.

Existe un motivo, por cierto: los tiempos se agotan para Estados Unidos y sus políticas. La facultad extraordinaria (“fast track”) otorgada por el congreso a Bush en 2002 –que le impide al poder legislativo enmendar tratados comerciales subscriptos por la Casa Blanca- expira en julio de 2007. Esto hace que cualquier proyecto al respecto deba estar listo no después de este fin de año. De lo contrario, no quedará tiempo para el trámite legislativo antes de vencer el “fast track”; ni siquiera para salvar Dohá.

Hay un antecedente no del todo negativo. A mediados de 1993, mientras vencían los plazos de la ronda Uruguay (Acuerdo general de comercio y tarifas, GATT, luego reemplazado por la OMC), tras ocho años de pujas, William J.Clinton obtuvo facultades renovadas para cerrar el acuerdo. Pero Washington teme que hoy sería peligroso intentar lo mismo, porque ya no existe consenso favorable a Bush y es año de elecciones parlamentarias. Entre los pesimistas figura Peter Allgeier, embajador norteamericano ante la OMC.

Lamy reconoce que subsisten amplias diferencias entre EE.UU. y la Unión Europea sobre un borrador de 760 puntos, referido sólo al sector agrícola. Como matiz, Bruselas tal vez sea más flexible que Washington ante planteos del Grupo de los 20 (China, Brasil, India, Argentina, entre otros). En otras palabras, la UE quizás acepte elevar del 38% propuesto a 54% la quita sobre aranceles agrícolas. EE.UU. debiera hacerlo del 60% ofrecido a 70%. Esta conjunción ha llevado a un punto muerto, donde “otro mes de tratativas no cambiará nada” (confesó Lamy).

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