Materia obscura que satura mercados donde se colocan deuda o emisiones privadas

Otra ola de financiamiento fácil cubre el mundo, orientada a empresas, no ya a países. No pasa por mercados orgánicos ni bancos, sino por canales privados que, en 2005, prestaron US$ 3,5 billones: 52% sobre los 2,3 billones de hace seis años.

9 octubre, 2006

Según análisis circulantes este mes, el mercado de capitales rehúye los cielos abiertos de las finanzas globales y prefiere sombras que van convirtiéndose en materia obscura y peligrosa. Muchos columnistas bursátiles y financieros parecen no tomar en cuenta este nuevo cuadro que, en Argentina, apenas conocen Roberto Frenkel y poquísimos más.

Un franjas poco reguladas y aun menos transparentes, los audaces pueden hacer pilas de dinero o perderlo escandalosamente. Algunas semanas atrás, un grupo de inversores poco sagaz perdió alrededor de US$ 6.000 millones, al derrumbarse Amaranth Advisors, un fondo de cubertura –futuros u opciones vía contratos derivados- que gestionaba US$ 9.000 millones. Su pecado: pasarse de rosca especulando con los volátiles precios del gas natural (según se ha explicado en este sitio).

Por supuesto, existen excelentes incentivos para operar fuera del escrutinio público. El problema es que el lado obscuro de la deuda y sus vulnerabilidades no han sido aún testeadas por una catástrofe sistémica como la de 1997/8 ni cabalmente comprendidas por los propios reguladores. El asunto viene desvelando a bancos centrales y economistas serios –no a gurúes- desde hace más de diez años.

En los buenos viejos tiempos, claro, la vida era simple. Fondos mutuales y de pensión se colocaban en títulos estatales o de firmas cotizantes en bolsa, seguros de que les iría bien. Hoy todo es mucho más complejo. Mientras el casino privado eclipsas los mercados públicos, a la especulación financiera le sube la fiebre. Eso se debe a una explosión de creatividad. En escaso tiempo, cinco genios matemáticos obtuvieron dos Nobel económicos por los sistemas de ecuaciones que generan derivativos.

En 1998, dos de ellos protagonizaron el colapso de Long-Term Capital Managemenet, entonces el mayor fondo de cubertura. Como señalaría marta Joseph Stiglitz, “nadie les pidió devolver las distinciones”.

Por ende, un grupo cualquiera, poco sujeto a regulación, puede tomar dinero de sindicatos u otros prestamistas privados, inclusive fondo de cubertura, para invertir en una compra apalancada y llevar una firma a la bolsa. En cada fase de la operación, los riesgos de convierten en títulos, se reempacan, se venden y vuelen a reempacarse. Las inagotables oportunidades de contratos (derivados) con derivativos subyacentes explica por qué el valor de derivados
abiertos llegaba en junio a US$ 26 billones. Nueve billones o 12% sobre la masa al terminar 2005 y siete veces el monto a fin de 2003. Son cifras el Banco de Ajustes Internacionales (Basilea).

Autoridades, reguladores y medios todavía creen que el mundo aun puede sacar partido de esta “revolución” financiera. Pero están nervioso. Debido a la falta de transparencia, bancos centrales, BAI y Fondo Monetario Internacional ignora si estos volátiles instrumentos especulativos están en manos seguras o cómo se comportarán en una crisis tipo “puerta 12”.

En septiembre, Timothy Geithner (Reserva Federal) advirtió que los derivativos pueden causar crisis menos frecuentes, pero más profundas. Poco después la autoridad británica de servicios financieros (especie de SEC) señalaba: “bancas de inversión y fondos de cubertura son descuidados y proclives a conflictos de interés. En caso de pánico, su papelería incompleta generará un colapso, entre disputas sobre quién tiene qué obligaciones. Eso se refleja ya en la dispar estimación de riesgos para carteras similares. En sintesis, hay gente invirtiendo en función de presupuestos fallidos.

Según análisis circulantes este mes, el mercado de capitales rehúye los cielos abiertos de las finanzas globales y prefiere sombras que van convirtiéndose en materia obscura y peligrosa. Muchos columnistas bursátiles y financieros parecen no tomar en cuenta este nuevo cuadro que, en Argentina, apenas conocen Roberto Frenkel y poquísimos más.

Un franjas poco reguladas y aun menos transparentes, los audaces pueden hacer pilas de dinero o perderlo escandalosamente. Algunas semanas atrás, un grupo de inversores poco sagaz perdió alrededor de US$ 6.000 millones, al derrumbarse Amaranth Advisors, un fondo de cubertura –futuros u opciones vía contratos derivados- que gestionaba US$ 9.000 millones. Su pecado: pasarse de rosca especulando con los volátiles precios del gas natural (según se ha explicado en este sitio).

Por supuesto, existen excelentes incentivos para operar fuera del escrutinio público. El problema es que el lado obscuro de la deuda y sus vulnerabilidades no han sido aún testeadas por una catástrofe sistémica como la de 1997/8 ni cabalmente comprendidas por los propios reguladores. El asunto viene desvelando a bancos centrales y economistas serios –no a gurúes- desde hace más de diez años.

En los buenos viejos tiempos, claro, la vida era simple. Fondos mutuales y de pensión se colocaban en títulos estatales o de firmas cotizantes en bolsa, seguros de que les iría bien. Hoy todo es mucho más complejo. Mientras el casino privado eclipsas los mercados públicos, a la especulación financiera le sube la fiebre. Eso se debe a una explosión de creatividad. En escaso tiempo, cinco genios matemáticos obtuvieron dos Nobel económicos por los sistemas de ecuaciones que generan derivativos.

En 1998, dos de ellos protagonizaron el colapso de Long-Term Capital Managemenet, entonces el mayor fondo de cubertura. Como señalaría marta Joseph Stiglitz, “nadie les pidió devolver las distinciones”.

Por ende, un grupo cualquiera, poco sujeto a regulación, puede tomar dinero de sindicatos u otros prestamistas privados, inclusive fondo de cubertura, para invertir en una compra apalancada y llevar una firma a la bolsa. En cada fase de la operación, los riesgos de convierten en títulos, se reempacan, se venden y vuelen a reempacarse. Las inagotables oportunidades de contratos (derivados) con derivativos subyacentes explica por qué el valor de derivados
abiertos llegaba en junio a US$ 26 billones. Nueve billones o 12% sobre la masa al terminar 2005 y siete veces el monto a fin de 2003. Son cifras el Banco de Ajustes Internacionales (Basilea).

Autoridades, reguladores y medios todavía creen que el mundo aun puede sacar partido de esta “revolución” financiera. Pero están nervioso. Debido a la falta de transparencia, bancos centrales, BAI y Fondo Monetario Internacional ignora si estos volátiles instrumentos especulativos están en manos seguras o cómo se comportarán en una crisis tipo “puerta 12”.

En septiembre, Timothy Geithner (Reserva Federal) advirtió que los derivativos pueden causar crisis menos frecuentes, pero más profundas. Poco después la autoridad británica de servicios financieros (especie de SEC) señalaba: “bancas de inversión y fondos de cubertura son descuidados y proclives a conflictos de interés. En caso de pánico, su papelería incompleta generará un colapso, entre disputas sobre quién tiene qué obligaciones. Eso se refleja ya en la dispar estimación de riesgos para carteras similares. En sintesis, hay gente invirtiendo en función de presupuestos fallidos.

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