Malas hipotecas, riesgo mortal si se derrumban los mercados

El sector privado norteamericano puede sumarse a los deudores de préstamos usurarios, si las bolsas o la propia economía física pierden pie este año. Es decir, si sucede lo previsto por Alan Greenspan y negado por Benjamin Bernanke.

11 junio, 2007

Un retroceso en la avidez por activos riesgosos –derivados, compras apalancadas- y su consiguiente venta o desarme en masa podrían sedcar de golpe los flujos de capital barato. Llegado un punto, esas restricciones llevarían empresas a la bancarrota y empujarían la economía al estancamiento o la recesión.

Estas presunciones aparecen en estudios de Bloomberg’s, Reuters y un aislado analista argentino, Alfredo Buscaglia. En verdad, quienes se colocan en bonos siguen alimentando los pasivos de grandes compañía norteamericanas, en tanto la demanda global de bonos chatarra (o sea, deuda en cese de pagos) redujo a 1,4% anual el costo en marzo, un piso de diez años. Pero eso no refleja calidad del crédito ni solidez de las empresas, sino la adicción de los inversores a los riesgos desmedidos.

Un mercado tan tomador –fomentado por firmas de valores e intermediarios poco prudentes- irá creándoles a Wall Street y Londres cada día más dificultades para percibir o prevenir un golpe de iliquidez similar a los de 1907, 1929, 1994 o 1997/8. “Cuanto más se infle esta burbuja bursátil y financiera, mayor será el peligro de desinfle traumático”, teme Jeffrey Rosenberg, investigador principal de Bank of America en Nueva York. “No es cuestión de si ocurrirá, sino cuándo”.

La borrasca inmobiliaria es un ejemplo típico. Durante meses, prestamistas riesgosos han tenido acceso a capital fácil, aun cuando ya las hipotecas usurarias estaban dejando un tendal de deudores insolventes, confiscaciones de bienes raíces y demandas cruzadas. Paralelamente, la caída de precios asedia a los propietarios y traba refinanciamientos.

Recién desde abril se nota un paulatino cierre de la canilla crediticia en Wall Street o Madrid. No así en Londres, una plaza mesmerizada por sueños del siglo XIX, donde la permisividad especulativa no hace crisis sencillamente porque Gran Bretaña es una economía de tercera magnitud.

Un retroceso en la avidez por activos riesgosos –derivados, compras apalancadas- y su consiguiente venta o desarme en masa podrían sedcar de golpe los flujos de capital barato. Llegado un punto, esas restricciones llevarían empresas a la bancarrota y empujarían la economía al estancamiento o la recesión.

Estas presunciones aparecen en estudios de Bloomberg’s, Reuters y un aislado analista argentino, Alfredo Buscaglia. En verdad, quienes se colocan en bonos siguen alimentando los pasivos de grandes compañía norteamericanas, en tanto la demanda global de bonos chatarra (o sea, deuda en cese de pagos) redujo a 1,4% anual el costo en marzo, un piso de diez años. Pero eso no refleja calidad del crédito ni solidez de las empresas, sino la adicción de los inversores a los riesgos desmedidos.

Un mercado tan tomador –fomentado por firmas de valores e intermediarios poco prudentes- irá creándoles a Wall Street y Londres cada día más dificultades para percibir o prevenir un golpe de iliquidez similar a los de 1907, 1929, 1994 o 1997/8. “Cuanto más se infle esta burbuja bursátil y financiera, mayor será el peligro de desinfle traumático”, teme Jeffrey Rosenberg, investigador principal de Bank of America en Nueva York. “No es cuestión de si ocurrirá, sino cuándo”.

La borrasca inmobiliaria es un ejemplo típico. Durante meses, prestamistas riesgosos han tenido acceso a capital fácil, aun cuando ya las hipotecas usurarias estaban dejando un tendal de deudores insolventes, confiscaciones de bienes raíces y demandas cruzadas. Paralelamente, la caída de precios asedia a los propietarios y traba refinanciamientos.

Recién desde abril se nota un paulatino cierre de la canilla crediticia en Wall Street o Madrid. No así en Londres, una plaza mesmerizada por sueños del siglo XIX, donde la permisividad especulativa no hace crisis sencillamente porque Gran Bretaña es una economía de tercera magnitud.

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