Los ejes del conflicto

Mapa para comprender las razones de la guerra que comienza. ¿Cuál es la sumatoria de beneficios que lleva a los Estados Unidos a buscar de manera incesante el estallido del conflicto con Irak?

26 febrero, 2003

El concepto de terrorismo

En el artículo ubicado en http://old.clarin.com/diario/2003/02/17/o-01901.htm, el filósofo francés André Glucksmann, dice al referirse a la situación chechena que el terrorismo puede entenderse de dos maneras:

“Primera definición, la de las democracias: es terrorista el hombre que se levanta en armas (cualquiera sea su bandera) y agrede deliberadamente a otros seres desarmados”.

“Segunda definición, propuesta por los gobiernos ruso y chino: es terrorista el irregular que pone en tela de juicio a una autoridad establecida (cualquiera sea ésta o por cualquier cosa que ésta haga)”.

La pregunta inicial es ¿está probado que Irak es un potencial agresor deliberado de otros seres desarmados? Hasta ahora la ONU no lo ha comprobado y por ende tampoco se ha comprobado que Irak puede encasillarse como terrorista según la primera definición. Sin embargo, el régimen de Saddam Hussein no ha dejado de ser un desafío para los gobiernos norteamericanos de las últimas dos décadas. Si entendemos que el terrorismo también puede definirse como aquel que pone en tela de juicio la autoridad vigente, puede concluirse que se transforma en terrorista al cuestionar la autoridad norteamericana.

Pero no sólo eso, como se sabe el gobierno iraquí es una tiranía, es decir, que no sólo cuestiona a la autoridad norteamericana sino también a la “autoridad democracia” en su conjunto.
Si el problema de fondo es en realidad vulnerar a la autoridad democracia, cómo habrá que calificar a la actitud norteamericana de menospreciar los dictámenes de un organismo democrático de orden internacional como es la ONU. Estados Unidos diciendo defender la democracia y combatir la tiranía, en realidad vulnera la democracia y ejerce la tiranía, la unilateralidad y la omnipotencia. Ambos países pueden entonces ubicarse como terroristas dentro de la segunda definición brindada por el filósofo.

El segundo cuestionamiento es más hondo. ¿Por qué la primera potencia mundial corre el riesgo de enfrentarse a la comunidad internacional e ir contra los ideales democráticos que proclama?
Existen razones ciertas.

Guerra y reactivación económica

No pocas veces se ha relacionado a la estrategia de recuperación económica norteamericana con los conflictos bélicos. La hipótesis de la “guerra reactivadora” tiene sus argumentos. De hecho, en un estudio de William Nordhaus (Yale) citado en la edición digital de la revista Mercado puede leerse que durante la Segunda Guerra Mundial (1942/45, en el caso de EE.UU.) el gasto bélico subió 41,4% y el PBI lo hizo en 69,1%. Sin embargo, a partir de ese momento la tendencia comenzó a revertirse: en la guerra de Corea, la partida militar aumentó 8% y el PBI se expandió 10,5%, cifras que pasan a 1,9/9,7% en Vietnam y 0,3/-1,4% en la primera guerra del Golfo.

De lo expuesto puede desprenderse que los gastos militares dejaron de tener un efecto determinante a la hora de estimular la economía. Esto sucede porque en realidad “las guerras cuestan cada vez menos”. Como asegura el informe, “el anterior conflicto con Irak es ilustrativo, porque -al revés de ambas guerras mundiales, Corea y Vietnam- los gastos no se destinaron a la gran industria bélica. Esta vez, como entonces, no se comprarán muchos aviones, barcos ni tanques, porque la lucha será contra fuerzas armadas chicas, cuyo equipamiento no puede compararse siquiera con el de Israel o el de Turquía. Como hace doce años, se usarán inventarios disponibles y se pedirán partes o repuestos estrictamente necesarios”.

Desde este punto de vista, atacar a Irak no llevaría a la reactivación deseada.

Sin embargo, en el cuarto trimestre de 2002 (primero del año fiscal 2003), el rubro defensa aportó casi 2/3 del modesto crecimiento (0,7%) del producto bruto interno norteamericano. Este dato no escapa a la administración actual, que recientemente incrementó en 500 mil millones de dólares la partida para su Departamento de Defensa.

Queda claro que el gobierno de George W. Bush está convencido de que las grandes erogaciones militares estimularán la economía de su país, y así ese lugar está encaminada su estrategia.

La cuestión energética

En cuanto a la influencia que posee en el desencadenamiento del conflicto que Irak sea una de las mayores reservas de petróleo mundiales, basta citar algunos fragmentos del artículo publicado en el diario La Nación por el economista Jeffrey D. Sachs.
(http://buscador.lanacion.com.ar/show.asp?nota_id=468506&high=sachs)

“Algunos documentos clave, escritos por y para el gobierno de Bush antes del 11 de septiembre de 2001, cuando el análisis del Medio Oriente estaba mucho menos inficionado por los temores actuales, abren una buena ventana hacia la política norteamericana de posguerra en Irak. El más interesante es, quizás, un estudio titulado “Desafíos del siglo XXI a la política estratégica en materia de energía”, elaborado en forma conjunta por el Instituto James Baker III de Política Pública, de la Universidad Rice, en Texas, y el Consejo de Relaciones Exteriores”.

“El estudio deja en claro dos puntos. Primero: Irak es vital para el flujo de petróleo desde el Medio Oriente, porque se asienta sobre la segunda reserva del mundo (en volumen). Los autores del estudio se angustian porque, de hecho, Estados Unidos necesita el petróleo iraquí por razones de seguridad económica, pero no puede permitir que Saddam Hussein lo explote por razones de seguridad militar. La inferencia parece obvia: Estados Unidos necesita un cambio de régimen en Irak por motivos de seguridad energética. En todo el estudio, no figura ni una sola vez la palabra democracia”.

“Este documento también ofrece un vistazo interesante de las preocupaciones de ciertos funcionarios, como el vicepresidente, Dick Cheney, y el secretario de Defensa, Donald Rumsfield. Ambos ingresaron en la cúpula nacional en 1974, durante la presidencia de Gerald Ford. Por entonces, el embargo del petróleo árabe había desencadenado formidables conmociones económicas que condenaron a Ford al fracaso. El informe al que nos referimos atribuye una importancia enorme a las amenazas actuales de una fractura similar. Evidentemente, el embargo de los años 70 fue un momento definitorio en el pensamiento estratégico de Cheney y Rumsfeld”.

“El gobierno de Bush tal vez crea que va a la guerra para combatir por la democracia en el Medio Oriente pero, probablemente, el apoyo norteamericano a una democracia auténtica será una de las primeras víctimas. Es lamentable que una guerra librada por el petróleo venga a desestabilizar aún más las políticas y la sociedad internacionales, y socave la verdadera seguridad de Estados Unidos y el mundo”.

Nada que agregar

Guerra y popularidad

Sufrir el peor atentado en la historia de un país y estimular el pánico de sus habitantes ¿puede hacer crecer la popularidad de un presidente? El caso estadounidense demuestra que bien manejada, hasta la peor catástrofe puede ser utilizada políticamente. De hecho, antes del 11 de septiembre de 2001 sólo 55% de los norteamericanos aprobaba la gestión de Bush mientras 41% estaba en desacuerdo. Ese número trepó considerablemente hasta alcanzar el 86% de aprobación a finales de septiembre de ese año.

La rudeza, el fanatismo y la paranoia, dan resultado. Desde ese día, el principal objetivo de la administración Bush fue alinear a los enemigos norteamericanos para su futura eliminación. Primero fue el turno de Osama y los talibanes en Afganistán. Ahora es el de Irak. Quizás en el futuro llegue la hora de Corea del Norte.

Aunque la popularidad de Bush descendió algunos peldaños con el tiempo, las últimas elecciones legislativas le dieron al mandatario la señal que necesitaba para saber que iba por el camino correcto. La aplastante victoria obtenida llevó al partido republicano a contar por primera vez desde 1952 con más de la mitad de los 7.382 escaños legislativos del país. Y como si fuera poco, el triunfo revierte la tendencia histórica que muestra que el partido del presidente siempre pierde terreno en las elecciones legislativas posteriores a su asunción. Franklin Delano Roosevelt en 1934 y Bill Clinton en 1998 fueron los únicos presidentes que lograron esto en el pasado.
No darle créditos a Bush por el triunfo obtenido en las legislativas sería tan grato como injusto. De hecho la mayoría de los analistas internacionales le otorgaron un papel fundamental en el desarrollo de la campaña. Su inclusión fue determinante, como también lo fueron sus discursos basados en la defensa de la seguridad nacional y el Eje del Mal, en el que ya estaba incluido Irak.

Mientras “destruir a los enemigos” incremente la popularidad del presidente Bush, los ataques, el pánico y la extrema defensa seguirán siendo crueles tentaciones a las que recurrir ante una eventual caída en los sondeos.

¿Por qué no?

Con el ataque a Irak, Estados Unidos puede –a juicio de la administración actual- reactivar la actividad económica de su país; incrementar la popularidad del presidente y obtener los beneficios resultantes de un mayor control del petróleo. Si a estos argumentos se suman las Torres Gemelas, las armas de destrucción masiva y el odio recíproco proveniente de la historia reciente entre esos países; la pregunta: ¿por qué Estados Unidos quiere atacar Irak?, debería cambiarse por: ¿por qué no debería hacerlo?

La respuesta a este interrogante es simplemente: la democracia. De ahí las dilaciones en el inicio del combate, la incesante búsqueda de consenso y el deseo de que la ONU autorice el ataque. Si la autorización y el consenso no llegan, se verá que la democracia también puede ser vejada por sus divulgadores más entusiastas.

Por Javier Silva

El concepto de terrorismo

En el artículo ubicado en http://old.clarin.com/diario/2003/02/17/o-01901.htm, el filósofo francés André Glucksmann, dice al referirse a la situación chechena que el terrorismo puede entenderse de dos maneras:

“Primera definición, la de las democracias: es terrorista el hombre que se levanta en armas (cualquiera sea su bandera) y agrede deliberadamente a otros seres desarmados”.

“Segunda definición, propuesta por los gobiernos ruso y chino: es terrorista el irregular que pone en tela de juicio a una autoridad establecida (cualquiera sea ésta o por cualquier cosa que ésta haga)”.

La pregunta inicial es ¿está probado que Irak es un potencial agresor deliberado de otros seres desarmados? Hasta ahora la ONU no lo ha comprobado y por ende tampoco se ha comprobado que Irak puede encasillarse como terrorista según la primera definición. Sin embargo, el régimen de Saddam Hussein no ha dejado de ser un desafío para los gobiernos norteamericanos de las últimas dos décadas. Si entendemos que el terrorismo también puede definirse como aquel que pone en tela de juicio la autoridad vigente, puede concluirse que se transforma en terrorista al cuestionar la autoridad norteamericana.

Pero no sólo eso, como se sabe el gobierno iraquí es una tiranía, es decir, que no sólo cuestiona a la autoridad norteamericana sino también a la “autoridad democracia” en su conjunto.
Si el problema de fondo es en realidad vulnerar a la autoridad democracia, cómo habrá que calificar a la actitud norteamericana de menospreciar los dictámenes de un organismo democrático de orden internacional como es la ONU. Estados Unidos diciendo defender la democracia y combatir la tiranía, en realidad vulnera la democracia y ejerce la tiranía, la unilateralidad y la omnipotencia. Ambos países pueden entonces ubicarse como terroristas dentro de la segunda definición brindada por el filósofo.

El segundo cuestionamiento es más hondo. ¿Por qué la primera potencia mundial corre el riesgo de enfrentarse a la comunidad internacional e ir contra los ideales democráticos que proclama?
Existen razones ciertas.

Guerra y reactivación económica

No pocas veces se ha relacionado a la estrategia de recuperación económica norteamericana con los conflictos bélicos. La hipótesis de la “guerra reactivadora” tiene sus argumentos. De hecho, en un estudio de William Nordhaus (Yale) citado en la edición digital de la revista Mercado puede leerse que durante la Segunda Guerra Mundial (1942/45, en el caso de EE.UU.) el gasto bélico subió 41,4% y el PBI lo hizo en 69,1%. Sin embargo, a partir de ese momento la tendencia comenzó a revertirse: en la guerra de Corea, la partida militar aumentó 8% y el PBI se expandió 10,5%, cifras que pasan a 1,9/9,7% en Vietnam y 0,3/-1,4% en la primera guerra del Golfo.

De lo expuesto puede desprenderse que los gastos militares dejaron de tener un efecto determinante a la hora de estimular la economía. Esto sucede porque en realidad “las guerras cuestan cada vez menos”. Como asegura el informe, “el anterior conflicto con Irak es ilustrativo, porque -al revés de ambas guerras mundiales, Corea y Vietnam- los gastos no se destinaron a la gran industria bélica. Esta vez, como entonces, no se comprarán muchos aviones, barcos ni tanques, porque la lucha será contra fuerzas armadas chicas, cuyo equipamiento no puede compararse siquiera con el de Israel o el de Turquía. Como hace doce años, se usarán inventarios disponibles y se pedirán partes o repuestos estrictamente necesarios”.

Desde este punto de vista, atacar a Irak no llevaría a la reactivación deseada.

Sin embargo, en el cuarto trimestre de 2002 (primero del año fiscal 2003), el rubro defensa aportó casi 2/3 del modesto crecimiento (0,7%) del producto bruto interno norteamericano. Este dato no escapa a la administración actual, que recientemente incrementó en 500 mil millones de dólares la partida para su Departamento de Defensa.

Queda claro que el gobierno de George W. Bush está convencido de que las grandes erogaciones militares estimularán la economía de su país, y así ese lugar está encaminada su estrategia.

La cuestión energética

En cuanto a la influencia que posee en el desencadenamiento del conflicto que Irak sea una de las mayores reservas de petróleo mundiales, basta citar algunos fragmentos del artículo publicado en el diario La Nación por el economista Jeffrey D. Sachs.
(http://buscador.lanacion.com.ar/show.asp?nota_id=468506&high=sachs)

“Algunos documentos clave, escritos por y para el gobierno de Bush antes del 11 de septiembre de 2001, cuando el análisis del Medio Oriente estaba mucho menos inficionado por los temores actuales, abren una buena ventana hacia la política norteamericana de posguerra en Irak. El más interesante es, quizás, un estudio titulado “Desafíos del siglo XXI a la política estratégica en materia de energía”, elaborado en forma conjunta por el Instituto James Baker III de Política Pública, de la Universidad Rice, en Texas, y el Consejo de Relaciones Exteriores”.

“El estudio deja en claro dos puntos. Primero: Irak es vital para el flujo de petróleo desde el Medio Oriente, porque se asienta sobre la segunda reserva del mundo (en volumen). Los autores del estudio se angustian porque, de hecho, Estados Unidos necesita el petróleo iraquí por razones de seguridad económica, pero no puede permitir que Saddam Hussein lo explote por razones de seguridad militar. La inferencia parece obvia: Estados Unidos necesita un cambio de régimen en Irak por motivos de seguridad energética. En todo el estudio, no figura ni una sola vez la palabra democracia”.

“Este documento también ofrece un vistazo interesante de las preocupaciones de ciertos funcionarios, como el vicepresidente, Dick Cheney, y el secretario de Defensa, Donald Rumsfield. Ambos ingresaron en la cúpula nacional en 1974, durante la presidencia de Gerald Ford. Por entonces, el embargo del petróleo árabe había desencadenado formidables conmociones económicas que condenaron a Ford al fracaso. El informe al que nos referimos atribuye una importancia enorme a las amenazas actuales de una fractura similar. Evidentemente, el embargo de los años 70 fue un momento definitorio en el pensamiento estratégico de Cheney y Rumsfeld”.

“El gobierno de Bush tal vez crea que va a la guerra para combatir por la democracia en el Medio Oriente pero, probablemente, el apoyo norteamericano a una democracia auténtica será una de las primeras víctimas. Es lamentable que una guerra librada por el petróleo venga a desestabilizar aún más las políticas y la sociedad internacionales, y socave la verdadera seguridad de Estados Unidos y el mundo”.

Nada que agregar

Guerra y popularidad

Sufrir el peor atentado en la historia de un país y estimular el pánico de sus habitantes ¿puede hacer crecer la popularidad de un presidente? El caso estadounidense demuestra que bien manejada, hasta la peor catástrofe puede ser utilizada políticamente. De hecho, antes del 11 de septiembre de 2001 sólo 55% de los norteamericanos aprobaba la gestión de Bush mientras 41% estaba en desacuerdo. Ese número trepó considerablemente hasta alcanzar el 86% de aprobación a finales de septiembre de ese año.

La rudeza, el fanatismo y la paranoia, dan resultado. Desde ese día, el principal objetivo de la administración Bush fue alinear a los enemigos norteamericanos para su futura eliminación. Primero fue el turno de Osama y los talibanes en Afganistán. Ahora es el de Irak. Quizás en el futuro llegue la hora de Corea del Norte.

Aunque la popularidad de Bush descendió algunos peldaños con el tiempo, las últimas elecciones legislativas le dieron al mandatario la señal que necesitaba para saber que iba por el camino correcto. La aplastante victoria obtenida llevó al partido republicano a contar por primera vez desde 1952 con más de la mitad de los 7.382 escaños legislativos del país. Y como si fuera poco, el triunfo revierte la tendencia histórica que muestra que el partido del presidente siempre pierde terreno en las elecciones legislativas posteriores a su asunción. Franklin Delano Roosevelt en 1934 y Bill Clinton en 1998 fueron los únicos presidentes que lograron esto en el pasado.
No darle créditos a Bush por el triunfo obtenido en las legislativas sería tan grato como injusto. De hecho la mayoría de los analistas internacionales le otorgaron un papel fundamental en el desarrollo de la campaña. Su inclusión fue determinante, como también lo fueron sus discursos basados en la defensa de la seguridad nacional y el Eje del Mal, en el que ya estaba incluido Irak.

Mientras “destruir a los enemigos” incremente la popularidad del presidente Bush, los ataques, el pánico y la extrema defensa seguirán siendo crueles tentaciones a las que recurrir ante una eventual caída en los sondeos.

¿Por qué no?

Con el ataque a Irak, Estados Unidos puede –a juicio de la administración actual- reactivar la actividad económica de su país; incrementar la popularidad del presidente y obtener los beneficios resultantes de un mayor control del petróleo. Si a estos argumentos se suman las Torres Gemelas, las armas de destrucción masiva y el odio recíproco proveniente de la historia reciente entre esos países; la pregunta: ¿por qué Estados Unidos quiere atacar Irak?, debería cambiarse por: ¿por qué no debería hacerlo?

La respuesta a este interrogante es simplemente: la democracia. De ahí las dilaciones en el inicio del combate, la incesante búsqueda de consenso y el deseo de que la ONU autorice el ataque. Si la autorización y el consenso no llegan, se verá que la democracia también puede ser vejada por sus divulgadores más entusiastas.

Por Javier Silva

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