Irak afronta riesgos petroleros en el largo plazo

El gobierno de George W. Bush gasta cientos de millones en reparar conductos y sistemas de bombeo. Pero ha eludido un grave problema: las reservas petrolíferas subterráneas tienden a escasear o agotarse.

23 diciembre, 2003

En el norte, el vasto campo de Kirkuk envejece y sufre de una enfermedad terminal:
el agua se filtra en los depósitos. Similares problemas muestran las enormes
áreas del sur. Años de mal manejo y escasez de fondos han dañado
las explotaciones. Esto compromete los actuales esfuerzos para recobrar rápidamente
volúmenes de extracción anteriores a la guerra. Si se intensifican,
podrán reducir la productividad futura.

Según Issam al-Shalabí, ex ministro del ramo, “aumentar
al máximo la producción en el corto plazo deterioraría
las reservas”. Un informe de la ONU sobre Kirkuk (2000) ya advertía
sobre inminentes riesgos de sobreexplotación.

Funcionarios norteamericanos reconocen que hay problemas, pero Washington no
atina a afrontarlos. El gobierno y los iraquíes dependen de ingresos
petroleros para solventar en parte los costos de reconstrucción. Por
tanto, la extracción a marcha forzada es funcional a esos fines.

La disyuntiva entre extracción intensiva y salvaguardia de reservas
plantea una duda: ¿la reconstrucción busca sólo reparar
daños o, en realidad, pretende mejorar las condiciones existentes en
la preguerra? Hace meses, el cuerpo de ingenieros del ejército sostuvo
que su misión era restaurar instalaciones y producción al nivel
de preguerra, no “redesarrollar los campos petroleros”.

Sin embargo, hace poco Robert McKee -ex directivo superior de Conoco-Phillips,
hoy asesor del Consejo Provisional Iraquí- insistía en que las
reservas exigen atención. A su criterio, la situación no es catastrófica,
ni mucho menos, pero “urge recopilar datos y encarar problemas técnicos”.
Por fin, nadie menos que Halliburton opina que “los actuales niveles de
producción y las metas futuras no se sostendrán sin mantenimiento
ni cubicación de reservas”.

En el bando opuesto, Thamir Ghadhbán, asesor en el ministerio local
de petróleo, rechaza esas afirmaciones y predice que la producción
recobrará el ritmo normal de preguerra (unos 3.000.000 de barriles diarios)
a fines de 2004. En este momento, orilla los dos millones.

El ejército estadounidense ya ha apartado US$ 1.700 millones para mantener
el abastecimiento. Estos fondos se reparten entre pago de combustibles importados
y reparación de la red distribuidora (conductos, bombas, estaciones de
transferencia). Cerca de 2.000 millones han sido aprobados para obras infraestructurales,
pero apenas 40 millones para explorar reservas (una tarea larga y onerosa).

Esos esfuerzos serán particularmente relevantes, pues -en tanto Irak
posee una de las reservas de hidrocarburos mayores del mundo- gran parte de
la producción deriva de dos campos pasados de madurez. Vale decir, Rumailá
al sur y Kirkuk al norte.

Bombear crudo demasiado rápido puede trastornar el equilibrio, filtrando
más gas y agua a los pozos. Al cabo del proceso, la extracción
se tornará antieconómica. Por cierto, Saddam Husséin también
exigía explotación intensiva, pero las sanciones de la ONU le
impidieron comprar complejos equipos para simulaciones computadas o tecnología
apta para tratar mejor los depósitos más antiguos.

Antes de la invasión, Bagdad acudió a la asistencia extranjera
para manejar reservas. “Kirkuk nos preocupaba mucho”, admite Petro-Alliance
Services, una consultora rusa. Sin duda, los problemas petroleros iraquíes
eran muy bien conocidos en EE.UU. antes de la guerra. El Energy Infrastructure
Planning Group (EIPG), creado por altos funcionarios de gobierno en septiembre
de 2002 – para prever situaciones bélicas-, sabía que Irak estaba
reinyectando crudos con el objeto de mantener la presión en Kirkuk.

Eso era clara señal de inconvenientes en las reservas. Pero el EIPG
resolvió no encarar el problema, en parte por razones políticas.
Aun así, este grupo ya había decidido en secreto que los contratos
para reparar infraestructura irían a Kellogg, Brown & Root (división
de Halliburton, hoy en concurso) sin licitación previa.

Finalmente, Edward C. Chow, ex ejecutivo de Chevron, estima que costará
US$ 20.000 millones restaurar la producción iraquí a volúmenes
de preguerra. Por el contrario, McKee cree que eso podrá lograrse dentro
de los presupuestos en curso.

En el norte, el vasto campo de Kirkuk envejece y sufre de una enfermedad terminal:
el agua se filtra en los depósitos. Similares problemas muestran las enormes
áreas del sur. Años de mal manejo y escasez de fondos han dañado
las explotaciones. Esto compromete los actuales esfuerzos para recobrar rápidamente
volúmenes de extracción anteriores a la guerra. Si se intensifican,
podrán reducir la productividad futura.

Según Issam al-Shalabí, ex ministro del ramo, “aumentar
al máximo la producción en el corto plazo deterioraría
las reservas”. Un informe de la ONU sobre Kirkuk (2000) ya advertía
sobre inminentes riesgos de sobreexplotación.

Funcionarios norteamericanos reconocen que hay problemas, pero Washington no
atina a afrontarlos. El gobierno y los iraquíes dependen de ingresos
petroleros para solventar en parte los costos de reconstrucción. Por
tanto, la extracción a marcha forzada es funcional a esos fines.

La disyuntiva entre extracción intensiva y salvaguardia de reservas
plantea una duda: ¿la reconstrucción busca sólo reparar
daños o, en realidad, pretende mejorar las condiciones existentes en
la preguerra? Hace meses, el cuerpo de ingenieros del ejército sostuvo
que su misión era restaurar instalaciones y producción al nivel
de preguerra, no “redesarrollar los campos petroleros”.

Sin embargo, hace poco Robert McKee -ex directivo superior de Conoco-Phillips,
hoy asesor del Consejo Provisional Iraquí- insistía en que las
reservas exigen atención. A su criterio, la situación no es catastrófica,
ni mucho menos, pero “urge recopilar datos y encarar problemas técnicos”.
Por fin, nadie menos que Halliburton opina que “los actuales niveles de
producción y las metas futuras no se sostendrán sin mantenimiento
ni cubicación de reservas”.

En el bando opuesto, Thamir Ghadhbán, asesor en el ministerio local
de petróleo, rechaza esas afirmaciones y predice que la producción
recobrará el ritmo normal de preguerra (unos 3.000.000 de barriles diarios)
a fines de 2004. En este momento, orilla los dos millones.

El ejército estadounidense ya ha apartado US$ 1.700 millones para mantener
el abastecimiento. Estos fondos se reparten entre pago de combustibles importados
y reparación de la red distribuidora (conductos, bombas, estaciones de
transferencia). Cerca de 2.000 millones han sido aprobados para obras infraestructurales,
pero apenas 40 millones para explorar reservas (una tarea larga y onerosa).

Esos esfuerzos serán particularmente relevantes, pues -en tanto Irak
posee una de las reservas de hidrocarburos mayores del mundo- gran parte de
la producción deriva de dos campos pasados de madurez. Vale decir, Rumailá
al sur y Kirkuk al norte.

Bombear crudo demasiado rápido puede trastornar el equilibrio, filtrando
más gas y agua a los pozos. Al cabo del proceso, la extracción
se tornará antieconómica. Por cierto, Saddam Husséin también
exigía explotación intensiva, pero las sanciones de la ONU le
impidieron comprar complejos equipos para simulaciones computadas o tecnología
apta para tratar mejor los depósitos más antiguos.

Antes de la invasión, Bagdad acudió a la asistencia extranjera
para manejar reservas. “Kirkuk nos preocupaba mucho”, admite Petro-Alliance
Services, una consultora rusa. Sin duda, los problemas petroleros iraquíes
eran muy bien conocidos en EE.UU. antes de la guerra. El Energy Infrastructure
Planning Group (EIPG), creado por altos funcionarios de gobierno en septiembre
de 2002 – para prever situaciones bélicas-, sabía que Irak estaba
reinyectando crudos con el objeto de mantener la presión en Kirkuk.

Eso era clara señal de inconvenientes en las reservas. Pero el EIPG
resolvió no encarar el problema, en parte por razones políticas.
Aun así, este grupo ya había decidido en secreto que los contratos
para reparar infraestructura irían a Kellogg, Brown & Root (división
de Halliburton, hoy en concurso) sin licitación previa.

Finalmente, Edward C. Chow, ex ejecutivo de Chevron, estima que costará
US$ 20.000 millones restaurar la producción iraquí a volúmenes
de preguerra. Por el contrario, McKee cree que eso podrá lograrse dentro
de los presupuestos en curso.

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