Fondos de cobertura, ¿aparece otra burbuja del siglo?

Es un mundo de apenas 1.300 personas, las más ricas de Wall Street. Dispuestas a asumir riesgos que nadie tomaría y carentes de ética, son quienes están detrás de una burbuja que llega a casi un billón de dólares. Mucho es puro aire.

30 marzo, 2005

Ese grupo se compone de gestores de fondos de riesgos o cobertura, máquinas especulativas que se basan en instrumentos derivativos y contratos derivados. Vale decir, un universo donde cada dólar de sustento puede llegar a generar cuarenta o cincuenta de aire. Es un segmento muy poco regulado, originalmente sólo para magnates, pero donde hoy ya hay jugadores no tan ricos, aunque sí muy codiciosos.

A juicio de los críticos, son otra manifestación de una fiebre iniciada con los tulipanes holandeses, en el siglo XVII. Los síntomas son clásicos: veloces flujos de capital, espectacular acumulación de riqueza (virtual, para el caso) en escaso tiempo y multiplicación de fondos especulativos. Eran las señales del frenesí puntocom en los 90 y son las de la burbuja inmobiliaria que se infla desde 2001.

Según enseña la historia, “el desinfle de burbujas nunca es agradable y tampoco lo será cuando la estampida de estos fondos se haga polvo contra la realidad. Es obvio –afirma Seth Kalrman, fundador de Baupost Group, que maneja US$ 5.000 millones- que esto acabará mal para firmas, fondos e inversores, Simplemente, porque no existe emprendimiento financiero alguno libre de competencia”.

Por ahora, los números de la burbuja son apabullantes. Hace quince años, los fondos de riesgo manejaban menos de US$ 40.000 millones pero, hoy, se aproximan a un billón (veinticinco veces más). En comparación, los activos gestionados vía fondos jubilatorios pasaron “sólo” de uno a 8,1 billones; esto es, 8,1 veces más. A su vez, la cantidad de sociedades gestoras iba de 1.900 en 1999 a 3.300 en 2004 (+ 74%). En ese sexenio, el número de fondos creados anualmente –un sólo administrador puede abrir varios al mismo tiempo- aumentó 209% y totalizó 1.400 en 2004, según estadísticas de la consultora Hedge Fund Research (Chicago).

Tan meteórico auge ha tenido amplios efectos en mercados, bancas e inversores, entre los cuales hay cada día más fondos mutuales y fideicomisos. Un estudio reciente de Crédit Suisse First Boston señala que los fondos de cobertura son responsables de casi la mitad de la especulación financiera pura en Occidente. Eso incluye Nueva York y Londres.

Sin duda, administradores y gestores de este segmento integran una nueva, ostentosa –quizás efímera- élite financiera. Jóvenes, ambiciosos, imprudentes y sin escrúpulos, irrumpen en los mercados para hacerse millonarios de la noche a la mañana. Para quienes ignoran los misterios de su “métier”, estos personajes tienen algo de magia. Por no citar el efecto de tanta riqueza en ellos mismos.

Desde obras de arte hasta residencias, yates y Bugatti de un millón, la lista es larga. Así, Kenneth Griffin (Citadel Investments) ha comprado por US$ 60 millones un Cézanne que no vale más de un tercio. James Dinan (York Capital Management) pagó US$ 21 millones por el tríplex sobre la 5ª. Avenida que perteneciera a Dennis Kozlowski (ex Tyco International). Cuelga ahí todavía una cortina de baño dorada que le costó seis mil dólares a quien hoy está en la cárcel por estafador.

Previsiblemente, la mayor parte de esta selecta banda desecha toda noción de burbuja especulativa. “Los fondos de cobertura no constituyen una clase de activos, por lo cual no están expuestos a un desinfle abrupto”, se imagina Jane Buchan, de Pacific Alternative Asset Management, un “fondo de fondos” que maneja US$ 7.200 millones. Pero “asset” significa activo…

Por ése y otros motivos –entre ellos, la peligrosa relación entre activos de sustento y montos virtuales-, la cuestión de la burbuja da para muchos debates. En esencia, parece lógico preguntarse qué consecuencias tendrá un crecimiento tan violento, fundado en el apalancamiento que los bancos les brindan a sus gerentes de cartera para doblar o triplicar apuestas. El punto inquieta al Sistema de Reserva Federal, que tiene un equipo para sopesar los riesgos sistémicos creados por la explosión de concurrentes al mercado y la extraordinaria bienvenida que reciben.

El SRF también ha sacado del congelador un grupo creado tras el colapso de Long-Term Capital Management (LTCM) en 1998. Por entonces, era el mayor fondo de cobertura del mundo, con dos premios Nobel en la conducción y 55 dólares de aire por cada uno de sustento. Lo salvaron para que el efecto manada no llevase a un derrumbe general en Londres y Nueva York.

Esa fuerza de tareas se llamaba “grupo II de políticas para contrarrestar el exceso de riesgos”. Nuevamente en funciones, examinará todo tipo de síntomas; desde subestimación de riesgos hasta la actitude permitiva de Wall Street y el crédito bancario ante los fondos de cubertura. También para poner un poco de orden, la Securities & Exchange Commission (SEC, comisión federal de valores) les exige a casi todos los administradores de esos fondos o de firmas que los manejen inscriberse en un registro, a partir de febrero próximo. Por supuesto, los intereses afectados tratan de bloquear esas acciones.

De un modo u otro, estos vehículos especulativos preocupan cada día más. Entre otras cosas, sigue siendo un misterio (aun para inversores institucionales) el tipo exacto de instrumentos financieros –mal llamados “productos”- que trabajan, cómo los manejan y valúan. Dados los retornos potenciales, hay muchos incentivos para apostar contra la banca, tantos que muchos administradores veteranos han cerrado sus carteras, a fin de satisfacer la demanda por fondos nuevos.

Eso lleva a la mayor inquietud de los reguladores: la proliferación de “fondos de fondos”, armados en teoría para dismninuir riesgos pero, en realidad, para acumular comisiones y gastos sobre cada transacción. A fin de 2004, los activos en “fondos de fondos” alcanzaban US$ 359.000 millones, contra 84.000 millones cuatro años antes (+ 327%). ¿Cuál es el efecto directo de esta distorsión? Que, en vez del millón de dólares que solía exigirse como mínimo para ingresar a un fondo de riedgo, ahora basten 25.000 para subirse a la calesita.

Por consiguiente, aun quienes desechan todo peligro de burbuja financiera admiten el riesgo de una burbuja remuneratoria. En vez de cobrar un porcentaje fijo sobre los fondos que manejan, los adminsitradores ganan por lo común 1% sobre los montos que operan más 20% de sus rendimientos. Así, un fondo mutual que maneje US$ 100 millones y obtenga utilidades por 1% de sus activos, ganará un millón y le significará US$ 10.000 al adminsitrador. Para igual monto, un fondo de riego remunerará el 1% normal más 20% de utilidades, es decir de 110.000 en más.

Pero, como los fondos de cobertura no involucran activos convencionales (o éstos son una pequeña parte), forman un sistema remuneratorio. Por ende, en este segmento las comisiones dependen de “resultados absolutos”; es decir, sin puntos externos de referencia. Por el contrario, los fondos convecionales se desempeñan según un parámetro, verbigracia el índice Standard&Poor’s 500.

Se explica, pues, que en 2003 los veinticinco administradores de fondos mejor remunerados hayan percibido más de US$ 200 millones en promedio, de acuerdo con la revista Institutional Investor. La estrella del grupo, el ex astrólogo financiero húngaro George Sörös, hizo US$ 750 millones. Lo seguía David Tepper, director del grupo de fondos Appaloosa, que ganó US$ 510 millones, o sea 17% sobre una cartera de 3.000 millones. Frente a semejante disparidad, no es difícil sospechar que la bonanza puede agotarse en cualquier momento.

Ese grupo se compone de gestores de fondos de riesgos o cobertura, máquinas especulativas que se basan en instrumentos derivativos y contratos derivados. Vale decir, un universo donde cada dólar de sustento puede llegar a generar cuarenta o cincuenta de aire. Es un segmento muy poco regulado, originalmente sólo para magnates, pero donde hoy ya hay jugadores no tan ricos, aunque sí muy codiciosos.

A juicio de los críticos, son otra manifestación de una fiebre iniciada con los tulipanes holandeses, en el siglo XVII. Los síntomas son clásicos: veloces flujos de capital, espectacular acumulación de riqueza (virtual, para el caso) en escaso tiempo y multiplicación de fondos especulativos. Eran las señales del frenesí puntocom en los 90 y son las de la burbuja inmobiliaria que se infla desde 2001.

Según enseña la historia, “el desinfle de burbujas nunca es agradable y tampoco lo será cuando la estampida de estos fondos se haga polvo contra la realidad. Es obvio –afirma Seth Kalrman, fundador de Baupost Group, que maneja US$ 5.000 millones- que esto acabará mal para firmas, fondos e inversores, Simplemente, porque no existe emprendimiento financiero alguno libre de competencia”.

Por ahora, los números de la burbuja son apabullantes. Hace quince años, los fondos de riesgo manejaban menos de US$ 40.000 millones pero, hoy, se aproximan a un billón (veinticinco veces más). En comparación, los activos gestionados vía fondos jubilatorios pasaron “sólo” de uno a 8,1 billones; esto es, 8,1 veces más. A su vez, la cantidad de sociedades gestoras iba de 1.900 en 1999 a 3.300 en 2004 (+ 74%). En ese sexenio, el número de fondos creados anualmente –un sólo administrador puede abrir varios al mismo tiempo- aumentó 209% y totalizó 1.400 en 2004, según estadísticas de la consultora Hedge Fund Research (Chicago).

Tan meteórico auge ha tenido amplios efectos en mercados, bancas e inversores, entre los cuales hay cada día más fondos mutuales y fideicomisos. Un estudio reciente de Crédit Suisse First Boston señala que los fondos de cobertura son responsables de casi la mitad de la especulación financiera pura en Occidente. Eso incluye Nueva York y Londres.

Sin duda, administradores y gestores de este segmento integran una nueva, ostentosa –quizás efímera- élite financiera. Jóvenes, ambiciosos, imprudentes y sin escrúpulos, irrumpen en los mercados para hacerse millonarios de la noche a la mañana. Para quienes ignoran los misterios de su “métier”, estos personajes tienen algo de magia. Por no citar el efecto de tanta riqueza en ellos mismos.

Desde obras de arte hasta residencias, yates y Bugatti de un millón, la lista es larga. Así, Kenneth Griffin (Citadel Investments) ha comprado por US$ 60 millones un Cézanne que no vale más de un tercio. James Dinan (York Capital Management) pagó US$ 21 millones por el tríplex sobre la 5ª. Avenida que perteneciera a Dennis Kozlowski (ex Tyco International). Cuelga ahí todavía una cortina de baño dorada que le costó seis mil dólares a quien hoy está en la cárcel por estafador.

Previsiblemente, la mayor parte de esta selecta banda desecha toda noción de burbuja especulativa. “Los fondos de cobertura no constituyen una clase de activos, por lo cual no están expuestos a un desinfle abrupto”, se imagina Jane Buchan, de Pacific Alternative Asset Management, un “fondo de fondos” que maneja US$ 7.200 millones. Pero “asset” significa activo…

Por ése y otros motivos –entre ellos, la peligrosa relación entre activos de sustento y montos virtuales-, la cuestión de la burbuja da para muchos debates. En esencia, parece lógico preguntarse qué consecuencias tendrá un crecimiento tan violento, fundado en el apalancamiento que los bancos les brindan a sus gerentes de cartera para doblar o triplicar apuestas. El punto inquieta al Sistema de Reserva Federal, que tiene un equipo para sopesar los riesgos sistémicos creados por la explosión de concurrentes al mercado y la extraordinaria bienvenida que reciben.

El SRF también ha sacado del congelador un grupo creado tras el colapso de Long-Term Capital Management (LTCM) en 1998. Por entonces, era el mayor fondo de cobertura del mundo, con dos premios Nobel en la conducción y 55 dólares de aire por cada uno de sustento. Lo salvaron para que el efecto manada no llevase a un derrumbe general en Londres y Nueva York.

Esa fuerza de tareas se llamaba “grupo II de políticas para contrarrestar el exceso de riesgos”. Nuevamente en funciones, examinará todo tipo de síntomas; desde subestimación de riesgos hasta la actitude permitiva de Wall Street y el crédito bancario ante los fondos de cubertura. También para poner un poco de orden, la Securities & Exchange Commission (SEC, comisión federal de valores) les exige a casi todos los administradores de esos fondos o de firmas que los manejen inscriberse en un registro, a partir de febrero próximo. Por supuesto, los intereses afectados tratan de bloquear esas acciones.

De un modo u otro, estos vehículos especulativos preocupan cada día más. Entre otras cosas, sigue siendo un misterio (aun para inversores institucionales) el tipo exacto de instrumentos financieros –mal llamados “productos”- que trabajan, cómo los manejan y valúan. Dados los retornos potenciales, hay muchos incentivos para apostar contra la banca, tantos que muchos administradores veteranos han cerrado sus carteras, a fin de satisfacer la demanda por fondos nuevos.

Eso lleva a la mayor inquietud de los reguladores: la proliferación de “fondos de fondos”, armados en teoría para dismninuir riesgos pero, en realidad, para acumular comisiones y gastos sobre cada transacción. A fin de 2004, los activos en “fondos de fondos” alcanzaban US$ 359.000 millones, contra 84.000 millones cuatro años antes (+ 327%). ¿Cuál es el efecto directo de esta distorsión? Que, en vez del millón de dólares que solía exigirse como mínimo para ingresar a un fondo de riedgo, ahora basten 25.000 para subirse a la calesita.

Por consiguiente, aun quienes desechan todo peligro de burbuja financiera admiten el riesgo de una burbuja remuneratoria. En vez de cobrar un porcentaje fijo sobre los fondos que manejan, los adminsitradores ganan por lo común 1% sobre los montos que operan más 20% de sus rendimientos. Así, un fondo mutual que maneje US$ 100 millones y obtenga utilidades por 1% de sus activos, ganará un millón y le significará US$ 10.000 al adminsitrador. Para igual monto, un fondo de riego remunerará el 1% normal más 20% de utilidades, es decir de 110.000 en más.

Pero, como los fondos de cobertura no involucran activos convencionales (o éstos son una pequeña parte), forman un sistema remuneratorio. Por ende, en este segmento las comisiones dependen de “resultados absolutos”; es decir, sin puntos externos de referencia. Por el contrario, los fondos convecionales se desempeñan según un parámetro, verbigracia el índice Standard&Poor’s 500.

Se explica, pues, que en 2003 los veinticinco administradores de fondos mejor remunerados hayan percibido más de US$ 200 millones en promedio, de acuerdo con la revista Institutional Investor. La estrella del grupo, el ex astrólogo financiero húngaro George Sörös, hizo US$ 750 millones. Lo seguía David Tepper, director del grupo de fondos Appaloosa, que ganó US$ 510 millones, o sea 17% sobre una cartera de 3.000 millones. Frente a semejante disparidad, no es difícil sospechar que la bonanza puede agotarse en cualquier momento.

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