Dólar: perspectivas cortas y un curioso debate

Las sacudidas del dólar en diciembre ocuparon a los analistas. Con el euro en picos de US$ 1,332, lo sorpresivo era que no hubiese ocurrido antes. Al respecto, la mayoría de expertos supone que el serrucho descendente continuará este año.

12 enero, 2007

Por ende, el euro bien podría tocar, en corto plazo, US$ 1,35, el récord marcado en diciembre de 2003. En todos los casos, es el valor del euro contra el dólar; no al revés.

Las bajas recientes fueron detonadas por malas noticias sobre la economía norteamericana, donde el desinfle de la larga burbuja inmobiliaria ha golpeado más de lo supuesto. Simultáneamente, la confianza del público y las compras de bienes durables cedieron a mayor ritmo que esperado. A fines de 2006, además, estaba claro que las ventas minoristas por fiestas casi no subieron respecto de 2005.Por el contrario, en la Eurozona la confianza de los empresarios alemanes se elevaba a un máximo en quince años.

En otro plano y pese a algunos gurúes sobreoptimistas, existen temores en cuanto a que China y otros países repletos de activos en dólares dejen de comprarlos o comiencen a venderlos. A principios de 2007, Benjamin Bernanke (presidente del Sistema de Reserva Federal) insistía en que la economía “tendrá un aterrizaje suave”.

Esta noción presupone que el dólar se sostendrá porque los grandes inversores externos (bancos centrales) seguirán ávidos de activos en dólares y financiarán el enorme déficit en la cuenta corriente de pagos externos. En todo caso, no se largarían a vender, pues eso afectaría el valor en mercado de sus propias tenencias. La masiva compra de dólares que hace el Banco del Japón, cada vez que la divisa baja de ¥ 115, ilustra ese tipo de conductas.

Pero, si la economía se contrajera el primer trimestre del año más de lo que suponen los entusiastas del dólar, mientras los precios de viviendas siguen cayendo, aumentarían los riesgos recesivos. Por otro lado, los factores cíclicos explican apenas parte de la fortaleza del dólar. En el fondo, su atractivo se basa en ilusiones sobre las diferencias estructurales entre Estados Unidos y la Eurozona.

Según subrayan varios economistas sistémicos, sólo un grupo de analistas financieros cree que la economía estadounidense muestra un desempeño vastamente superior al de otras líderes. Pero las estadísticas no convalidan ese espejismo. Por cierto, el producto bruto interno norteamericano ha crecido a mayor ritmo que el de la Eurozona, pero porque también su población se incrementa con mayor velocidad.

Escarbando, las diferencias se achican. Verbigracia, las cifras oficiales sobre aumento de productividad –que debieran teóricamente ser claves de los movimientos cambiarios- exageran la ventaja de EE.UU. Si ambas series se midieran por parámetros similares, durante el último decenio ese crecimiento resultaría casi igual en la Eurozona y EE.UU. Es más: recientes guarismos sugieren que, mientras la productividad pierde aliento aquende el Atlántico, lo recobra al otro lado.

Por tanto, la economía norteamericana no supera significativamente la de la Eurozona, al menos en los último años. La escasa ventaja lograda por EE.UU. ha sido y es a costa de “esteroides fiscales”. Desde 2000, sus déficit estructurales –ajustados según sus efectos en el ciclo económico corto- se han ampliado abruptamente. Al mismo tiempo, la caída del ahorro familiar engrosa el déficit en cuenta corriente (6,5% del PBI, a fin de 2006). También desde 2000, las economías de la Eurozona no gozaron de estímulos fiscales y sus tasas de ahorro interno se mantuvieron estables.

El crecimiento estadounidense, entonces, ha sido promovido por el gasto de los consumidores. A su vez fundado en la continua reducción del ahorro interno y la adicción al endeudamiento (mal que también padece el fisco). Esta situación, claramente, no puede sostenerse indefinidamente (aunque así lo crean los propios mercados especulativos). Tarde o temprano, habrá consecuencias tan inevitables como desequilibrios y un largo período de crecimiento moroso.

Hace un decenio, Martin Barnes (BCA Research, Montreal) postulaba la noción de que la economía estadounidense estaba a las puertas de una larga fase expansiva, alimentada por avances tecnológicos. Algunos suponen que el fenómeno dio y continúa, más allá de reveses. Ahora, el futurólogo predice “más sorpresas positivas”.

No obstante, este tipo de visiones sobreoptimistas se ve plagado de problemas y tensiones. Hace algunas semanas, el historiador Niall Ferguson –hablando también en BCA- ofrecía una perspectiva casi inversa a la de Barnes. “No sostengo tener sagacidad geopolítica excepcional, algo por lo común riesgoso, pero preveo un entorno muy difícil para los inversores. ¿Qué significa esto? Que nada se puede hacer, salvo cuantificar riesgos. Reducir exposición y etar preparado. Lo geopolítico no es fácil de interpretar en perspectiva financiera. Entonces, los analistas de mercado optan por enfocarse en componentes fundamentales de ese nivel, que parecen menos sombríos”.

Confirmando ese temperamento, Barnes sostiene que “la globalización es un motivo por el cual la inflación nunca se convierte en un problema demasiado grande, pese a las obsesiones de los principales bancos centrales. Desde hace años, esa variable se ha mantenido muy quieta, a pesar de cimbronazos petroleros, por ejemplo”.

No cierta audacia, el gurú canadiense afirma que, al triplicarse el precio de los crudos, la economía no sufrió daños serios. “Quizá se refiera a los mercados financieros, no a la economía física”, apunta Ferguson. Barnes tiene una idea aún más arbitraria: “los desequilibrios récord en balanzas comercial y de pagos norteamericanas no generan problemas severos”. Pero ¿y el deterioro del dólar? “Es un fenómeno benigno”, declara.

Por ende, el euro bien podría tocar, en corto plazo, US$ 1,35, el récord marcado en diciembre de 2003. En todos los casos, es el valor del euro contra el dólar; no al revés.

Las bajas recientes fueron detonadas por malas noticias sobre la economía norteamericana, donde el desinfle de la larga burbuja inmobiliaria ha golpeado más de lo supuesto. Simultáneamente, la confianza del público y las compras de bienes durables cedieron a mayor ritmo que esperado. A fines de 2006, además, estaba claro que las ventas minoristas por fiestas casi no subieron respecto de 2005.Por el contrario, en la Eurozona la confianza de los empresarios alemanes se elevaba a un máximo en quince años.

En otro plano y pese a algunos gurúes sobreoptimistas, existen temores en cuanto a que China y otros países repletos de activos en dólares dejen de comprarlos o comiencen a venderlos. A principios de 2007, Benjamin Bernanke (presidente del Sistema de Reserva Federal) insistía en que la economía “tendrá un aterrizaje suave”.

Esta noción presupone que el dólar se sostendrá porque los grandes inversores externos (bancos centrales) seguirán ávidos de activos en dólares y financiarán el enorme déficit en la cuenta corriente de pagos externos. En todo caso, no se largarían a vender, pues eso afectaría el valor en mercado de sus propias tenencias. La masiva compra de dólares que hace el Banco del Japón, cada vez que la divisa baja de ¥ 115, ilustra ese tipo de conductas.

Pero, si la economía se contrajera el primer trimestre del año más de lo que suponen los entusiastas del dólar, mientras los precios de viviendas siguen cayendo, aumentarían los riesgos recesivos. Por otro lado, los factores cíclicos explican apenas parte de la fortaleza del dólar. En el fondo, su atractivo se basa en ilusiones sobre las diferencias estructurales entre Estados Unidos y la Eurozona.

Según subrayan varios economistas sistémicos, sólo un grupo de analistas financieros cree que la economía estadounidense muestra un desempeño vastamente superior al de otras líderes. Pero las estadísticas no convalidan ese espejismo. Por cierto, el producto bruto interno norteamericano ha crecido a mayor ritmo que el de la Eurozona, pero porque también su población se incrementa con mayor velocidad.

Escarbando, las diferencias se achican. Verbigracia, las cifras oficiales sobre aumento de productividad –que debieran teóricamente ser claves de los movimientos cambiarios- exageran la ventaja de EE.UU. Si ambas series se midieran por parámetros similares, durante el último decenio ese crecimiento resultaría casi igual en la Eurozona y EE.UU. Es más: recientes guarismos sugieren que, mientras la productividad pierde aliento aquende el Atlántico, lo recobra al otro lado.

Por tanto, la economía norteamericana no supera significativamente la de la Eurozona, al menos en los último años. La escasa ventaja lograda por EE.UU. ha sido y es a costa de “esteroides fiscales”. Desde 2000, sus déficit estructurales –ajustados según sus efectos en el ciclo económico corto- se han ampliado abruptamente. Al mismo tiempo, la caída del ahorro familiar engrosa el déficit en cuenta corriente (6,5% del PBI, a fin de 2006). También desde 2000, las economías de la Eurozona no gozaron de estímulos fiscales y sus tasas de ahorro interno se mantuvieron estables.

El crecimiento estadounidense, entonces, ha sido promovido por el gasto de los consumidores. A su vez fundado en la continua reducción del ahorro interno y la adicción al endeudamiento (mal que también padece el fisco). Esta situación, claramente, no puede sostenerse indefinidamente (aunque así lo crean los propios mercados especulativos). Tarde o temprano, habrá consecuencias tan inevitables como desequilibrios y un largo período de crecimiento moroso.

Hace un decenio, Martin Barnes (BCA Research, Montreal) postulaba la noción de que la economía estadounidense estaba a las puertas de una larga fase expansiva, alimentada por avances tecnológicos. Algunos suponen que el fenómeno dio y continúa, más allá de reveses. Ahora, el futurólogo predice “más sorpresas positivas”.

No obstante, este tipo de visiones sobreoptimistas se ve plagado de problemas y tensiones. Hace algunas semanas, el historiador Niall Ferguson –hablando también en BCA- ofrecía una perspectiva casi inversa a la de Barnes. “No sostengo tener sagacidad geopolítica excepcional, algo por lo común riesgoso, pero preveo un entorno muy difícil para los inversores. ¿Qué significa esto? Que nada se puede hacer, salvo cuantificar riesgos. Reducir exposición y etar preparado. Lo geopolítico no es fácil de interpretar en perspectiva financiera. Entonces, los analistas de mercado optan por enfocarse en componentes fundamentales de ese nivel, que parecen menos sombríos”.

Confirmando ese temperamento, Barnes sostiene que “la globalización es un motivo por el cual la inflación nunca se convierte en un problema demasiado grande, pese a las obsesiones de los principales bancos centrales. Desde hace años, esa variable se ha mantenido muy quieta, a pesar de cimbronazos petroleros, por ejemplo”.

No cierta audacia, el gurú canadiense afirma que, al triplicarse el precio de los crudos, la economía no sufrió daños serios. “Quizá se refiera a los mercados financieros, no a la economía física”, apunta Ferguson. Barnes tiene una idea aún más arbitraria: “los desequilibrios récord en balanzas comercial y de pagos norteamericanas no generan problemas severos”. Pero ¿y el deterioro del dólar? “Es un fenómeno benigno”, declara.

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