China: ¿cuántos milagros necesitará en el futuro?

“Estos días, China exporta no sólo juguetes, textiles o electrónicos. Ansiedades, también. En Washington, algunos temen que Beijing pueda transtornar el resto del mundo”.

27 septiembre, 2003

Así comienza un análisis de Moisés Naím (Foreign Policy Magazine) sobre el “nuevo peligro amarillo”. Por supuesto, el déficit comercial norteamericano con China y el yüan barato son los problemas del momento, como lo subraya la reciente visita del secretario de Hacienda, John Snow, al Celeste Imperio.

Pero, en otro plano, “su colega de Defensa y el Pentágono temen que China desarrolle recursos económicos y bélicos –éstos son prioritarios, lo admite Beijing- para desafiar la primacía de Estados Unidos. No sólo en la región”.

Washington no es el único preocupado. El presidente Vicente Fox ha protestado por agresivas tácticas “para sacarle a Méjico industrias livianas. Entretanto –apunta el analista-, Alemania y Japón temen que las exportaciones china a bajo precio acentúe los síntomas deflacionarios que muestran ambas economías centrales” .

A pesar de todo eso, Naím estima que “el riesgo chino deriva más de sus debilidades que de sus puntos fuertes. En el curso de los próximos diez años, algo frenará su desmedido ritmo de crecimiento y generará inestabilidad política”. ¿Qué será? ¿una crisis tipo sudeste asiático 1997/8, donde un crac financiero abra paso a una veloz recuperación? ¿o un terremoto político estilo años 60, que detenga el progreso durante mucho tiempo?

“Probablemente sea un híbrido. Es decir –supone el experto- algo que empiece en una crisis financiera y mute en un cimbronazo sociopolítico con secuelas”. Pero ¿por qué estas perspectivas son difíciles de soslayar? “Porque ningún país, hasta ahora, ha atravesado –sin tiempos violentos- cambios políticos, sociales y económicos como los puestos en marcha”. En realidad, tampoco hubo ni hay un país con 1.300 millones de habitantes involucrados en la transformación. Lo quieran o no.

Un ejemplo es la urbanización. “Año a año y por bastante tiempo, unos doce millones de campesinos marcharán a las ciudades y este desplazamiento tendrá un costo: 4% del futuro producto bruto interno anual. Mientras tanto, será imposible cubrir la demanda de servicios civiles y sociales”.

En la visión de Naím, “el sistema vial crece a razón de 6% anual, pero el número de vehículos lo hace a 10%. El gasto en el abastecimiento hídrico del quinquenio 1998-2002 iguala al efectuado en los 40 años precedentes. Pero la oferta seguirá siendo insuficiente. Igual sucede en materia de electricidad”.

Esos déficit serán tan inevitables como los consiguientes resentimientos sociales. La corrupción sistémica reinante en China amplificará estas reacciones y creará inestabilidad política.

Según el analista, “las reformas económicas son otro ingrediente explosivo. El modelo de derregulación paulatina, combinado con cambios políticos en cámara lenta, no facilita la sintonía fina y torna gradualismo en parálisis”.

Esto no se debe sólo al peso de intereses creados. También influyen la excesiva cautela –factor visible también en Japón- y la confusión. Así, prescribir que el yüan renmin’bi flote libremente sería mucho más fácil que manejar las consecuencias políticas de semejante decisión.

La adhesión china a la Organización Mundial de Comercio, formalizada en vísperas del fracaso de Cancún, podría acarrear riesgos propios (si la ronda Dohá y la propia OMC sobreviven). Por su parte, “la liberalización gradual del sector financiero ha generado una pila de morosos e incobrables, imposible de reducir sin severas restricciones en empresas estatales y despidos en la manufactura”.

La situación es aun peor entre los 800 millones de población rural, que ganan apenas 15% del promedio urbano. Sólo para que el desempleo campesino se mantenga bajo 20%, el PBI general debiera expandirse a razón de 7% anual.

Esa tasa ha venido registrándose durante algunos años, “pero se precisan varios milagros para mantenerla. Uno es preservar el orden político”. Al respecto, Naím cita a Minxin Pei, un académico: “Contando períodos cuando el gobierno central no controlaba la mayor parte del territorio, desde el siglo IV China ha experimentado mil años de caos interno”.

Así comienza un análisis de Moisés Naím (Foreign Policy Magazine) sobre el “nuevo peligro amarillo”. Por supuesto, el déficit comercial norteamericano con China y el yüan barato son los problemas del momento, como lo subraya la reciente visita del secretario de Hacienda, John Snow, al Celeste Imperio.

Pero, en otro plano, “su colega de Defensa y el Pentágono temen que China desarrolle recursos económicos y bélicos –éstos son prioritarios, lo admite Beijing- para desafiar la primacía de Estados Unidos. No sólo en la región”.

Washington no es el único preocupado. El presidente Vicente Fox ha protestado por agresivas tácticas “para sacarle a Méjico industrias livianas. Entretanto –apunta el analista-, Alemania y Japón temen que las exportaciones china a bajo precio acentúe los síntomas deflacionarios que muestran ambas economías centrales” .

A pesar de todo eso, Naím estima que “el riesgo chino deriva más de sus debilidades que de sus puntos fuertes. En el curso de los próximos diez años, algo frenará su desmedido ritmo de crecimiento y generará inestabilidad política”. ¿Qué será? ¿una crisis tipo sudeste asiático 1997/8, donde un crac financiero abra paso a una veloz recuperación? ¿o un terremoto político estilo años 60, que detenga el progreso durante mucho tiempo?

“Probablemente sea un híbrido. Es decir –supone el experto- algo que empiece en una crisis financiera y mute en un cimbronazo sociopolítico con secuelas”. Pero ¿por qué estas perspectivas son difíciles de soslayar? “Porque ningún país, hasta ahora, ha atravesado –sin tiempos violentos- cambios políticos, sociales y económicos como los puestos en marcha”. En realidad, tampoco hubo ni hay un país con 1.300 millones de habitantes involucrados en la transformación. Lo quieran o no.

Un ejemplo es la urbanización. “Año a año y por bastante tiempo, unos doce millones de campesinos marcharán a las ciudades y este desplazamiento tendrá un costo: 4% del futuro producto bruto interno anual. Mientras tanto, será imposible cubrir la demanda de servicios civiles y sociales”.

En la visión de Naím, “el sistema vial crece a razón de 6% anual, pero el número de vehículos lo hace a 10%. El gasto en el abastecimiento hídrico del quinquenio 1998-2002 iguala al efectuado en los 40 años precedentes. Pero la oferta seguirá siendo insuficiente. Igual sucede en materia de electricidad”.

Esos déficit serán tan inevitables como los consiguientes resentimientos sociales. La corrupción sistémica reinante en China amplificará estas reacciones y creará inestabilidad política.

Según el analista, “las reformas económicas son otro ingrediente explosivo. El modelo de derregulación paulatina, combinado con cambios políticos en cámara lenta, no facilita la sintonía fina y torna gradualismo en parálisis”.

Esto no se debe sólo al peso de intereses creados. También influyen la excesiva cautela –factor visible también en Japón- y la confusión. Así, prescribir que el yüan renmin’bi flote libremente sería mucho más fácil que manejar las consecuencias políticas de semejante decisión.

La adhesión china a la Organización Mundial de Comercio, formalizada en vísperas del fracaso de Cancún, podría acarrear riesgos propios (si la ronda Dohá y la propia OMC sobreviven). Por su parte, “la liberalización gradual del sector financiero ha generado una pila de morosos e incobrables, imposible de reducir sin severas restricciones en empresas estatales y despidos en la manufactura”.

La situación es aun peor entre los 800 millones de población rural, que ganan apenas 15% del promedio urbano. Sólo para que el desempleo campesino se mantenga bajo 20%, el PBI general debiera expandirse a razón de 7% anual.

Esa tasa ha venido registrándose durante algunos años, “pero se precisan varios milagros para mantenerla. Uno es preservar el orden político”. Al respecto, Naím cita a Minxin Pei, un académico: “Contando períodos cuando el gobierno central no controlaba la mayor parte del territorio, desde el siglo IV China ha experimentado mil años de caos interno”.

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