Canje: aceptó 76,15%. Posible caída del riesgo a 480/550 puntos

Roberto Lavagna ha informado que, al cierre formal, 76,15% de tenedores de bonos en cese selectivo de pagos adhirió al canje. Posiblemente, el riesgo soberano ceda a unos 480/550 puntos. Mientras, hay grescas en el Fondo Monetario.

20 marzo, 2005

Sin ser “la mayor restructuración de deuda soberana en la historia”, como algunos insisten, el caso argentino va en vías de convertirse en clásico o, para desdicha del FMI, ejemplo para otros. Por de pronto, arrecian en la interna de la entidad divergencias sobre quiénes tuvieron la culpa por la derrota ante Argentina.

El anuncio presupone dos efectos. Uno, la distribución de los nuevos papeles desde el lunes 4 de abril. Otro, el levantamiento de la nota D (“default” en inglés financiero) y la recalificación de la deuda según la capacidad potencial de repago. De inmediato, habituales voceros del “lobby” anticanje salieron a advertir que “el 23,85% de rechazo influirá para que las nuevas notas no sean tan buenas”.

Por su parte, Lavagna se mostraba algo optimista y preveía el descenso del riesgo crediticio soberano de 5.000 a 480 puntos. Fuentes más cautas pensaban en alrededor de 550. Nuevamente, el ministro sostuvo que no se reabrirá el proceso, siquiera por pocos días. Aun así, medios financieros neoyorquinos e italianos insisten en que eso sucederá, pero ahora hay un detalle significativo: “Ni Argentina ni los bancos intervinientes han recibido una sola solicitud de reapertura”, declaró Guillermo Nielsen, subsecretario de Finanzas.

El gobierno aspiraba a restructurar US$ 81.835 millones, pero obtuvo 62.320 millones a cambio de deuda nueva por 35.300 millones. De esa forma, pasa a tener en situación regular 86% de la deuda total. La quita nominal asciende a 43%, cifra muy superior a recientes restructuraciones de países en desarrollo (“emergentes” es un eufemismo). No obstante, queda lejos del 75% pretendido en 2003 y logrado en quiebras privadas como WorldCom, Qwest, etc. Entretanto, el pasivo en pesos sube de 3 a 37%, con otro 37% en dólares y 14% en euros.

De un modo u otro, esos números han dejado malparada a la alta burocracia técnica del FMI. El sagaz disidente Michael Mussa (ex analista principal, no “economista”) directamente se reía de sus colegas supérstites. De acuerdo con un sitio manejado por técnicos de segunda línea, obviamente hostiles a la conducción actual, Mussa hacía mofa de Anne Krueger, Anup Singh y Thomas Dawson.

El Institute for International Economics, “lobby” banquero y empresario, armó un oportuno panel con funcionarios del Fondo y la secretaría norteamericana de Hacienda. Justamente, un grupo calificado como el “equipo económico presidencial más débil en mucho tiempo” por “The Economist”, reducto de ortodoxia decimonónica nada favorable a la Argentina ni a las economías periféricas.

Finalmente, grescas, críticas y recriminaciones mutuas pusieron en evidencia el flaco consenso entre quienes, hace dieciséis años, impulsaban –vaya paradoja- el extinto Consenso de Washington. Este programa, hijo de la Comisión trilateral y el Club de Roma, impuso –junto con el Banco Mundial y la OCDE- el mismo recetario que el FMI venía aplicando hasta el fracaso con Argentina.

Pero la partida no concluye. Simplemente, se transfiere al escenario político interno, donde ahora se juegan las próximas elecciones parlamentarias.

Sin ser “la mayor restructuración de deuda soberana en la historia”, como algunos insisten, el caso argentino va en vías de convertirse en clásico o, para desdicha del FMI, ejemplo para otros. Por de pronto, arrecian en la interna de la entidad divergencias sobre quiénes tuvieron la culpa por la derrota ante Argentina.

El anuncio presupone dos efectos. Uno, la distribución de los nuevos papeles desde el lunes 4 de abril. Otro, el levantamiento de la nota D (“default” en inglés financiero) y la recalificación de la deuda según la capacidad potencial de repago. De inmediato, habituales voceros del “lobby” anticanje salieron a advertir que “el 23,85% de rechazo influirá para que las nuevas notas no sean tan buenas”.

Por su parte, Lavagna se mostraba algo optimista y preveía el descenso del riesgo crediticio soberano de 5.000 a 480 puntos. Fuentes más cautas pensaban en alrededor de 550. Nuevamente, el ministro sostuvo que no se reabrirá el proceso, siquiera por pocos días. Aun así, medios financieros neoyorquinos e italianos insisten en que eso sucederá, pero ahora hay un detalle significativo: “Ni Argentina ni los bancos intervinientes han recibido una sola solicitud de reapertura”, declaró Guillermo Nielsen, subsecretario de Finanzas.

El gobierno aspiraba a restructurar US$ 81.835 millones, pero obtuvo 62.320 millones a cambio de deuda nueva por 35.300 millones. De esa forma, pasa a tener en situación regular 86% de la deuda total. La quita nominal asciende a 43%, cifra muy superior a recientes restructuraciones de países en desarrollo (“emergentes” es un eufemismo). No obstante, queda lejos del 75% pretendido en 2003 y logrado en quiebras privadas como WorldCom, Qwest, etc. Entretanto, el pasivo en pesos sube de 3 a 37%, con otro 37% en dólares y 14% en euros.

De un modo u otro, esos números han dejado malparada a la alta burocracia técnica del FMI. El sagaz disidente Michael Mussa (ex analista principal, no “economista”) directamente se reía de sus colegas supérstites. De acuerdo con un sitio manejado por técnicos de segunda línea, obviamente hostiles a la conducción actual, Mussa hacía mofa de Anne Krueger, Anup Singh y Thomas Dawson.

El Institute for International Economics, “lobby” banquero y empresario, armó un oportuno panel con funcionarios del Fondo y la secretaría norteamericana de Hacienda. Justamente, un grupo calificado como el “equipo económico presidencial más débil en mucho tiempo” por “The Economist”, reducto de ortodoxia decimonónica nada favorable a la Argentina ni a las economías periféricas.

Finalmente, grescas, críticas y recriminaciones mutuas pusieron en evidencia el flaco consenso entre quienes, hace dieciséis años, impulsaban –vaya paradoja- el extinto Consenso de Washington. Este programa, hijo de la Comisión trilateral y el Club de Roma, impuso –junto con el Banco Mundial y la OCDE- el mismo recetario que el FMI venía aplicando hasta el fracaso con Argentina.

Pero la partida no concluye. Simplemente, se transfiere al escenario político interno, donde ahora se juegan las próximas elecciones parlamentarias.

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