Banca: operadores que mutan en especuladores puros

Estos días, casi todo operador de inversiones parece a punto de abrir su propio fondo de cubertura, sin tener riesgos en cuenta. Esto infla una burbuja especulativa que preocupa a reguladores en Estados Unidos y allende el Atlántico.

19 julio, 2004

A diferencia de la burbuja puntocom, no se trata ahora de jóvenes tecnócratas convertidos en locos emprendedores, sino de operadores adultos –está de moda llamarlos “banqueros”- que crean fondos de cubertura. O sea, máquinas especulativas basadas en instrumentos derivativos, los más volátiles del menú financiero. La forma de encarar el negocio podría terminar perjudicando a las bancas de inversión y su imagen, ya bastante maltrecha.

Por cierto, los operadores de ese segmento no se distinguen por su lealtad o su ética, menos aun en tiempos tan movidos como los actuales. Por ejemplo, Brady Dougan –recién nombrado director ejecutivo de Crédit Suisse First Boston- estuvo a punto de fundar su propio fondo de cubertura. A Mehmet Dalman, colega de Dougan en Commerzbank Securities, la banca le permitió abrir el suyo para que no renunciase.

Armar un fondo es tentador y, si se tiene éxito, muy lucrativo. También confiere libertad, pues puede gestionarse desde Mayfair, Delaware, Bahamas, Montevideo, Connecticut, Caimán, etcétera.

El éxodo de operadores al campo de la especulación pura refleja, sin duda, amplios cambios en la propia banca. Tras el desastre de Long Term Capital Management (LTCM, manejado por dos Nobel económicos, premiados por fórmulas generatrices de derivativos) en 1998, los bancos empezaron a salir de esa gama. Temían los riesgos de jugar con su propio capital y los potenciales conflictos de interés. Entre ellos, hacer comprar a clientes bonos o acciones que ellos, como operadores, estaban vendiendo. Similares “equívocos” les han costado multas por US$ 1.500 millones a las principales firmas de valores norteamericanas.

No obstante, algunos años de condiciones operativas excepcionales, primero en valores y luego en papeles de deuda, cambiaron todo. Hoy, Goldman Sachs gana más operando por cuenta propia o de sus clientes que ofreciendo asesoría e intermediación. No es la única, por lo cual proliferan mesas de dinero bancarias en todo el sistema.

Así, cuando un operador o un equipo valioso abandona el banco para abrir un fondo especulativo propio, tiene efecto adverso en ingresos y utilidades. Por eso, las entidades tratan de “sobornarlos” para quedarse, asociándolos a sus negocios. En la práctica, la banca acaba invirtiendo en el fondo de su ex mesadinerista y, de paso, le aporta otros inversores, efectivo, papeles, investigación de mercado y trámite de operaciones.

Por consiguiente, algunas bancas de inversión generan una diáspora de operadores sólo en apariencia “cuentapropistas”, fomentando la proliferación de fondos especulativos especializados en inversores ricos. Esto es, canibalizan un viejo negocio: la banca personal. Los nexos financieros que implica la nueva tendencia son atractivos. Por de pronto, los fondos de cubertura equivalen ya a 30% de las comisiones por intermediación en varios bancos. Muchos, en realidad, creen haber perdido operadores para ganarlos como clientes.

Pero esta interdependencia es mucho más peligrosa de lo que la mayoría de bancas admite, aun en su fuero interno. Para empezar, sus operaciones se concentran más en la mesa de dinero. Un inversor cualquiera, escrutando balances, advertirá que ese canal aporta más a las utilidades, pero supondrá que otras actividades (asesoría, intermediación) equilibran los tantos.

No. Por el contrario, si los volátiles fondos de cubertura se convierten en clientes dominantes de una banca, bastará un bajón entre ellos para perjudicar los demás negocios. Eso puede suceder fácilmente. Las condiciones operativas ya son más duras, debido a expectativas sobre alza de tasas en Estados Unidos, que deprimen la cotización de los bonos al contado. Al mismo tiempo, la mera multiplicación de fondos de riesgo les torna difícil alcanzar retornos adecuados.

El peligro de saturación aumenta, precisamente, porque tantos fondos son financiados por bancas de inversión. Al respecto, cabe recordar que el colapso de LTCM se debió a que sus tácticas operativas y sus derivados fueran copiados en el resto del negocio. Entonces, cuando Rusia entró en cese de pagos (1998), muchos mercados bursátiles quedaron ilíquidos porque todos los fondos desarmaban posiciones el mismo tiempo.

La nueva diáspora de mesadineristas hace que los gestores de fondos no sólo se conozcan entre sí, sino que a menudo provengan de las mismas mesas. También retienen vínculos y contactos en los bancos de donde salieron, por lo cual suelen compartir estrategias operativas. De ahí al “insider trading” (uso indebido de información reservada) hay un solo paso, pues existe la tentación de compartir datos internos con algún fondo manejado por ex operadores propios.

Ese tipo de información también puede fluir de fondos a bancas de inversión. Cualquiera que actúe como intermediario directo de un fondo conocerá al dedillo sus operaciones y si, además, invierte ahí, estará en situación privilegiada: sabrá cómo marcha el fondo mucho antes que sus propios inversores.

Fiscales y autoridades regulatorias vislumbran esa clase de abusos. En verdad, la Comisión Federal de Valores investiga ya casos de fondo que especulan con datos de empresas a punto de hacer ofertas públicas iniciales de acciones. De hecho, sería extraño que no existieran conductas impropias, pues ambas partes dependen tanto una de otra que les resultaría inevitable transgredir ciertas normas.

Semejantes nexos desvelan a la justicia y debieran preocupar a bancas que dependen cada vez más de fondos especulativos, inclusive los de ex operadores suyos. Cuando un buen mesadinerista amenaza con irse, la banca debe sacrificar negocios o encontrar formas de mantener vínculos con el flamante “cuentapropista”. Lo segundo parece la mejor opción pero, por eso mismo, lleva a excesos.

A diferencia de la burbuja puntocom, no se trata ahora de jóvenes tecnócratas convertidos en locos emprendedores, sino de operadores adultos –está de moda llamarlos “banqueros”- que crean fondos de cubertura. O sea, máquinas especulativas basadas en instrumentos derivativos, los más volátiles del menú financiero. La forma de encarar el negocio podría terminar perjudicando a las bancas de inversión y su imagen, ya bastante maltrecha.

Por cierto, los operadores de ese segmento no se distinguen por su lealtad o su ética, menos aun en tiempos tan movidos como los actuales. Por ejemplo, Brady Dougan –recién nombrado director ejecutivo de Crédit Suisse First Boston- estuvo a punto de fundar su propio fondo de cubertura. A Mehmet Dalman, colega de Dougan en Commerzbank Securities, la banca le permitió abrir el suyo para que no renunciase.

Armar un fondo es tentador y, si se tiene éxito, muy lucrativo. También confiere libertad, pues puede gestionarse desde Mayfair, Delaware, Bahamas, Montevideo, Connecticut, Caimán, etcétera.

El éxodo de operadores al campo de la especulación pura refleja, sin duda, amplios cambios en la propia banca. Tras el desastre de Long Term Capital Management (LTCM, manejado por dos Nobel económicos, premiados por fórmulas generatrices de derivativos) en 1998, los bancos empezaron a salir de esa gama. Temían los riesgos de jugar con su propio capital y los potenciales conflictos de interés. Entre ellos, hacer comprar a clientes bonos o acciones que ellos, como operadores, estaban vendiendo. Similares “equívocos” les han costado multas por US$ 1.500 millones a las principales firmas de valores norteamericanas.

No obstante, algunos años de condiciones operativas excepcionales, primero en valores y luego en papeles de deuda, cambiaron todo. Hoy, Goldman Sachs gana más operando por cuenta propia o de sus clientes que ofreciendo asesoría e intermediación. No es la única, por lo cual proliferan mesas de dinero bancarias en todo el sistema.

Así, cuando un operador o un equipo valioso abandona el banco para abrir un fondo especulativo propio, tiene efecto adverso en ingresos y utilidades. Por eso, las entidades tratan de “sobornarlos” para quedarse, asociándolos a sus negocios. En la práctica, la banca acaba invirtiendo en el fondo de su ex mesadinerista y, de paso, le aporta otros inversores, efectivo, papeles, investigación de mercado y trámite de operaciones.

Por consiguiente, algunas bancas de inversión generan una diáspora de operadores sólo en apariencia “cuentapropistas”, fomentando la proliferación de fondos especulativos especializados en inversores ricos. Esto es, canibalizan un viejo negocio: la banca personal. Los nexos financieros que implica la nueva tendencia son atractivos. Por de pronto, los fondos de cubertura equivalen ya a 30% de las comisiones por intermediación en varios bancos. Muchos, en realidad, creen haber perdido operadores para ganarlos como clientes.

Pero esta interdependencia es mucho más peligrosa de lo que la mayoría de bancas admite, aun en su fuero interno. Para empezar, sus operaciones se concentran más en la mesa de dinero. Un inversor cualquiera, escrutando balances, advertirá que ese canal aporta más a las utilidades, pero supondrá que otras actividades (asesoría, intermediación) equilibran los tantos.

No. Por el contrario, si los volátiles fondos de cubertura se convierten en clientes dominantes de una banca, bastará un bajón entre ellos para perjudicar los demás negocios. Eso puede suceder fácilmente. Las condiciones operativas ya son más duras, debido a expectativas sobre alza de tasas en Estados Unidos, que deprimen la cotización de los bonos al contado. Al mismo tiempo, la mera multiplicación de fondos de riesgo les torna difícil alcanzar retornos adecuados.

El peligro de saturación aumenta, precisamente, porque tantos fondos son financiados por bancas de inversión. Al respecto, cabe recordar que el colapso de LTCM se debió a que sus tácticas operativas y sus derivados fueran copiados en el resto del negocio. Entonces, cuando Rusia entró en cese de pagos (1998), muchos mercados bursátiles quedaron ilíquidos porque todos los fondos desarmaban posiciones el mismo tiempo.

La nueva diáspora de mesadineristas hace que los gestores de fondos no sólo se conozcan entre sí, sino que a menudo provengan de las mismas mesas. También retienen vínculos y contactos en los bancos de donde salieron, por lo cual suelen compartir estrategias operativas. De ahí al “insider trading” (uso indebido de información reservada) hay un solo paso, pues existe la tentación de compartir datos internos con algún fondo manejado por ex operadores propios.

Ese tipo de información también puede fluir de fondos a bancas de inversión. Cualquiera que actúe como intermediario directo de un fondo conocerá al dedillo sus operaciones y si, además, invierte ahí, estará en situación privilegiada: sabrá cómo marcha el fondo mucho antes que sus propios inversores.

Fiscales y autoridades regulatorias vislumbran esa clase de abusos. En verdad, la Comisión Federal de Valores investiga ya casos de fondo que especulan con datos de empresas a punto de hacer ofertas públicas iniciales de acciones. De hecho, sería extraño que no existieran conductas impropias, pues ambas partes dependen tanto una de otra que les resultaría inevitable transgredir ciertas normas.

Semejantes nexos desvelan a la justicia y debieran preocupar a bancas que dependen cada vez más de fondos especulativos, inclusive los de ex operadores suyos. Cuando un buen mesadinerista amenaza con irse, la banca debe sacrificar negocios o encontrar formas de mantener vínculos con el flamante “cuentapropista”. Lo segundo parece la mejor opción pero, por eso mismo, lleva a excesos.

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