Al revés de la muerte y los impuestos, la jubilación no es segura

Sigue aumentando en Estados Unidos la lista de empresas que congelan planes de pensión para el personal. La segunda generación norteamericana de posguerra se queda de pronto sin futuro. Esto puede ser peor que la crisis hipotecaria.

4 septiembre, 2007

Al mismo tiempo, nuevas normas contables y leyes conexas se hallan en tratamiento parlamentario, tal como ha verificado un reciente estudio. A fin de cerrar eventuales brechas de financiamiento entre el sistema jubilatorio actual y el futuro, estimadas en alrededor de US$ 450.000 millones (28% de los gastos de guerra en Irak y Afganistán), algunas propuestas en debate les harían más fácil a las empresas quitarse de encima planes “promotores de ocio”, según definición de Alan Greesnpan, un jubilado que nunca padecerá estrecheces. Otros proyectos intentan crear incentivos para aportar al sistema paraestatal conocido como “401(k)”.

Varios expertos creen que el apuro en congelar prestaciones garantidas a los pasivos simplemente continúa una tendencia, nada novedosa, a abandonar ese tipo de esquemas. Si las decisiones de grandes compañías causan escozor es sólo porque provienen de un sector donde, por ejemplo, Exxon Mobil declara ganancias de US$ 80.000 por minuto.

Como la líder petrolera, se trata de empresas que gozan de perfecta salud y están lejos de los problemas que padecen automotrices, siderúrgicas, aerolíneas comerciales o telcos. Son firmas viables y no afrontan quebrantos financieros. No obstante, quieren pasarle al gobierno –ahogado en un enorme déficit fiscal- sus costos jubilatorios y médicos.

En tanto la idea de pensiones garantidas parece tranquilizadora, la naturaleza precaria de los planes 401(k) refleja una economía real donde casi no queda nada seguro. Existe una percepción común a la clase media y el proletariado norteamericano: los planes con prestaciones definidas son sólidos, mientras que los sujetos a aportes específicos ofrecen riesgos. No obstante, lo ocurrido en los últimos años debiera aventar la primera idea (al menos, eso piensan Wall Street, la Reserva Federal y la Casa Blanca.

Sin duda, cambiarles reglas de juego a quienes aún trabajan será conflictivo. Cualquier congelamiento de planes en curso castigará al personal más próximo al retiro, pero también inspirará desconfianza entre sus colegas jóvenes. Ésta se extenderá a todo tipo de remuneración –bonificaciones, verbigracia- y creará un clima de sospecha. Eso quizá no moleste a negocios orientados al corto plazo, pero perjudicará a compañías de miras más amplias.

Los planes convencionales de prestaciones determinadas, cuyos beneficios se acumulan en los años finales de carrera, buscaban crear vínculos con el empleador masivo. El caso típico era IBM, virtual impulsora de esos esquemas en los años 50. En esta clase de organizaciones, era indispensable un conocimiento detallado de la estructura interna y los negocios de largo aliento.

En general, el pase a planes de retiro garantidos por el estado obedece, dicen en los mercados, a menores ganancias bursátiles. Eso, a su turno, desfinancia los planes de prestaciones, pues las empresas no pueden –o no quieren- cumplir con los pagos involucrados. Pero hay un detalle que desvirtúa ese argumento: las mayores compañías que congelaron o piensan congelar jubilaciones se cuentan entre las de mayores utilidades y dividendos.

Al mismo tiempo, nuevas normas contables y leyes conexas se hallan en tratamiento parlamentario, tal como ha verificado un reciente estudio. A fin de cerrar eventuales brechas de financiamiento entre el sistema jubilatorio actual y el futuro, estimadas en alrededor de US$ 450.000 millones (28% de los gastos de guerra en Irak y Afganistán), algunas propuestas en debate les harían más fácil a las empresas quitarse de encima planes “promotores de ocio”, según definición de Alan Greesnpan, un jubilado que nunca padecerá estrecheces. Otros proyectos intentan crear incentivos para aportar al sistema paraestatal conocido como “401(k)”.

Varios expertos creen que el apuro en congelar prestaciones garantidas a los pasivos simplemente continúa una tendencia, nada novedosa, a abandonar ese tipo de esquemas. Si las decisiones de grandes compañías causan escozor es sólo porque provienen de un sector donde, por ejemplo, Exxon Mobil declara ganancias de US$ 80.000 por minuto.

Como la líder petrolera, se trata de empresas que gozan de perfecta salud y están lejos de los problemas que padecen automotrices, siderúrgicas, aerolíneas comerciales o telcos. Son firmas viables y no afrontan quebrantos financieros. No obstante, quieren pasarle al gobierno –ahogado en un enorme déficit fiscal- sus costos jubilatorios y médicos.

En tanto la idea de pensiones garantidas parece tranquilizadora, la naturaleza precaria de los planes 401(k) refleja una economía real donde casi no queda nada seguro. Existe una percepción común a la clase media y el proletariado norteamericano: los planes con prestaciones definidas son sólidos, mientras que los sujetos a aportes específicos ofrecen riesgos. No obstante, lo ocurrido en los últimos años debiera aventar la primera idea (al menos, eso piensan Wall Street, la Reserva Federal y la Casa Blanca.

Sin duda, cambiarles reglas de juego a quienes aún trabajan será conflictivo. Cualquier congelamiento de planes en curso castigará al personal más próximo al retiro, pero también inspirará desconfianza entre sus colegas jóvenes. Ésta se extenderá a todo tipo de remuneración –bonificaciones, verbigracia- y creará un clima de sospecha. Eso quizá no moleste a negocios orientados al corto plazo, pero perjudicará a compañías de miras más amplias.

Los planes convencionales de prestaciones determinadas, cuyos beneficios se acumulan en los años finales de carrera, buscaban crear vínculos con el empleador masivo. El caso típico era IBM, virtual impulsora de esos esquemas en los años 50. En esta clase de organizaciones, era indispensable un conocimiento detallado de la estructura interna y los negocios de largo aliento.

En general, el pase a planes de retiro garantidos por el estado obedece, dicen en los mercados, a menores ganancias bursátiles. Eso, a su turno, desfinancia los planes de prestaciones, pues las empresas no pueden –o no quieren- cumplir con los pagos involucrados. Pero hay un detalle que desvirtúa ese argumento: las mayores compañías que congelaron o piensan congelar jubilaciones se cuentan entre las de mayores utilidades y dividendos.

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