En estos días la revista The Atlantic publicó un provocador artículo firmado por el doctor Ezekiel Emanuel que lleva por título “Por qué quiero morir a los 75 años”. En ese largo artículo explica que la sociedad, las familias y las personas mismas, estarán mucho mejor si la naturaleza hace lo que tiene que hace de manera rápida y expeditiva. Eso quiere decir que la vida de una persona no llegue mucho más allá de los 75 años.
Indudablemente la muerte es una pérdida,dice Emanuel, nos priva de todas las cosas que valoramos. Pero vivir demasiado también es una pérdida: nos quita fuerza, velocidad, vista, oído, creatividad, chispa, ingenio, y en un inexorable proceso de deterioro nos va incapacitando cada vez más. Nos pone en un estado que si bien no es peor que la muerte, nos rodea de limitaciones mentales y físicas. Nos quita, en definitiva, la posibilidad de hacer aportes al trabajo, a la sociedad y al mundo. Cambia la forma en que la gente nos ve, que se relaciona con nosotros y – lo más importante de todo – la forma en que nos recuerda. Ya no somos recordados como personas vibrantes y comprometidas sino como débiles, ineficaces y hasta patéticas.
El autor no se refiere ni a la eutanasiani a ningún otro método de terminar con la vida. El artículo explica exclusivamente como prefiere él terminar su vida, y lo dice desde un estado de buena salud.
Hay muchísima gente (en Estados Unidos) que vive obsesionada tomando vitaminas, haciendo ejercicios, haciendo palabras cruzadas para conservar la agilidad mental en un bravísimo esfuerzo por engañar a la muerte y prolongar la vida lo más posible. Son los que él llama “los norteamericanos inmortales”.
La aspiración de muchos es vivir una vida muy larga y luego morir abrutamente sisn dolores ni deterioro físico. Una especie de fuente de juventud hasta el fin. Eso es un sueño, una fantasís que mueve a los norteamericanos inmortales y ha multiplicado el interés en invertir en la medicina regenerativa y el reemplazo de órganos.
Emanuel cree que esa desesperación obsesiva por extender la vida es potencialmente destructiva. Por muchas razones, dice, 75 es una buena edad para que llegue la muerte.