viernes, 22 de noviembre de 2024

Suecia premió este año la ciencia básica

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El anuncio fue una sorpresa para muchos, incluidos los galardonados.

Jeffrey Hall y Michael Rosbash, de la Brandeis University, y Michael Young, de la Rockefeller University, comparten este año el Premio Nobel de Fisiología o Medicina por su trabajo sobre el ritmo circadiano, comúnmente conocido como reloj biológico. El anuncio del premio a estos tres investigadores norteamericanos resultó una sorpresa. El trio no figuraba en ninguna de las listas de candidatos posibles y dicen que cuando a Rosbash lo despertó la llamada telefónica desde Suecia a primera hora de la mañana lo que le salió fue: “debe ser una broma”.

¿Por qué la incredulidad? Porque el trabajo que había presentado él y sus colegas no tiene una aplicación práctica inmediata. Comparado con avances en inmunoterapia, que usa las defensas del cuerpo para combatir el cáncer, o con CRISPR, la revolucionaria técnica de edición de genes, entender el ritmo circadiano no sirve hoy para solucionar nada. Sólo sirve para entender.

Sin embargo, desde el Instituto Karolinska, en Estocolmo, el secretario de la Asamblea del Nobel, Thomas Perlmann, elogió a los científicos por ayudar a “explicar cómo adaptan las plantas, animales y humanos su ritmo biológico para que sincronice con las rotaciones de la tierra”.

 

El trabajo de los tres investigadores en este terreno se remonta a 1984, cuando aislaron un gen que controla el ritmo en las moscas de la fruta. En 1990 Hall y Rosbash realizaron un estudio junto a Paul Hardin, exalumno de posgrado de Rosbash, en el que demostraban que la proteína que codifica ese gen fluctúa en un periodo de 24 horas: sube a la noche y cae durante el día. Cuatro años depués, Young y sus colegas en Rockefeller descubrieron otro gen circadiano fundamental, que llamaron “atemporal.”

Se sabe poco de las deliberaciones de la comisión que decide los premios y cómo llega a elegir a los ganadores. Lo que se sabe es que le llegan nominaciones de todo el mundo, discuten mucho sobre quién es la persona que merece el crédito de un descubrimiento y que también discuten mucho sobre cuál es el mensaje que envían al preferir honrar a un científico por sobre otro.

Jerome Groopman, columnista de New Yorker desde 1998 especializado en medicina y biología, interpreta que el premio de este año y el del año pasadoaluden a la brecha entre ciencia básica — la búsqueda de conocimiento científico por el conocimiento mismo — y ciencia aplicada—que se concentra en trabajos con efectos obvios e inmediatos. Un premio típico a la ciencia aplicada fue el otorgado en 2008 a Françoise Barré-Sinoussi y Luc Montagnier, por el descubrimiento del H.I.V.

El premio de este año es, para Groopman, una especie de crítica. La ciencia básica está sitiada, dice, especialmente en Estados Unidos. Hay muchos en el Congreso que se dedican a criticar proyectos financiados por el gobierno federal que, según sus propias definiciones, se plantean preguntas inútiles  que no se traducen directamente en soluciones a problemas urgentes como la cura del cáncer o del Alzheimer.Es posible, dice, que en el actual entorno político Hall, Rosbash y Young no habrían conseguido dinero para su investigación “¿A quién le interesa conocer cómo reacciona la mosca de la fruta?”.

Según Groopman, la comisión del Nobel envía con su decisión una señal: la ciencia que informa y, ocasionalmente cambia drásticamente nuestra comprensión de la salud y la enfermedad de los seres humanos , a veces llega de los rincones más insospechados. El año pasado el Premio Nobel de Medicina fue para Yoshinori Ohsumi, un biólogo japonés que estudió la autofagia, el proceso mediante el cual las células se liberan de sus desechos. Ohsumi usó células de levadura para analizar la autofagia, pero un sistema similar de liberación de desechos existe en los seres humanos.

Así también, los estudios del ritmo circadiano en las moscas arrojaron luz sobre los genes y proteínas que sincronizan nuestros propios cuerpos con el día; podrían conducir a tratamientos para una gran cantidad de enfermedades, desde el jet lag hasta la obesidad o enfermedades cardíacas.

Lo maravilloso de la ciencia es aprender por el solo hecho de aprender. Los conocimientos que surjan podrían luego ser usados para solucionar los problemas que enfrentamos en la vida cotidiana.

El mensaje codificado en la elección de este año es el de valorizar el trabajo científico básico, ese que se propone descubrir cosas. Nada más que eso.

 

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