Por Javier Lillo Ramos (*)
El mismo informe estima que la escasez de agua podría desplazar a unos 700 millones de personas para el año 2030.
Garantizar la disponibilidad de agua, su gestión sostenible y el saneamiento para todos se incluye como Objetivo 6 (“Agua limpia y Saneamiento”) entre los 17 Objetivos de la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible (ODS) establecidos por las Naciones Unidas en 2015. Como demuestran las cifras, aún estamos lejos de cumplirlo.
Las zonas más vulnerables
Nos hallamos en un escenario de emergencia hídrica, donde la suma de los efectos del cambio climático –con acusadas alteraciones en precipitaciones y un incremento de temperatura– con los efectos derivados del aumento imparable de la demanda del recurso hídrico –debido al crecimiento demográfico y al desarrollo socioeconómico– está causando un grave impacto negativo en la disponibilidad (en términos de calidad y cantidad) de agua dulce en muchas regiones del planeta.
Allí donde el recurso es más escaso, se produce así un efecto de retroalimentación por la elevada explotación en proporción al agua dulce disponible, lo que a su vez causa un alto estrés hídrico.
Muchas de las áreas con un alto estrés hídrico son precisamente las menos desarrolladas, las que están más lejos de alcanzar los ODS. En esos casos, la disponibilidad de agua dulce y saneamiento seguros son especialmente críticos para alcanzar los ODS que se incluyen en la dimensión humana de los objetivos de la Agenda 2030, aunque también lo son para la consecución de ODS en las dimensiones ambiental y socioeconómica.
En contrapartida, avanzar en el objetivo del agua requiere, inevitablemente, progresar en la dimensión de la gobernanza.
Con este análisis, se hace necesario reformular y redefinir las tres dimensiones tradicionales (social, económica y ambiental) del desarrollo sostenible y el agua.
Agua, pobreza y hambre
Las interrelaciones entre los diferentes ODS están muy condicionadas por el contexto geográfico en donde se aplique el análisis. Así ocurre con el ODS 6, para el que muchas de estas interrelaciones con otros ODS son extremadamente sensibles al grado de desarrollo de la población.
En el mundo, 1 200 millones de personas viven en la pobreza extrema (ODS 1). De ellas, aproximadamente la mitad son jóvenes y niños por debajo de los 18 años. Aunque la falta de agua y saneamiento no es la causa única de la pobreza, sí es un factor clave.
Unos 1 000 millones de personas pobres no disponen de saneamiento o acceso al agua potable, y aproximadamente 437 millones están privadas de ambos. La población pobre más numerosa se concentra, precisamente, en dos de las regiones con mayor estrés hídrico: Asia meridional y África subsahariana.
Muy relacionada con la pobreza, casi el 78 % de la población pobre del mundo sufre hambre crónica. Esta población es fundamentalmente rural, y su alimentación se basa en la agricultura y, en menor medida, la ganadería, ambas muy dependientes de la disponibilidad de agua.
Las regiones del mundo con mayor prevalencia de inseguridad alimentaria corresponden también al África subsahariana y Asia central y meridional. La situación de estrés hídrico en estas áreas no permite disponer de agua para riego y así poder reducir la inseguridad alimentaria.
Saneamiento y salud
El acceso al agua potable y saneamiento seguros tiene unos importantes efectos directos, pero también indirectos, en la salud. El agua no tratada es un vehículo de patógenos y, sin agua, la higiene personal, si la hay, es incompleta o inadecuada.
La inexistencia de saneamiento genera masas de aguas superficiales favorables para el desarrollo de organismos vectores de enfermedades. La falta de control y tratamiento en la captación de agua dulce y vertido de aguas residuales puede suponer, además, una amenaza para la salud por la existencia de contaminantes químicos.
El riego y procesado de alimentos con aguas residuales no tratadas es otra causa de transmisión de enfermedades.
Desigualdad en el acceso al agua
La desigualdad en el acceso al agua y al saneamiento genera desigualdad económica, y viceversa, en un sistema que se retroalimenta. Los más pobres no solo tienen menos acceso al agua, sino que también tienen menos acceso a los centros de decisión sobre la gestión de los recursos. Ello hace que también sean los más vulnerables a los eventos extremos (sequías e inundaciones).
En áreas rurales, además, la brecha de desigualdad en el acceso y el control de los recursos hídricos es mayor, siendo más acusada entre géneros. Allí, la falta de acceso al agua potable y al saneamiento tiene un mayor impacto en las mujeres y las niñas, que son (en 8 de cada 10 hogares sin acceso a agua corriente) las responsables de la recogida y transporte del agua. Se genera un doble efecto que dificulta la asistencia de las niñas a la escuela: a los medios de higiene limitados se le suma su trabajo para el suministro de agua en el hogar.
Pobreza hídrica y desarrollo
En el escenario actual de emergencia hídrica, el agua es un factor crítico en el desarrollo sostenible. Si queremos avanzar en este, especialmente en las áreas con mayor estrés hídrico, es imprescindible desarrollar las herramientas necesarias para asegurar el acceso al recurso, que será, progresivamente, más escaso y demandado.
En esas áreas es donde, además, se concentra la mayor pobreza en el mundo. Por ello, algunas de las estrategias de sostenibilidad hídrica utilizadas en los países desarrollados no sirven: no hay ahorro si no hay agua, no hay reutilización si no hay saneamiento, no hay gestión si no hay infraestructuras.
Los avances en los objetivos y metas relacionados con el agua están aún muy lejos de ser satisfactorios. Hoy, 22 de marzo, se inicia la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Agua 2023. Esperemos que sirva para establecer la agenda de acción audaz y realmente impulsora –especialmente en las regiones más desfavorecidas– que el agua se merece.
(*) Profesor de Geodinámica e investigador en geología y cambio global, Universidad Rey Juan Carlos.