jueves, 21 de noviembre de 2024

Sigue la purga en el banco Vaticano

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Tras la detención el pasado viernes del alto prelado Nunzio Scarano, acusado de fraude y corrupción, renunciaron ayer el director general, Paolo Cipriani, y el vicedirector, Massimo Tulli. El papa decidió descabezar el banco del Vaticano para, de facto, ponerlo bajo sus órdenes. 

Ciudad del Vaticano.- La dimisión del director general, Paolo Cipriani, y el vicedirector, Massimo Tulli, fue aceptada por la comisión de Cardenales y el consejo de supervisión y se ha producido tres días después de la detención de tres personas, entre ellas el prelado Nunzio Scarano, responsable del servicio de contabilidad de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (APSA), que gestiona el capital inmobiliario del Vaticano. 
Las acusaciones son de fraude y corrupción en el marco de una investigación sobre supuestas irregularidades financieras en el IOR.
Con estas dimisiones se acelera la reforma del banco Vaticano, según precisó su presidente, Ernest von Freyberg, después de que el 26 de junio el papa Francisco creara una comisión formada por cinco personalidades para investigar y aportar transparencia al IOR, envuelto desde hace años en numerosos escándalos financieros.
El consejo de Supervisión y la Comisión Cardenalicia que vigila el funcionamiento del banco han aceptado las dimisiones y han pedido al alemán von Freyberg que asuma de manera interina y con “efecto inmediato” las funciones de director general, mientras se ha abierto el proceso para designar a los sucesores de Cipriani y Tulli.
Nombrado por Benedicto XVI en sustitución del anterior presidente, Ettore Gotti Tedeschi, unas horas antes de dejar de ser Papa, Von Freyberg estará ayudado por Rolando Marranci, que asumirá provisionalmente la vicedirección, y Antonio Montaresi como responsable de proyectos especiales. Ambos tienen experiencia en bancos de Estados Unidos e Inglaterra.
El consejo de Supervisión está formado por von Freyberg y cuatro consejeros, el alemán Ronald Hermann Schmitz, el español Manuel Soto Serrano, el estadounidense Carl Albert Anderson y el italiano Antonio María Marocco.
Según el comunicado del Vaticano, Cipriani y Tulli han dimitido “en el mejor interés del instituto y de la Santa Sede”, y Von Freyberg les agradeció la “dedicación personal que han manifestado durante estos años”, a la vez que resaltó que Marranci y Montaresi son “dos excelentes profesionales”.
La Autoridad de Información Financiera (AIF), organismo creado en 2010 para vigilar la transparencia financiera de la Santa Sede, ha sido informada, así como la comisión especial creada por Francisco para la reforma del IOR.
El presidente del IOR agregó que desde 2010 el banco vaticano y su Dirección han trabajado “seriamente para lograr que las estructuras y los procedimientos este en línea con los estándares internacionales en la lucha contra el blanqueo de dinero”. 
Con todo, von Freyberg señaló que, “si bien, están agradecidos por los resultados logrados, está claro que se necesita una nueva dirección para acelerar el ritmo de este proceso de transformación”.
IOR
La comisión creada el 26 de junio por Francisco tiene como objetivo recoger información sobre la marcha del IOR para “llegar a una mejor armonización del instituto respecto a la misión de la Iglesia católica”, según informó el Vaticano ese día. 
Fue el segundo paso dado por el papa Bergoglio para la reforma del IOR, después de que el 15 de junio fuera nombrado el sacerdote italiano Battista Ricca secretario interino del organismo.
Antes, el 15 de febrero, la comisión Cardenalicia nombró al alemán von Freyberg, de 55 años, presidente del IOR, en sustitución del italiano Ettore Gotti Tedeschi destituido el 24 de mayo de 2012 tras verse salpicado por irregularidades que investiga la Fiscalía de Roma en el ámbito de prevención del blanqueo de dinero. 
El IOR, con sede en la Ciudad del Vaticano, fue fundado por Pío XII en 1942 y tiene personalidad jurídica propia. En la entidad trabajan 112 personas y dispone de 12 ventanillas. Su única sede está en el Vaticano.
A principios de la década de los 80 se vio salpicado por el escándalo de la quiebra del banco Ambrosiano de Roberto Calvi, encontrado ahorcado bajo un puente de Londres en 1982. 
Aunque el Vaticano siempre rechazó cualquier responsabilidad, sí admitió su “implicación moral” y pagó 241 millones de dólares de la época a los acreedores de la entidad.
Lista blanca
El IOR fue reformado en 1989 por Juan Pablo II, y el 30 de diciembre de 2010 Benedicto XVI aprobó una ley para luchar contra el blanqueo de dinero en la instituciones financieras del Vaticano, con el objetivo de entrar en la llamada “lista blanca” de Estados que respetan las normas para la lucha contra el lavado de dinero.
Se cierra así, según fuentes de la Santa Sede, unas horas especialmente duras en el Vaticano en general y en el IOR en particular. 
Sobre todo al comprobar que, tras la detención por parte de la Guardia de Finanzas (la policía fiscal italiana) de un alto miembro de la Curia, el Vaticano no solo no intentaba rescatarlo sino que, de forma explícita, se ponía a disposición de las autoridades italianas. 
Esa declaración del portavoz vaticano, el padre Federico Lombardi, suponía de hecho un cambio de época. 
De la investigación de las fiscalías de Roma y de Salerno se desprende que monseñor 500 –así llamaban a monseñor Scarano por su disponibilidad de billetes púrpuras—manejaba gran cantidad de dinero, de inmuebles, de acciones y de títulos gracias en gran medida a la opacidad mítica del IOR, un banco que, tras los muros del Vaticano, sigue ofreciendo a sus clientes la misma confidencialidad que el más oscuro de los paraísos fiscales. Y solo con cruzar el Tíber.
Los escándalos del banco del Vaticano centraron buena parte de las congregaciones generales, las reuniones que celebran los cardenales antes del cónclave. 
Durante aquellos días que siguieron a la renuncia de Benedicto XVI –marcada por el robo de su documentación secreta y las peleas de poder entre distintas facciones de la Curia—los cardenales estadounidenses y el propio Bergoglio protagonizaron intervenciones muy claras a favor de limpiar la Iglesia. 
Y el IOR, estaba claro, era de los lugares donde con más urgencia había que meter la escoba, el pozo oscuro que en las últimas décadas había venido emponzoñando la labor de la Iglesia. Pero, entre los riesgos de emprender una operación tan arriesgada y la proverbial lentitud eclesiástica, nadie pensó que aquellos buenos propósitos se pusieran en marcha tan pronto.
Pero entre el discurso recurrente del papa Francisco –”deseo una Iglesia pobre y para los pobres que salga de los palacios y vaya a las periferias”—y las continuas sospechas de corrupción lograron el milagro. Un terremoto en el IOR. Ya el miércoles de la semana pasada, Francisco lanzó un mensaje muy claro al nombrar una comisión de investigación sobre el banco del Vaticano. 
La orden del Papa era tajante. No solo reformar el IOR para que “los principios del Evangelio impregnen también las actividades de carácter económico y financiero”. 
Pero no menos tajante era la composición de sus investigadores. Bajo la dirección del cardenal salesiano Raffaele Farina trabajarían un cardenal francés, Jean-Louis Touran, una mujer laica, la profesora estadounidense, Mary Ann Glendon, el arzobispo español Juan Ignacio Arrieta y el teólogo estadounidense Peter Bryan Wells. 

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