Es curioso como algunas ideas y conceptos se atribuyen a un actor o a una obra literaria o artística, sin que el autor tenga responsabilidad alguna. Pero son efectivas y felices, y por eso seguramente ganan inmortalidad.
El absolutismo de los monarcas franceses en los siglos 17 y 18 terminó con un proceso que hizo rodar sus cabezas, instalar primero la Revolución Francesa y luego a Napoleón. Sin embargo, nadie duda que fue Luis XIV (cuando se pretendía tener algún tipo de representación en una asamblea legislativa) quien fulminó a todos con su famoso: “El Estado soy yo”. Pero nunca lo dijo.
La novela policial ha sido deleite de millones de lectores. Muy especialmente toda la obra de Conan Doyle sobre las maravillosas aventuras de su detective Sherlock Holmes y de su leal ayudante, el no menos famoso Dr. Watson. Sin embargo, si un empecinado recorre página por página de cada uno de todas las novelas publicadas, jamás encontrará la sentencia: “Elemental, querido Watson”.
Generación tras generación, todos han visto el inmortal film Casablanca, con Humphrey Bogart e Ingrid Bergman. Cada uno de nosotros puede verla 100 veces esperando el momento tan especial –según la leyenda- en que Bogart le dice al pianista negro: “Tócala otra vez, Sam”. Y nunca encontrará esa escena, por la sencilla razón de que nunca existió.
Otra frase recordada en muchas circunstancias es una de Abraham Lincoln, el presidente de Estados Unidos: “Se puede engañar a todo el mundo alguna vez y a alguna persona todo el tiempo, pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo”. No figura en ningún registro oficial.
Tampoco los grandes pensadores se han salvado de este curioso fraude, El gran filósofo francés Voltaire pasa por haber dicho: “No estoy de acuerdo con lo que decís, pero defenderé hasta la muerte vuestro derecho a decirlo”. No hay texto, relato o crónica que lo avale.
Sería interesante y divertido hacer toda una antología de estas frases célebres cuyos reales autores permanecen desconocidos.