Vamos a ver. La mujer , desde que comenzó a trabajart fuera de su casa, se encontró con el problema de cómo vestirse. Al principio se vistió con el famoso “traje sastre”, par aimitar al hombre y para que la tomaran un poco más en serio. Pero enseguida vino la crítica: debía ser femenina… pero tampoco demasiado. Había que vestirse como una mujer pero la ropa no debía ser ni muy llamativa, ni muy ajustada, ni muy sexi, tampoco excesivamente desaliñada. Había muchas formas de equivocarse.
Hoy sigue siendo difícil, pero por otras razones. Los códigos de vestimenta se aflojaron en todas partes del mundo, aun en los sectores más conservadores, como la abogacía y las finanzas, aunque allí se mantienen dentro de un relativo estilo formal.
La tecnología es el bastión de la informalidad. Entre esos dos polos se encuentra toda la gama entre los formal y los informal. Justamente por eso es que es difícil manejar lo que está bien y lo que no está bien para la oficina.
En realidad, requiere un acto de equilibrismo, para la mujer que trabaja y para las marcas que fabrican ropa para ella. Es cierto que muchas oficinas han aflojado el estilo adecuado, pero no todas. También lo es que muchas otras han perdido totalmente la formalidad, al punto que no suele haber distinción entre lo que una mujer se pone durante los días laborables y lo que elige para salir el fin de semana.
¿Qué deberían, entonces, vender las marcas a la mujer que trabaja?
La ropa informal se está comiendo a la ropa de trabajo. Los rasgos básicos que definen la “ropa para ir a trabajar” no han variado demasiado con el tiempo. Para las mujeres (y también para los hombres) la ropa no debería mostrar demasiado demasiado desarreglada. El problema es que permanente cambian los criterios básicos para definir ambas cosas. La línea que divide la ropa atlética de la ropa de todos los días se sigue desdibujando. Las calzas se han convertido en parte del guardarropas básico de muchas mujeres. Y ahora también forman parte de lo que se ponen para trabajar.
Los fabricantes de ropa tiene diversas opiniones sobre si las calzas son apropiadas para trabajar. Algunos contestan con un rotundo no. Pero se han popularizado. Ése debe ser un ejemplo extremo de cuánto se ha informalizado la vestimenta para ir a trabajar. Pero subraya el hecho que ya no hace falta tener un guardarropa lleno de trajes tastre y que las marcas que fabrican ropa para ir a trabajar no pueden ignorar esta informalización. Si lo hacen, pierden.