Perspectivas externas en un mundo aún globalizado

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La comparación entre el crecimiento de las actividades económicas y las exportaciones de la Argentina y del mundo desde mediados de los 90 marcan el fuerte fracaso de nuestro país en el aprovechamiento de las oportunidades que abrió la globalización.

Esta evidencia sólo reitera lo conocido y enfrenta al país a la necesidad de corregir su falta de inserción internacional en un escenario mundial mucho más conflictivo y mucho menos favorable para los países en desarrollo, según argumenta el trabajo de los economistas de FIEL, Marcela Cristini y Guillermo Bermúdez.

Desde el punto de vista de su inserción internacional, la Argentina se caracteriza por ser un país “cerrado”, es decir, con una baja participación de las exportaciones e importaciones dentro de su actividad económica. Históricamente, más de un 60% de nuestras exportaciones han sido productos básicos de la agroindustria o la minería. Por su parte, el patrón de nuestras importaciones varía con los ciclos de la macroeconomía.
En el presente, las importaciones se concentran en insumos para la industria y piezas para mantenimiento del parque industrial. En tiempos de mayor estabilidad, y por cortas etapas, también se importan bienes de capital para inversiones. Del lado exportador, el país es un “global trader”, ya que más de 90 países compran sus productos básicos, aunque China, Brasil y Chile destacan como destinos principales.
Por el lado importador, las compras están mucho más concentradas por origen, y Brasil y China son nuestros proveedores más importantes. Esas características del comercio exterior argentino generan vulnerabilidades para tener en cuenta hasta que, con un programa adecuado, se logre un patrón más diversificado de exportaciones.
Así, por ejemplo, los ciclos de precios de los productos básicos internacionales afectan la estabilidad de los ingresos externos. A la vez, en años excepcionales como 2022 o el presente, una catástrofe climática, como la sequía que afectó a las principales áreas de producción agrícola desde 2021, tiene el potencial de reducir fuertemente los saldos exportables.
Este patrón exportador impone la necesidad de “ahorrar divisas” en los buenos años para hacer frente a la restricción externa de los malos años. En contraste, en los países principales productores mundiales como Australia, Canadá, Chile y también en el caso de Brasil en las últimas dos décadas, la ventaja comparativa para la producción agroindustrial y minera les ha permitido contar con un flujo importante de divisas de gestión casi “automática”, debido a la diversidad de los demandantes y a su rol esencial en la cobertura de necesidades de alimentación o producción industrial básica. Ese flujo funciona como un ingreso mínimo seguro que, en el caso de esos países, ha servido de base financiadora de un desarrollo económico con importante inserción internacional.
Con todo, cabe acotar que, pese a las malas condiciones climáticas del año, en los primeros cuatro meses de 2023, el sector agroindustrial siguió aportando el 52% del valor total exportado. El seguimiento de la evolución del balance comercial indica que, en el primer cuatrimestre, las exportaciones cayeron un 21,3% (USD 21790 millones) y las importaciones se redujeron en un -6,4% (USD 23259 millones). El saldo comercial fue negativo en -1469 millones. En este período, además, se destaca el aumento de las exportaciones de material de transporte (automóviles) dentro de las exportaciones de manufacturas, que crecieron un 31,2% en el primer cuatrimestre del año.
En el caso de las exportaciones totales, los precios internacionales cayeron casi un 5%, pero fue el ajuste negativo de las cantidades lo que explica mayoritariamente los resultados (-17,4%).
No se promueve una estrategia de “de-risking”. En la reciente reunión del G-7 se precisó esta estrategia en el sentido de evitar la dependencia de sectores estratégicos vinculados a tecnologías que pudieran afectar la seguridad nacional de los miembros del grupo. China es, sin duda, el principal destinatario de esta acción.
Sin embargo, los principales países avanzados se preocuparon también de aclarar que no buscaban una separación (de-coupling) de la economía de China y tampoco buscaban limitar el crecimiento del país asiático. Con todo, el alcance de la aplicación de este concepto por cada país dependerá de sus propios intereses nacionales.
Por su parte, China ha rechazado este enfoque que considera atentatorio contra su propio desarrollo. La situación actual de las relaciones económicas internacionales dista significativamente de la etapa de globalización que benefició el crecimiento económico generalizado del mundo, favoreciendo especialmente a los países en desarrollo de Asia y Europa del Este.
Hasta 2019, los augurios de una desaceleración de la globalización habían resultado fallidos a pesar de los shocks derivados de los “nuevos nacionalismos” en algunos países avanzados, como los Estados Unidos del Presidente Trump en 2016 o el Brexit del Reino Unido y su separación de la Unión Europea. En la actualidad, los cambios estratégicos mencionados arriba volvieron a poner en discusión la evolución de la globalización.
Al respecto, la empresa de transporte de carga y logística DHL publica anualmente un ranking de conectividad económica internacional de 172 países. Su índice tiene en cuenta los flujos de comercio, capitales e información de cada país. Según ese informe, tan recientemente como en 2022, los flujos internacionales del comercio han sido resilientes y han mantenido su carácter global. Con todo, se verifica que el comercio entre los Estados Unidos y China muestra signos de “de-coupling”, pero sin llegar a impulsar una fragmentación importante que lleve a una regionalización del comercio mundial. La regionalización ya era importante en la pre-pandemia abarcando al 50% del comercio, pero no se ha observado un aumento sustancial en los últimos años. La Argentina ocupa el puesto 82 del ranking de DHL en 2022, por debajo de la mayoría de los países de América del Sur. Nuestro país no ha aprovechado las oportunidades de la etapa de rápida globalización que se verificaron desde los años 90 y también ha ido perdiendo posiciones como oferente internacional frente a otros países de la región de América Latina (Brasil, Chile, Colombia, Perú, entre los más importantes).
En un enorme contraste con las discusiones sobre crecimiento y desarrollo que se observan en la situación local, el mundo se encuentra ocupado en el análisis de la evolución de los flujos comerciales, la continuidad de la globalización y la propia gobernanza del comercio internacional. En ese análisis, los países en desarrollo juegan roles significativos como integrantes de las cadenas de abastecimiento y en su calidad de clientes potenciales en una futura etapa de recomposición del crecimiento mundial.
Un hito importante para ese análisis de las relaciones económicas internacionales ha sido la disrupción ocurrida durante la pandemia de COVID-19. Entonces se pusieron en evidencia los riesgos de desabastecimiento a lo largo de las cadenas de producción que se iniciaban en los países en desarrollo del Este y Sur de Asia y que completaban los productos a lo largo de varias instancias hasta llegar a la etapa final en los países de ingresos altos de mayor consumo.
China, que había iniciado su desarrollo como abastecedor principal en el “upstream” de esas cadenas, avanzó cada vez más en la complejidad de su producción hasta adquirir el título de “fábrica del mundo”, convirtiéndose en un abastecedor principal de bienes finales, sobre todo a los países en desarrollo. Los problemas de desabastecimiento, particularmente en productos tecnológicos, llevaron a la concepción de nuevas estrategias como el “near-shoring” (outsourcing a países cercanos) o el “on-shoring” (outsourcing dentro del propio país), para reducir riesgos de interrupción de la producción, mayores costos de transporte y también por razones estratégicas.
En el tema de los costos de transporte, el ejemplo de la Argentina muestra que los fletes marítimos aumentaron casi un 200% desde la pandemia y hasta fines de 2021 y sólo descendieron un 50% hasta el presente. En cuanto a las razones estratégicas, la competencia tecnológica entre los Estados Unidos y China ya caracterizaba a las relaciones económicas internacionales en la pre-pandemia, pero la situación se fue agravando y se volvió crítica luego de la invasión de la Federación Rusa a Ucrania. Actualmente, en un esfuerzo por reducir los riesgos políticos y económicos de esta competencia en los Estados Unidos
se promueve una estrategia de “de-risking”. En la reciente reunión del G-7 se precisó esta estrategia en el sentido de evitar la dependencia de sectores estratégicos vinculados a tecnologías que pudieran afectar la seguridad nacional de los miembros del grupo. China es, sin duda, el principal destinatario de esta acción. Sin embargo, los principales países avanzados se preocuparon también de aclarar que no buscaban una separación (de-coupling) de la economía de China y tampoco buscaban limitar el crecimiento del país asiático.
Con todo, el alcance de la aplicación de este concepto por cada país dependerá de sus propios intereses nacionales. Por su parte, China ha rechazado este enfoque que considera atentatorio contra su propio desarrollo. La situación actual de las relaciones económicas internacionales dista significativamente de la etapa de globalización que benefició el crecimiento económico generalizado del mundo, favoreciendo especialmente a los países en desarrollo de Asia y Europa del Este.
Hasta 2019, los augurios de una desaceleración de la globalización habían resultado fallidos a pesar de los shocks derivados de los “nuevos nacionalismos” en algunos países avanzados, como los Estados Unidos del Presidente Trump en 2016 o el Brexit del Reino Unido y su separación de la Unión Europea. En la actualidad, los cambios estratégicos mencionados arriba volvieron a poner en discusión la evolución de la globalización.

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