En el distrito de Hamptons, que abarca una cadena de comunidades frente al mar donde residen muchos grandes millonarios estadounidenses, hay un miedo generalizado que significa el florecimiento del negocio de la seguridad. Una banda de ladrones salvadoreños conocida como MS-13 hque muchas de las mansiones se están convirtiendo en fortalezas. Mandan construir lo que llaman “salas de pánico”, que consisten en refugios inviolables en el interior de sus casas.
Una de las beneficiarias de esta situación es la empresa de seguridad hogareña Armored Entry, una compañía que instala puertas y ventanas a prueba de bales súper seguras. Su presidente, Gary Blum, dice que cada vez que se genera mucho miedo, el negocio crece. Su productos no son baratos. Por ejemplo, US$ 6.000 por una ventana que no se rompe ni dándole con una maza.
“Lo que pasa con el Hamptons, es que si alguien tiene algo todos los demás lo quieren tener “, dice Chris Cosban, dueño de Covert Interior, una compañía que cobra entre US$ 25.000 y US$ 200.000 para una sala de pánico estándar. Detalles como reconocimiento de huellas dactilares cuestan extra. “Les gusta jactarse de lo que tienen”, dice Cosban.
Herman Weisberg, director gerente de otra empresa de seguridad personal – Sage Intelligence Group — dice que muchos de sus clientes conciben sus salas de pánico como lugares de esparcimmiento. Instalan allí sus home theatres, sus colecciones de botellas de vino y hasta exponen allí las armas de la familia. “La gente antes abría sus garajes para mostrar sus Lamborghinis,” agrega Weisberg. “Ahora llevan a las visitas al wine bar que tienen en sus refugios.”
Hay muchos en el vecindario que dicen que duermen con el revólver debajo de la almohada. Un vecino que pidió permanecer en el anonimato dijo que en el Hamptons es difícil saber si alguien es un oligarca para quien la seguridad significa mucho o si es alguien poseído por la paranoia.