El papa Francisco es un hombre ocupado. Desde su elección como Obispo de Roma hace ocho meses, se las ingenió para insuflar, por su propia cuenta, aire fresco a la Iglesia Católica. Rechazó los ricos ropajes de sus antecesores y la espléndida residencia papal. Lavó los pies de prisioneros, mostrando su devoción por los oprimidos del mundo y ofendiendo a algunos tradicionalistas. En uno de sus gestos más emotivos, abrazó y besó a un hombre enfermo de neurofribromatosis.
Al mismo tiempo, dice Christian Caryl en el diario británico The Guardian, ha dejado muy en claro que no va a limitarse a simbolismos. Amonestó al establishment de la iglesia por estar obsesionado con la política sexual en detrimento de su misión central de proclamar el evangelio. Reclama un nuevo “espíritu misionero” y denunció las “estructuras obsoletas”. Ha propuesto una ley para llevar la transparencia financiera al Vaticano y nombró una comisión con la misión de ofrecer propuestas para la reforma dde la iglesia. (sólo uno de los ocho cardenales elegidos para el grupo pertenece a la Curia, el corazón administrativo de la iglesia y sede de muchos de sus más arraigados intereses). Todo esto es lo que propone el hombre que eligió tomar el nombre de uno de los grandes reformadores de la iglesia.
Pero es su última iniciativa la que tiene el mayor potencial de sacudir a una de las instituciones más viejas del mundo. En las últimas semanas el Vaticano comenzó a enviar un cuestionario a las parroquias de todo el mundo donde pregunta a los católicos sobre sus opiniones sobre la vida familiar y la sexualidad en preparación de un sínodo emblemático. Es la primera vez que un Papa hace algo semejante.
Ciertamente no es una medida destinada a tranquilizar a los tradicionalistas, opina Caryl. No hay muchos obispos interesados en distribuir la encuesta entre los fieles. El documento tampoco hasta ahora ha sido colgado en la página web del Vaticano. Para los críticos de la iglesia, que son muchos, la medida era necesaria desde hace mucho tiempo. A poco de ser Francisco elegido Papa, el teólogo alemán Hans Küng escribió un artículo en el New York Times reclamando una “primavera vaticana”. Para Küng, la iglesia contemporánea es una “monarquía absoluta” igual a la de Arabia Saudita, resultado de cambios introducidos mil años atrás que confirieron al catolicismo “papado centralista y absolutista, clericalismo obligatorio y obligación de celibato para curas y otros miembros seculares del clero”. Es esta falta de oportunidades y de participación lo que para Küng alienó a muchos creyentes y dejó a la iglesia en una urgente necesidad de reforma.
La llegada del Papa Francisco coincidió además con una de las mayores crisis en la historia moderna de la iglesia. Los escándalos por abuso sexual, las revelaciones de enjuagues financieros en su mayor nivel y la impactante renuncia de Benedicto XVI, desafortunado predecesor de Francisco, había manchado la reputación de la iglesia y dejado a los católicos de todo el mundo profundamente desmoralizados. “El Vaticano necesita purgar desde arriba para permitir una verdadera renovación desde abajo”, escribió Ross Douthat también en el New York Times después de la elección de Francisco. Douthat es un católico conservador, cuyas opiniones son opuestas a las de Künd. Pero eso da una idea de cuál generalizada está la sensación de necesidad de cambio.
¿La respuesta está en una mayor democracia? Algunos creen que sí. Señalan la amplia brecha entre las enseñanzas de la iglesia y las opiniones de muchos creyentes. Las encuestas recientes muestran, por ejemplo, que 76% de los católicos en Estados Unidos creen que la iglesia debería permitir el control de natalidad, mientras que casi la mitad de ellos aprueban el matrimonio del mismo sexo. A menos que los líderes de la iglesia sean más permeables a esos reclamos, argumentan los reformistas, el actual éxodo de creyentes va a continuar. Para reforzar su postura, dicen que la iglesia de los primeros tiempos, precisamente la iglesia de Pedro y Pablo, en las primeras décadas desde la crucifixión de Jesús, era una institución sin jerarquías en la cual los creyentes se gobernaban a sí mismos y solucionaban sus diferencias políticas y doctrinarias.
Otros responden que esas teorías son simplistas. La iglesia moderna abarca 2000 años de antigüedad y comprende 1.200 millones de creyentes en todo el mundo. Esos católicos representan una amplia gama de lenguajes, culturas y posiciones políticas. Sin embargo, todos profesan una fe común en Jesucristo como redentor de la humanidad, una visión trascendental que se comparte o no. Esa no es una cuestión de gobernanza o de filosofía política. La tarea de la iglesia es mantener esta unidad esencial de la fe mientras atiende las necesidades pastorales de sus miembros.
Eso siempre va a ser un desafío. Para el profesor de historia Leslie Tentler no es un gran problema para los católicos que la iglesia no sea una democracia. El cree que lo que realmente le molesta a la gente es que nadie escuche las experiencias de la gente, los valores, las dudas en lo que hace a aspectos de las enseñanzas de la iglesia que tienen ver con sus vidas personales.
El tema, desde la óptica del ensayista, es que lo problemático es tratar a la iglesia como si fuera una organización política. No lo es. Es una comunidad de la fe, y eso significa que las cosas que son más esenciales para ella no dependen de los resultados de una votación. Coincide en esto con Michael Sean Winters, quien escribió que “cuando decimos que alguien es un buen papa queremos decir que es alguien que habría sido un buen amigo de Jesús cuando caminó por la tierra. Y eso no se pone a votación.
Winters aplaude las medidas del papa que buscan más consulta como las de la encuesta. Pero advierte que nadie debería esperar que Francisco cambio las enseñanzas fundamentales de la iglesia. Eso no está en las cartas. Lo que el nuevo papa está tratando de hacer es alejarse de las riñas políticas e ideológicas que esas enseñanzas inspiraron a veces y re-enfocar la misión central de la iglesia de proclamar las “buenas noticias” de Cristo. Eso demostró Francisco cuando lavó los pies de los prisioneros, que es Pedro, curando al mundo. Una iglesia católica vigorizada, confiada en su propia misión sublime pero tolerante e inclusiva podría servir como una fuerza poderosa para el bien en el mundo.