De pronto, y sin previo aviso, la sociedad percibe imágenes que parecen sacadas de mundos paralelos. Fauna silvestre recorriendo calles vacías de las principales ciudades europeas. Ríos cristalinos que unas semanas atrás se mostraban sucios y congestionados.
Mientras la naturaleza tiene 3800 millones de años de historia, la humanidad – tal como la conocemos-, menos de 50 mil. Y, aun así, hemos alterado millones de años de evolución biológica.
Según el reciente informe de Evaluación Global sobre la Biodiversidad y los Servicios de los Ecosistemas del Panel Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), un millón de especies vivientes están en peligro de extinción, más que en cualquier otro momento en la historia de la humanidad.
La naturaleza es la mayor usina de innovación del mundo. Y la biodiversidad es su mejor exponente.
La vida siempre encuentra el camino para manifestarse, siguiendo simples reglas que el ser humano ignora de raíz.
Según las ciencias sistémicas, la biodiversidad es uno de los máximos puntos de apalancamiento sistémico. En otras palabras, modificar la biodiversidad tiene un impacto trascendental en el mundo.
Sumados sinérgicamente, el poder de la diversidad cultural humana junto con el poder de evolución de los sistemas vivientes puede dar lugar a las más extraordinarias creaciones.
Confrontados, sin embargo, constituyen un camino que inevitablemente nos llevará al colapso.
Destruir la biodiversidad es igual que destruir el bagaje de la diversidad cultural histórica de nuestra especie con un agregado gravísimo: estamos destruyendo nuestros sistemas de soporte vital.
La ignorancia supina de nuestra especie con relación a la biodiversidad se fundamenta en una sola razón: la hipótesis facilista de que el mundo puede absorber cualquier tipo de actividad humana y la contaminación que ésta genere.
El filósofo Erwin Laszlo, una de las mayores autoridades mundiales en Teoría de Sistemas, define este supuesto erróneo como “Ilusión Neolítica”, o la creencia de que el mundo tiene fuentes de recursos inagotables y sumideros de contaminación y de basura infinitos.
Mientras la actividad económica se desarrolla en ámbitos privados, las externalidades que estas generan se socializan, de tal manera que todo el sistema se perjudica en el largo plazo. Las actividades económicas maximizan las partes a expensas del todo y el largo plazo a expensas del corto plazo.
Incentivos en las inversiones
Dejando de lado los intereses personales y corporativos, es posible, metodológicamente, resolver este problema.
Así como el retorno de una inversión se evalúa con proyecciones a futuro de inversiones, ingresos y gastos, la evaluación sistémica de una inversión o actividad económica debería incluir en sus proyecciones el valor de los servicios ecosistémicos que la naturaleza ofrece gratuitamente.
De esta manera, se pueden crear incentivos poderosos para las inversiones que construyan servicios ecosistémicos y castigos significativos para las que los destruyan.
El Covid nos ha brindado la posibilidad de tomar conciencia de lo que sucede cuando la maquinaria productiva descansa. Pretender sostener los patrones de consumo y de producción ya es inviable. Utilizar la crisis económica disparada por la cuarentena mundial como pretexto para apresurar el patrón de destrucción ecosistémica es un suicidio.
Los efectos que tiene la destrucción de biodiversidad son acumulativos y de largo plazo. No hay especie viviente que destruya el hábitat que la contiene. Sólo la humana.
Una Argentina en situación de vulnerabilidad como la actual no puede darse el lujo de dudar en el desarrollo de sus políticas de conservación de la biodiversidad.
Insistir en procesos productivos que devastan la biodiversidad solo nos hace más vulnerables en el mediano plazo e inviables en el largo.
Argentina está en falta con muchos de sus compromisos de protección, como la Ley de Bosques, como una posible Ley de Humedales y la creación de áreas protegidas, tales como parques nacionales y áreas costero-marinas.
Argentina todavía goza de enorme abundancia en términos de recursos naturales.
Sería fundamental el diseño de políticas de largo plazo con una visión sistémica que integre, definitivamente, la biodiversidad como socia del desarrollo del país y no como la víctima de la desidia y de una visión egoísta y cortoplacista.
(*) Experto en Pensamiento Sistémico, Biomímica e Inversión de Impacto. Integrante del Consejo de FARN y de Ashoka.