Al principio, lo más relevante fue el panel internacional sobre el Cambio Climático. Su advertencia fue contundente: hacer menos de lo establecido en este campo, implicará caída en la provisión de alimentos disponibles, daño irreversible al planeta, y daños de docenas de billones de dólares a la economía en los próximos 20 años.
Aprovechó para recordar algo que suele olvidarse: desde el comienzo de la era industrial, (finales del siglo 18 y principios del 19), la quema de carbón y liberación de dióxido de carbono, causaron que la temperatura promedio del planeta ascendiera 1°.
La consecuencia es conocida: son recientes los acontecimientos que involucran huracanes y temporales de magnitud desconocida, sequías devastadoras, y oleadas de calor o de frío, según el caso.
Por eso, en 2015, 195 países que firmaron el Acuerdo de París, se comprometieron a que la temperatura promedio subiera por debajo de los 2°C, y no dejar que pase de 1,5°C. No son demasiado importantes los logros. Pero si se lograra esa meta de 1,5°C, el ahorro para el mundo sería del orden de US$ 30 billones (millones de millones). Para final de este siglo, el mundo sería 3% más rico.
Metas auspiciosas, pero al actual ritmo de difícil cumplimiento.
También la semana pasada se otorgó el Premio Nobel en Economía (se galardonó a William Nordhaus y Paul Romer) a quienes explicaron cómo el cambio climático y el cambio tecnológico impactan de modo decisivo en el nivel de crecimiento económico a largo plazo.
Entre tanto, los medios de comunicación reflejaban los enormes daños del huracán Michael en las costas atlánticas de Estados Unidos, y la devastación que dejaba a su paso el ciclón Titli en la India.
En segundo plano se mencionaba la posibilidad de imponer un impuesto mundial al carbono. Todos los emisores deberían soportar esa carga, lo cual ayudaría a la moderación en esa materia y aceleraría de desarrollo de tecnologías verdes.
Pero la idea no tiene seguidores importantes entre los firmantes del acuerdo y mucho menos el apoyo de Estados Unidos, que renunció a ser parte del Acuerdo de París.
Más allá de la pasividad estadounidense, organismos internacionales y regionales, alientan –y otorgan créditos y facilidades- el desarrollo de fuentes de energía alternativa, abundante y sin efectos nocivos. Como la energía solar y la eólica, por ejemplo.