El problema no es el plástico: es la manera en que se usa

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Julio Sin Plástico es una campaña mundial que tiene como objetivo ayudar a las personas a evitar la utilización de plásticos de un solo uso y de vida útil acotada. La iniciativa, impulsada por The Plastic Free Foundation, nace en 2011, en Australia.

Por Maite Durietz (*)

Hoy, el mes de Julio representa una de las campañas ambientales más influyentes en el mundo, convocando la participación de más de 326 millones de personas en 177 países diferentes.

El plástico vino a dar una gran solución. Es un material flexible, maleable, impermeable, duradero, todas las características que buscamos repetidas veces en las materias primas. Nos permitió de alguna forma dejar de depender de los límites que nos imponían otros recursos naturales en un contexto de crecimiento poblacional y de desarrollo industrial exponenciales.

El uso de materiales como el marfil para generar productos de uso cotidiano, acotaba el alcance de varios sectores de la población a los mismos por su escasez y elevado costo económico, y con ello disminuyó su calidad de vida. Además, la utilización desmedida de este tipo de recursos puso en riesgo a varias especies.

Cuando el plástico apareció nos liberó de todo eso. Pudimos empezar a fabricar productos de uso cotidiano, como un peine, y no tan cotidianos con un mismo material, a bajo costo y sin poner en peligro a ninguna especie más. O por lo menos eso es lo que creíamos en ese entonces.

Hoy, como resultado, vivimos rodeados de plásticos. Algunos los registramos más y otros menos, pero si nos pusiéramos a hacer una lista de todos los plásticos con los que tenemos contacto en un solo día, nos sorprendería. Desde el cepillo de dientes, pasando por los envases y envoltorios descartables, hasta la puerta de la heladera o el auto. Este material logró instalarse en nuestra cotidianeidad muy rápidamente y facilitándonos la vida de diversas maneras.

Un día empezamos a ver cómo las tortugas marinas se enredaban en redes de pesca, los sorbetes bloqueaban y lastimaban sus narices y nos empezamos a sensibilizar. Entendimos que los plásticos que descartamos en la ciudad, también llegan al océano. Aprendimos sobre los microplásticos y nos enteramos de que han llegado a lugares recónditos como la punta del Aconcagua e inclusive a nuestra sangre, con efectos nocivos para la salud de las personas y del planeta. Y así empezó la guerra contra el plástico.

A través de la iniciativa de Julio sin plástico, intentamos eliminar de nuestras vidas a los plásticos de un solo uso evitándolos o buscando alternativas a los mismos en otros materiales. Sin embargo, el problema no es el plástico en sí, sino la relación que tenemos con él y el uso que le damos.

Es una muy buena idea llevar nuestra propia botella recargable en vez de comprar agua embotellada cada vez que tengamos sed en la calle. También podemos reemplazar otros artículos como el film con el que envolvemos las sobras de comida, por unos paños de tela encerados, que cumplen la misma función pero duran muchísimo más tiempo. Pero cuando empezamos a usar bolsas de papel para no usar de plástico, o sorbetes biodegradables para no usar los tradicionales, seguimos impulsando la misma cultura de “usar y tirar” que nos trajo hasta acá.

Las decisiones que tomamos respecto a nuestro consumo tienen que empezar a ser realmente responsables. Esto implica que abandonemos el pensamiento lineal que venimos teniendo y pensemos de forma más circular, basados en información. Por ejemplo, si bien cuando vemos algo de papel o cartón nos suele parecer más sustentable por ser biodegradable o compostable, hoy sabemos que se necesita cuatro veces más energía para fabricar un bolsa de papel que para una bolsa de plástico, según una investigación elaborada por la Asamblea de Irlanda del Norte en 2011. También tendríamos que tener en cuenta cuál es la fuente de materia prima que se utilizó para fabricar ese papel, ya que proviene de recursos forestales, de los cuales tampoco deberíamos abusar.

Entonces, en lugar de hacerle la guerra a un material como si éste fuese el enemigo, deberíamos estar poniendo el foco en mejorar nuestra relación con los recursos, amigarnos con la naturaleza. Reducir el consumo de productos y servicios en general, considerando que todo lo que adquirimos, utilizamos y desechamos tiene un impacto en el ambiente y en definitiva también en nuestra salud. Preferir los productos de calidad, duraderos, reparables y reutilizables, por sobre los descartables o con una vida útil muy acotada. Investigar sobre los materiales, sus características y los destinos finales a los que llegan una vez que los desechamos.

Tenemos un problema con el plástico y debemos solucionarlo, por nosotros y por las futuras generaciones. El primer paso es entender que hay alternativas de materiales, de formas de uso y de hasta de perspectiva, que pueden ayudarnos a hacerlo. Como consumidores responsables, debemos hacernos cargo de que cada compra y cada decisión que tomamos tiene un impacto y es considerada un voto. Un voto a aquellas industrias, productos e ideas que consumimos. Y que desde el papel de consumidores y de ciudadanos, con ese voto podemos generar un gran cambio. Con información, criterio y responsabilidad, podemos amigarnos con la naturaleza.

(*) Licenciada en gerenciamiento ambiental, especialista en sustentabilidad y consultora B (@unaovejaverde).

 

 

 

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