Vivimos demasiado apretujado en las grandes ciudades. Vivimos tensos, vivimos ansiosos. Aprovechamos cualquier oportunidad para dar rienda suelta a nuestras tensiones. A propósito de todo esto algunos se preguntan el sentido de hacer sonar la bocina en el tránsito citadino. Algunos las condenan, otros las justifican. Algunos dicen que ni los autos ni las bicicletas deberían tener bocinas. Otros dicen que evitan accidentes.
Citamos aquí diferentes comentarios sin emitir juicio de valor porque en ambas posiciones tienen lo suyo.
En contra
Son antisociales y no deberían existir
Aturden a la gente con decibeles innecesarios.
No sirven. Para el momento en que alguien le toca bocina a algo ya lo ha visto y por lo tanto tiene tiempo suficiente para actuar.
Se usan para dar rienda suelta al enojo. Son una especie de sustituto del insulto a alguien que nos obligó a aplicar el freno.
El capitan de un barco en medio de la niebla necesita hacer sonar la sirena, pero un papanatas arriba de un Hyundai no.
En un mundo perfecto los conductores de cualquier vehículo sólo harían sonar sus bocinas cuando es absolutamente necesario. Como nuestro mundo no lo es, los casos legítimos no alcanzan para justificar la polución acústica de las bocinas a toda hora.
Ponerle bocina a una bicicleta – cuando esta trae incorporado un timbre, mucho más discreto – es como ponerle un brazo de Popeye a la Venus de Milo.
A favor
Las bocinas impiden choques.
Alertan a los distraídos peatones con celular en la mano que esperan la luz verde bajándose bajándose de la vereda y parándose en el medio de las bicisendas.
Si todos usaran la calle con responsabilidad, nadie usaría la bocina.