Por Héctor Rocha, Pascual Berrone y Joan Enric Ricart (*)
Si bien no hay una definición unívoca para smart city, o ciudad inteligente, se puede coincidir que es aquella que utiliza los avances tecnológicos para mejorar la calidad de vida de sus habitantes. En una smart city las tecnologías de información y de comunicación se utilizan para instalar infraestructuras en red que mejoren la vida de los ciudadanos, posibiliten el desarrollo sostenible, permitan mayor optimización del consumo energético y fomenten mayor calidad en la prestación de servicios, mayor eficiencia de todos los recursos y mayor participación ciudadana.
En materia de ciudades inteligentes, los proyectos son de todo tipo, pero básicamente en dos categorías: desde ciudades nuevas, levantadas a partir de cero en Asia (el caso de Songdo en Corea del Sur) y Medio Oriente, como Masdar en Abu Dhabi, (lo que se denomina greenfield), a proyectos donde se busca mejorar las grandes urbes existentes (el segmento brownfield) en donde se opera sobre áreas como transporte, seguridad urbana, servicios ciudadanos, educación y salud.
¿Cómo serán las ciudades inteligentes del futuro? La respuesta dependerá de la atención que los líderes gubernamentales, empresarios y sociales le den a tres fenómenos claves: entender el contexto latinoamericano dentro del contexto global, definir el propósito de una smart city y entender el proceso clave para el logro del propósito: smart governance.
Entender el contexto global y latinoamericano es el primer paso. Vivimos en un mundo que se está urbanizando a marchas aceleradas. En 1900 solamente 13% de la población mundial vivía en ciudades, en 1950, 29%, y en 2008, 50%. Desde entonces hay más población urbana que rural pero la tendencia no solo no cambia, sino que se acelera: en 2050 el porcentaje de población urbana alcanzará 70%.
Las megaciudades son el centro de interés. En ellas se produce más de 80% del PIB de las naciones, 75% del consumo de energía y la mayor parte de la polución que generamos; concentran los servicios educativos y de salud, la cultura y la creatividad, la mayoría del conocimiento; generan grandes economías y por tanto mejoran la productividad, la creatividad y la innovación.
En definitiva, casi todo pasa en las ciudades. Sin embargo, es en las grandes aglomeraciones donde aparecen los principales problemas de pobreza, inequidad y polución, fenómenos que se dan tanto en ciudades de países desarrollados como subdesarrollados (Pikety, 2014; Cobb, 2016). LATAM ocupa un rol preponderante en este escenario, ya que es la región más inequitativa del mundo desde 1990 y la que mayor concentración de población en grandes urbes tendrá en 2050.
Uniendo el reto del crecimiento urbano con la ambivalencia de un desarrollo económico urbano en detrimento de la inclusión social y la sustentabilidad ambiental, surge entonces la pregunta sobre el propósito de una smart city, el segundo factor crítico de éxito.
Idealmente, una ciudad inteligente debe asegurar el “desarrollo integral sustentable”, que combinando distintas perspectivas ofrecidas por premios Nobel de Economía, implica el desarrollo económico, social y ambiental centrado en las personas. Este concepto es similar al de “bien común”, definido como “el conjunto de aquellas condiciones de la vida social con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección”.
Este propósito hace que el reto de una smart city sea la búsqueda simultánea de mayor competitividad (en el sentido de capacidades o potencialidades a desarrollar) y mayor inclusión (en el sentido de proveer oportunidades de desarrollo a las personas y comunidades intermedias).
Un concepto clave
Comprendido el contexto global y latinoamericano de las grandes urbes y el propósito de las smart cities, el tercer paso es entender el proceso clave para el logro del propósito: el concepto de smart governance. Si el mundo se urbaniza rápidamente, también está sujeto a una tremenda transformación digital y las ciudades no son, ni pueden ser, inmunes a ella. En este contexto, la tecnología se presenta como una posible solución a los grandes retos de las ciudades y todas las ciudades tienen al menos algún proyecto con el nombre “smart“. Esta etiqueta se ha transformado en sinónimo de ciudad eficiente, bien gestionada y moderna y por lo tanto todas las ciudades desean ser “smart cities“.
Sería ingenuo, viendo el impacto de la digitalización en casi todos los aspectos de la vida de las personas, pensar que su impacto no debe afectar a las ciudades. A la vez es ingenuo pensar que la tecnología es la solución y simplemente dedicarse a copiar aquello que otros hacen con la tecnología para poner la ciudad al día. Es necesario combinar el adecuado nivel de la tecnología con las necesidades de una gobernanza inteligente. De hecho, en las múltiples definiciones de ciudad inteligente domina la idea del “uso inteligente de tecnología para hacer ciudades más eficientes, más inclusivas y más sostenibles”.
Por tanto, lo que nos puede ayudar en el logro del desarrollo integral de la ciudad es el buen uso de la tecnología para lo cual necesitamos lo que nosotros llamamos la “gobernanza inteligente” de la ciudad.
La gobernanza inteligente es aquella que incorpora cuatro elementos fundamentales (más la tecnología) que denominamos el modelo SMART:
1. Modelo de ciudad/ Plan estratégico participativo y consensuado. (Strategy)
2. Desarrollo de nuevos modelos de negocio. (Mindset)
3. Apertura y transparencia; involucración de stakeholders. (Access)
4. Colaboración a todos los niveles, incluido romper silos municipales. (Relationships)
5. Uso eficiente y adecuado de la tecnología (Technology)
“Strategy” es pensar estratégicamente sobre la ciudad y consiste en un proceso estructurado que permite definir el tipo de metrópolis que queremos. Por ejemplo, Vancouver busca ser la ciudad más verde del mundo y articula su estrategia para hacer realidad este modelo de ciudad. Esta visión debe ser consensuada en la ciudad y desarrollada por procesos participativos para que sea menos vulnerable a los vaivenes políticos y realmente sirva para articular una estrategia a largo plazo de la ciudad.
Cambiar la forma de pensar
“Mindset” es solucionar los retos actuales con una manera distinta de hacer las cosas a partir de cambiar la forma tradicional de pensar y desarrollando nuevos modelos de ciudad. Por ejemplo, uno de los desarrollos económicos más sorprendente de los últimos años es el crecimiento de muchos modelos de negocio alrededor de la economía colaborativa.
Las ciudades son en gran parte centros de colaboración y de compartir, pero en el mundo digital las posibilidades aumentan de forma exponencial y dan lugar a novedosas soluciones a problemas tradicionales. Obviamente, algunos de estos modelos de negocio transforman la ciudad de formas no deseable, otras veces encuentran barreras regulatorias, de agentes afectados con influencia, etc., que dificultan su desarrollo. Los casos Uber y Airbnb ejemplifican estos procesos.
“Access” es la apertura y transparencia de la administración, así como a la participación activa de los ciudadanos. Por ejemplo, en el caso de Boston, la tecnología juega un rol fundamental al desarrollar open data para obtener, estructurar, y actualizar datos y hacerlos accesibles a todos los stakeholders. La tecnología también facilita la participación a través del uso de plataformas que crean ecosistemas como Open311.
“Relationships” es la colaboración necesaria para resolver los desafíos de la ciudad, los cuales no pueden ser encarados desde un solo sector sino que requieren cooperación público–privada. El caso Veilb para la gestión de bicicletas en París y la implementación del uso de bicicletas en la ciudad de Buenos Aires ejemplifican este proceso de colaboración.
Finalmente, “technology” es el principal facilitador y soporte de la transformación necesaria para hacer una ciudad realmente inteligente. El logro de un gobierno smart a través de la tecnología pasa por cuatro etapas: e-gobierno (% de servicios online), gobierno abierto (datos abiertos), gobierno basado en datos (número de servicios data–driven), gobierno digital (% de datos en sensores) y, finalmente, gobierno smart (% de eliminación de servicios con foco en las necesidades del ciudadano y la eficiencia). Un ejemplo es el caso de Barcelona y el desarrollo de un sistema operativo para la ciudad.
El profundo entendimiento de estos tres fenómenos (contexto, propósito de las smart cities y proceso de gobernanza inteligente) es condición necesaria para transformar nuestras ciudades en más competitivas e inclusivas, lo cual garantizará el desarrollo integral sustentable centrado en las personas.
(*) Rocha: director del Programa Internacional Desarrollo Integral Sustentable: Ciudades Integradas y Distritos Competitivos, IAE; Berrone: profesor de Strategic Management / IESE; Ricart: de Carl Schroeder Chair of Strategic Management / IESE GS – Center for Globalization and Strategy