El poder se habrá desplazado al Pacífico, como lo revela la puja entre China y Estados Unidos por el control de ese océano; el Tratado Transpacífico –herramienta comercial para aislar a Beijing-; las islas artificiales que construyen los chinos para extender el control sobre las aguas circundantes; y la presencia continua de navíos estadounidenses que buscan convertir al Pacífico en un “mare nostrum“.
Pero con todo, el escenario geopolítico sería incompleto e incapaz de ser explicado si no se repara en la presencia de nuevos y poderosos actores que están transformando al mundo.
Son las grandes ciudades desparramadas por todo el globo terráqueo. Son la sede de los cuarteles centrales de las empresas multinacionales radicadas en ellas y de una nueva categoría de servicios globales. Es la usina de donde surge la mejor educación universitaria, la creatividad y el modo de imaginar el futuro.
Además tienen las mejores orquestas y museos, irradian cultura, exhiben los mejores restaurantes y son cuna de las últimas modas y movimientos culturales en todos los campos. Buenos ejemplos son Nueva York, Tokio, Londres, Francfurt o Shangai. Los desencuentros entre Gran Bretaña y la Unión Europea, por ejemplo, se explican por las demandas de Londres que, al final se imponen, aunque perjudiquen al resto del país. La City es, en verdad, la “joya de la corona”.
Como todo tiene su pro y su contra, estas grandes ciudades concentran el poder mundial, pero sufren de enfermedades provenientes de la nueva economía. Contaminación ambiental, cambio de clima, terrorismo (París es un buen ejemplo), desigualdad creciente, narcotráfico, inmigración y refugiados, entre ellas.
No hay posibilidad de entender el siglo 21 si no se entiende la dinámica de estas enormes concentraciones urbanas y su poder económico. La discusión ahora pasa por saber si ser o convertirse en ciudad global es bueno o malo para sus habitantes. Hay algo más allá de la economía. La fisonomía de la gran ciudad se integra en cuatro fundamentos: económico, político, educativo y cultural. Su riqueza y poder comercial, le confiere reputación. Pero los otros elementos definen como la ciudad se relaciona con el mundo, y participa de los debates centrales que plantea el intelecto durante esta centuria.
Un reciente estudio de la OCDE revela los esfuerzos realizados por varias ciudades europeas –Amsterdam, Hamburgo, Manchester y Estocolmo, por ejemplo- para diseñar y concretar iniciativas e inversiones estratégicas.
El estudio confirma una tendencia: el surgimiento de las ciudades no es solamente producto de cómo empujan a las economías nacionales, sino muy especialmente donde encuentran buena solución los problemas que plantea la innovación.