Llevan millones de años en una guerra intensa y despiadada llamada evolución y su único objetivo es sobrevivir y perpetuarse. En esta guerra el ser humano es el testigo mudo y principal damnificado.
Por Iván Sanz Muñoz (*)
Cada invierno, para algunos virus como la gripe, es una nueva batalla que librar por la supervivencia.
El comportamiento habitual de los virus respiratorios se ha visto alterado por la aparición del nuevo patógeno SARS-CoV-2. El comienzo de la pandemia en el año 2020 prácticamente anuló la aparición de casos de resfriado común, e incluso la epidemia de gripe del invierno 2020-2021 desapareció casi por completo.
Esto fue algo inusual. Los virus respiratorios no faltan nunca a la cita, ya que su realidad epidemiológica es tozuda. Habitualmente circulan durante todo el año, pero los casos son más frecuentes en los meses más fríos. Otros virus, como el virus respiratorio sincitial y la gripe, circulan en forma de epidemias localizadas en el otoño-invierno.
Estos dos años han sido un shock para aquellos grupos que practican la vigilancia activa de estas enfermedades respiratorias, como los Centros Nacionales de Gripe. Se ha pasado de épocas en las que el protagonismo era completo para la covid-19, a otras en las que todo se armonizaba y era frecuente encontrar varios virus respiratorios infectando a una misma persona, incluso con el SARS-CoV-2 de por medio, como era habitual antes de la pandemia.
Este comportamiento epidemiológico tan caótico es probable que siga durante el año 2022.
Pero con la probable estacionalización del SARS-CoV-2 durante este año, presenciaremos poco a poco un retorno a la “vieja normalidad” en todos los aspectos de nuestra vida.
¿Reajuste, contraataque o falta de vigilancia?
Como era de esperar, la gripe tenía que volver en algún momento. Regresó tímidamente en el otoño del año 2021, pero la posterior invasión sin precedentes de la variante ómicron abortó ese intento de resurgimiento viral.
Sin embargo, el mes de marzo de 2022 nos ha sorprendido a todos con un aumento súbito de casos de gripe que, en menos de dos semanas, se ha transformado en el inicio de la epidemia.
No es habitual, pero tampoco es extraño, que la epidemia gripal suceda tan tardía. Lo que sí que es novedoso es que ocurra una microepidemia en noviembre-diciembre y otra en marzo, con apenas tres meses de diferencia.
Una explicación rápida es que no hemos vigilado correctamente a la gripe durante estos dos meses debido a la saturación de la atención primaria y hospitalaria por ómicron.
Podría ser que la gripe hubiera seguido circulando, pero no hubiéramos sido capaces de detectarla al no realizarse test de laboratorio específicos. Sin embargo, el número de casos graves hospitalizados con gripe confirmada también se redujo drásticamente, por lo que esta explicación cojea en algunos aspectos.
En un artículo publicado en 2021 se da buena cuenta de lo que podría suponer la falta de exposición a la gripe en la población humana. La consecuencia más clara era la pérdida de inmunidad, y por tanto la posibilidad de que sucediera una epidemia más intensa y duradera que las habituales cuando regresara la gripe.
Sin embargo, no se contaba con una onda pandémica tan intensa como la última. En este momento, parece que la gripe se ha reincorporado al juego aprovechando el nicho vacío que ha dejado la covid-19 tras la sexta onda, en una especie de reajuste que no sabemos a ciencia cierta de qué intensidad ni duración será.
Lo que sí que está claro es que, en este momento, la gripe dispone de un mayor número de personas susceptibles para ser infectadas que en otras temporadas debido a la pérdida de inmunidad en estos dos años sin circulación viral. La onda ómicron parece haber frenado, o más bien retrasado, la epidemia gripal de este año, pero en este momento la gripe tiene el campo abierto para reclamar lo que es suyo.
Otra posible explicación es que haya ocurrido el denominado fenómeno de la interferencia viral.
Este fenómeno sostiene que la infección por un virus tan potente como el SARS-CoV-2 puede producir cambios en el epitelio respiratorio que impidan la infección posterior por virus igualmente agresivos como la gripe. Aún falta mucha información a este respecto, pero podría ser un factor más en esta pléyade de causalidades.
“Solo es una gripe”
Tratamos a la gripe como una enfermedad de segunda división, cuando claramente está en puestos de Champions League. Hemos normalizado las imágenes de urgencias llenas de pacientes esperando ser atendidos cada invierno. O, incluso, hemos llegado a decir al principio de la pandemia que la covid-19 “era una simple gripe”.
Nada más lejos de la realidad. Las cifras de esta enfermedad son escandalosas y su normalización, más todavía. La gripe provoca unas 650 000 muertes, de 3 a 5 millones de hospitalizaciones y alrededor de mil millones de casos cada año en el mundo.
Parece alejado de los 6 millones de muertes que la covid-19 ha producido en estos dos años, pero la gripe provoca estas cifras cada invierno. Por ello, es uno de los principales problemas de salud pública, aunque en ocasiones esté enmascarado e incluso en algunos casos hasta vejado.
Llega el momento de no bajar la guardia, de seguir echando la carne en el asador y de esperar que las altas coberturas vacunales logradas frente a la gripe en estos dos últimos años protejan a la gente más vulnerable. Y sobre todo de irnos haciendo a la idea de que un nuevo virus respiratorio se suma a los sospechosos habituales: el coronavirus no tiene pinta de querer dejarnos.
(*) Responsable científico y de vigilancia virológica, Centro Nacional de Gripe de Valladolid, Salud de Castilla y León (SACYL)