jueves, 26 de diciembre de 2024

Tendencias:¿Sirven para saber si un producto va a tener éxito?

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En abrumadora proporción, el futuro está en el presente. En germen, en estado de virtualidad, como leve insinuación. El ojo entrenado puede detectar esos elementos y pronosticar el posible desarrollo de los acontecimientos en un campo dado.

Para entender esta extraordinaria fascinación del ser humano con la predicción -lo que explica la fama y el éxito de los modernos augures- es necesario destacar que en muchos casos importa más la existencia y el consumo del pronóstico, que comprobar después si la realidad lo confirmó. A partir de la predicción hay un camino a seguir, lo que calma la ansiedad que deriva de la incertidumbre.

Hay varias categorías de predicciones a tener en cuenta. En un extremo están las visiones totalizadoras, percepciones de cómo serán las sociedades y los desafíos que enfrentará la humanidad cuando el horizonte se levanta a 10 o 20 años vista. Un buen ejemplo es cualquiera de los libros de Alvin Toffler (o los de John Naisbitt). Por regla común se trata de visiones acertadas, que se favorecen de descripciones generales, donde no abunda el anuncio concreto o el vaticinio específico.

Del otro extremo, está la extraordinaria difusión de horóscopos, quiromancia, lectura de cartas y una parafernalia de procedimientos por el estilo para “adivinar la suerte” y cuyo objetivo esencial es indagar sobre el destino personal de un individuo. Para muchos, se trata de charlatanería bien presentada. Sorprendería saber cuánta gente en posiciones de importancia confía en este tipo de precauciones.

En Estados Unidos donde la recolección de datos confiables y la construcción de estadísticas comenzó temprano, ya en la década de los ´20 comenzaron a verse pronósticos macroeconómicos. Al principio fueron interpretaciones de las series históricas de datos, en busca de repeticiones y comportamientos similares. Luego, con la construcción de indicadores más complejos (que agrupaban datos de diversa procedencia) se comenzó a vaticinar el posible curso de los acontecimientos con la ayuda de modelos matemáticos, más o menos complejos. Esta actividad recibió fuerte impulso del valor agregado que generó el aporte de la computación.

No hay duda de que las décadas de los ´60 y ´70 fueron el momento estelar de las predicciones macro. En el pasado decenio comenzaron a caer en desgracia, cuando los grandes bancos y corporaciones que invertían fuerte en esta información confirmaron que generalmente los pronósticos -o mejor aún, las conclusiones que de ellos se extraían- resultaban equivocados en su inmensa mayoría.

Sería erróneo concluir que son inútiles. Simplemente, resultan más eficaces cuando abordan el corto y el mediano plazo. Son una buena ayuda, pero no la única herramienta para anticipar cambios y tomar las decisiones adecuadas. El error fue considerarlos “la última Coca-Cola del desierto”.

Tendencias y nuevos productos

Los pronósticos no tienen mayor utilidad para predecir con cierto grado de certeza cuáles son los nuevos productos o procedimientos tecnológicos que están a punto de emerger. Entre otras cosas, porque no se formulan con ese propósito. Cuando el vaticinio se orienta a este particular campo de imaginar los productos concretos que serán exitosos o las innovaciones tecnológicas que se pueden presentar en una década, la situación se complica.

La cuestión es precisar qué tipo de circunstancias, de reacciones del consumidor, de impedimentos de la red de comercialización, de percepción sobre las bondades de un producto hacen que un nuevo lanzamiento al mercado sea exitoso y otro fracase. Por ejemplo: el compact disc creció en forma extraordinaria desde su lanzamiento en 1983, aunque necesariamente tenía que significar la extinción del disco long-play tradicional. Y algo parecido puede ocurrir ahora con el laser disc, que puede dejar obsoleto al compacto en poco tiempo, y que obliga -como en el caso anterior- a que el consumidor reemplace su inventario musical.

En momentos en que el crecimiento del mercado de la tradicional PC de escritorio se ha estancado -o por lo menos, disminuido en ritmo- aumenta la aceptación de las laptops o portátiles que se revelan especialmente versátiles para nuevas operaciones en el área de ventas, de distribución, de llevar inventarios, y de chequear o controlar servicios.

En cambio, el videoteléfono no ha logrado ganar popularidad, mientras que los alimentos congelados, que tuvieron extraordinaria acogida durante la década pasada en los países industrializados, están en retroceso, en favor de una nueva oleada de alimentos frescos.

Por definición, no hay antecedentes ni datos concretos en qué fundar una predicción sobre el éxito de un nuevo producto o una nueva tecnología. El empeño por contar con eficientes metodologías para anticipar el porvenir, suele subestimar una valiosa fuente de información: el examen sistemático de pronósticos anteriores. En los vaticinios acertados hay posibles cursos de acción; en los equivocados hay un potencial de error corregible.

El problema más serio en este ámbito es que los inventores de la nueva tecnología están fascinados por su potencial aplicación industrial y sus posibilidades, pero no suelen tomar en cuenta la naturaleza del mercado al cual se pretende atender. En definitiva, el éxito está más vinculado a las aplicaciones prácticas de la nueva tecnología que a los méritos intrínsecos de ésta.

Para entender esta extraordinaria fascinación del ser humano con la predicción -lo que explica la fama y el éxito de los modernos augures- es necesario destacar que en muchos casos importa más la existencia y el consumo del pronóstico, que comprobar después si la realidad lo confirmó. A partir de la predicción hay un camino a seguir, lo que calma la ansiedad que deriva de la incertidumbre.

Hay varias categorías de predicciones a tener en cuenta. En un extremo están las visiones totalizadoras, percepciones de cómo serán las sociedades y los desafíos que enfrentará la humanidad cuando el horizonte se levanta a 10 o 20 años vista. Un buen ejemplo es cualquiera de los libros de Alvin Toffler (o los de John Naisbitt). Por regla común se trata de visiones acertadas, que se favorecen de descripciones generales, donde no abunda el anuncio concreto o el vaticinio específico.

Del otro extremo, está la extraordinaria difusión de horóscopos, quiromancia, lectura de cartas y una parafernalia de procedimientos por el estilo para “adivinar la suerte” y cuyo objetivo esencial es indagar sobre el destino personal de un individuo. Para muchos, se trata de charlatanería bien presentada. Sorprendería saber cuánta gente en posiciones de importancia confía en este tipo de precauciones.

En Estados Unidos donde la recolección de datos confiables y la construcción de estadísticas comenzó temprano, ya en la década de los ´20 comenzaron a verse pronósticos macroeconómicos. Al principio fueron interpretaciones de las series históricas de datos, en busca de repeticiones y comportamientos similares. Luego, con la construcción de indicadores más complejos (que agrupaban datos de diversa procedencia) se comenzó a vaticinar el posible curso de los acontecimientos con la ayuda de modelos matemáticos, más o menos complejos. Esta actividad recibió fuerte impulso del valor agregado que generó el aporte de la computación.

No hay duda de que las décadas de los ´60 y ´70 fueron el momento estelar de las predicciones macro. En el pasado decenio comenzaron a caer en desgracia, cuando los grandes bancos y corporaciones que invertían fuerte en esta información confirmaron que generalmente los pronósticos -o mejor aún, las conclusiones que de ellos se extraían- resultaban equivocados en su inmensa mayoría.

Sería erróneo concluir que son inútiles. Simplemente, resultan más eficaces cuando abordan el corto y el mediano plazo. Son una buena ayuda, pero no la única herramienta para anticipar cambios y tomar las decisiones adecuadas. El error fue considerarlos “la última Coca-Cola del desierto”.

Tendencias y nuevos productos

Los pronósticos no tienen mayor utilidad para predecir con cierto grado de certeza cuáles son los nuevos productos o procedimientos tecnológicos que están a punto de emerger. Entre otras cosas, porque no se formulan con ese propósito. Cuando el vaticinio se orienta a este particular campo de imaginar los productos concretos que serán exitosos o las innovaciones tecnológicas que se pueden presentar en una década, la situación se complica.

La cuestión es precisar qué tipo de circunstancias, de reacciones del consumidor, de impedimentos de la red de comercialización, de percepción sobre las bondades de un producto hacen que un nuevo lanzamiento al mercado sea exitoso y otro fracase. Por ejemplo: el compact disc creció en forma extraordinaria desde su lanzamiento en 1983, aunque necesariamente tenía que significar la extinción del disco long-play tradicional. Y algo parecido puede ocurrir ahora con el laser disc, que puede dejar obsoleto al compacto en poco tiempo, y que obliga -como en el caso anterior- a que el consumidor reemplace su inventario musical.

En momentos en que el crecimiento del mercado de la tradicional PC de escritorio se ha estancado -o por lo menos, disminuido en ritmo- aumenta la aceptación de las laptops o portátiles que se revelan especialmente versátiles para nuevas operaciones en el área de ventas, de distribución, de llevar inventarios, y de chequear o controlar servicios.

En cambio, el videoteléfono no ha logrado ganar popularidad, mientras que los alimentos congelados, que tuvieron extraordinaria acogida durante la década pasada en los países industrializados, están en retroceso, en favor de una nueva oleada de alimentos frescos.

Por definición, no hay antecedentes ni datos concretos en qué fundar una predicción sobre el éxito de un nuevo producto o una nueva tecnología. El empeño por contar con eficientes metodologías para anticipar el porvenir, suele subestimar una valiosa fuente de información: el examen sistemático de pronósticos anteriores. En los vaticinios acertados hay posibles cursos de acción; en los equivocados hay un potencial de error corregible.

El problema más serio en este ámbito es que los inventores de la nueva tecnología están fascinados por su potencial aplicación industrial y sus posibilidades, pero no suelen tomar en cuenta la naturaleza del mercado al cual se pretende atender. En definitiva, el éxito está más vinculado a las aplicaciones prácticas de la nueva tecnología que a los méritos intrínsecos de ésta.

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