No puede ignorarse que muchos han tenido y tienen la convicción de que las cosas del mundo son dirigidas por la fortuna y por Dios, dice Alistair McAlpine en su libro El nuevo Maquiavelo – Realpolitik renacentista para ejecutivos modernos.
Y agrega que, según esa misma convicción, los hombres, con su prudencia, no pueden corregirlas, ni cuentan con medios para hacerlo, por lo que pueden caer en la tentación de dejarse llevar por la suerte y que no es útil esforzarse para cambiar las cosas.
Es verdad que la suerte parece cumplir una función relevante en los asuntos humanos. Sin embargo, es importante saber que la habilidad puede superar a la suerte.
En el juego de backgammon, los jugadores arrojan el mismo dado del mismo cubilete. El jugador está a merced de la suerte y a veces ésta lo favorece, permitiendo que el dado caiga de tal manera que ocasione la derrota de sus adversarios. en otro momento, la suerte no lo favorece, y el dado no cae en el número que necesitaría.
Este jugador está a merced del azar. Su adversario, que no confía en la suerte, ha dispuesto a sus oponentes de modo tal, que cualquier número del dado le será útil.
El oponente ha calculado las variaciones de los números cuando se tiran dos dados con el cubilete. Un jugador se aprovecha de la suerte, el otro jugador se hace su suerte.
Maquiavelo tomaría un camino intermedio: “Puedo llegar a admitir que la fortuna gobierne la mitad de nuestras acciones”. Sin embargo, Federico el Grande opinaba que, cuanto más adulto es uno, más se convence de que Su majestad, el Rey Suerte, se ocupa de los tres cuartos de los asuntos de este universo miserable.
Ninguna de estas declaraciones es verdadera. Los actos de las personas, al margen del cuidado con que hayan sido considerados, a veces resultan erróneos. Como resultado de ello, se atribuye el fracaso a la suerte.
Pero, ¿realmente se justifica esta inferencia? El destino debe intervenir como algo que no puede ser previsto y la mayoría de las veces se lo induce debido a ciertas negligencias perfectamente comprensibles.
La buena suerte no es magia, sino una laguna en nuestro conocimiento que funciona a nuestro favor o en contra de nosotros.
La suerte es una excusa refinada para justificar el fracaso. Como lo dijo Oscar Wilde: “El éxito se debe completamente a la suerte”. Para confirmar esta idea, sugirió que se le preguntara a cualquiera que hubiera fracasado en algo.
No puede ignorarse que muchos han tenido y tienen la convicción de que las cosas del mundo son dirigidas por la fortuna y por Dios, dice Alistair McAlpine en su libro El nuevo Maquiavelo – Realpolitik renacentista para ejecutivos modernos.
Y agrega que, según esa misma convicción, los hombres, con su prudencia, no pueden corregirlas, ni cuentan con medios para hacerlo, por lo que pueden caer en la tentación de dejarse llevar por la suerte y que no es útil esforzarse para cambiar las cosas.
Es verdad que la suerte parece cumplir una función relevante en los asuntos humanos. Sin embargo, es importante saber que la habilidad puede superar a la suerte.
En el juego de backgammon, los jugadores arrojan el mismo dado del mismo cubilete. El jugador está a merced de la suerte y a veces ésta lo favorece, permitiendo que el dado caiga de tal manera que ocasione la derrota de sus adversarios. en otro momento, la suerte no lo favorece, y el dado no cae en el número que necesitaría.
Este jugador está a merced del azar. Su adversario, que no confía en la suerte, ha dispuesto a sus oponentes de modo tal, que cualquier número del dado le será útil.
El oponente ha calculado las variaciones de los números cuando se tiran dos dados con el cubilete. Un jugador se aprovecha de la suerte, el otro jugador se hace su suerte.
Maquiavelo tomaría un camino intermedio: “Puedo llegar a admitir que la fortuna gobierne la mitad de nuestras acciones”. Sin embargo, Federico el Grande opinaba que, cuanto más adulto es uno, más se convence de que Su majestad, el Rey Suerte, se ocupa de los tres cuartos de los asuntos de este universo miserable.
Ninguna de estas declaraciones es verdadera. Los actos de las personas, al margen del cuidado con que hayan sido considerados, a veces resultan erróneos. Como resultado de ello, se atribuye el fracaso a la suerte.
Pero, ¿realmente se justifica esta inferencia? El destino debe intervenir como algo que no puede ser previsto y la mayoría de las veces se lo induce debido a ciertas negligencias perfectamente comprensibles.
La buena suerte no es magia, sino una laguna en nuestro conocimiento que funciona a nuestro favor o en contra de nosotros.
La suerte es una excusa refinada para justificar el fracaso. Como lo dijo Oscar Wilde: “El éxito se debe completamente a la suerte”. Para confirmar esta idea, sugirió que se le preguntara a cualquiera que hubiera fracasado en algo.