Pregunta número uno: ¿Qué hace una empresa?

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Mike Mazarr, cofundador de The Archigos Project, una ONG que forma líderes para el futuro, se pregunta, luego de la sucesión de escándalos de dominio público, cuáles son las responsabilidades éticas de los líderes de empresas.

Durante la última parte del siglo 20, y más especialmente con el nacimiento de la era del conocimiento, el mensaje – tácito o explícito – era el siguiente: los gobiernos son malos administradores. Las ONG o los grupos religiosos tienen buenas intenciones pero casi siempre carecen de recursos suficientes. Los principales actores en la sociedad son los grupos empresarios, que, con la globalización van adquiriendo cada vez más pode

Los ojos del mundo se posaban en las empresas. ¿Cómo modelos de conducción, tal vez? La conducción de las empresas se convirtió en un tema que se analizó con una profundidad nunca vista. Y del análisis surgió esta respuesta: la responsabilidad número uno de una empresa es aumentar utilidades. Punto. Proteger a los trabajadores o al medio ambiente no es responsabilidad de las empresas. Para eso están los gobiernos, o las ONG. Las empresas deben hacer dinero

La sarta de escándalos que comenzó con los desastres contables de Enron y Arthur Andersen sugiere que los CEO se preocupaban – más que nada – por lo que debían decirle a los analistas del mercado. Esa tendencia fue acentuándose en los ´90, con la locura por las puntocom y la carrera hacia la oferta pública inicial (OPI). El santo grial era el crecimiento del valor de la acción para beneficio de los accionistas

Y ese mensaje fue transmitido a los actuales estudiantes de MBA. Varias encuestas recientes realizadas entre los alumnos de la George Washington University muestran que la gran mayoría de los encuestados cree que la primera responsabilidad de una empresa es aumentar el valor para los accionistas. Una de las preguntas de tales encuestas planteaba a los alumnos si infringirían la ley si tuvieran 99% de no ser descubiertos, con el objeto de obtener una ganancia de US$ 100.000 para sí mismos o para la firma. La tercera parte contestó que sí

Los ejecutivos de Enron y Andersen se vieron ante dilemas de ese tipo y respondieron de manera uniforme. Se comportaron de manera de preservar valor para los accionistas. Si de paso actuaban para proteger el valor de sus propias opciones no es lo más importante en el análisis de largo plazo. El verdadero tema es el siguiente: muchos líderes de empresas modernas han internalizado un sistema de valores en el cual la mentira, el encubrimiento, el envenenamiento y hasta la matanza están justificados en nombre del valor para el accionista. Para ellos, el tema es de una moral perversa: un nuevo orden moral que -sin exagerar- antepone el valor de la acción a la vida humana.Lo solución no es ni fácil ni evidente. Los empresarios deberán comenzar a pensar en responder ante una base más amplia de intereses: el movimiento de los “stakeholders”, o sea todos los que directa o indirectamente, están involucrados o tienen algún tipo de interés en la compañía. Este diálogo debe comenzar. Si la gran pregunta del siglo 20 era ¿ganará la libertad?, la gran pregunta para este siglo podría ser ¿qué hace una empresa? 

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