Después de sufrir pérdidas económicas significativas por la pandemia, muchas ciudades y países vieron en esta tendencia la posibilidad de sacar ventaja y atraen enfáticamente a estos trabajadores nómades con facilidades como visas especiales para estancias más prolongadas, como lo refleja el informe especial de la consultora Trendsity-.
Sin embargo, la negativa de los habitantes de ciudades que van desde Barcelona hasta México DF deja en claro que la afluencia de trabajadores remotos tiene costos y beneficios.
En la publicación Digital Nomads In Search of Freedom, Community, and Meaningful Work in the New Economy se explica que en muchas ciudades turísticas como Venecia o Bali ha existido siempre cierta resistencia con las multitudes turísticas, pero entendidas como estancias cortas y efímeras. Lo que sucede con los teletrabajadores es que sus estadías son mucho más largas y utilizan por más tiempo lugares y recursos que están destinados a los locales, generando así las tensiones.
El argumento creciente en estas zonas de alto tránsito de nómades digitales es que se pierde el valor de lo local: si bien su presencia contribuye a la economía del lugar, también suben los precios de los alquileres, algunas zonas se gentrifican y se instalan negocios o servicios con improntas más globales para satisfacer las necesidades de los trabajadores en detrimento de lo local y nativo.
Un número excesivo de visitantes también puede generar problemas de sostenibilidad, porque se contamina más el ambiente y la infraestructura de muchos destinos no da abasto.
En definitiva, para muchos locales, la elección del lugar para estos trabajadores nómades tiene que ver menos con su cultura y su tradición que con el hecho de ser barato y accesible, lo que desata la resistencia y las tensiones con las políticas turísticas que fomentan su llegada.