Pocas veces ha sido tan cierto que atravesamos tiempos de crisis. En verdad, de cambio de paradigma. Se está gestando un nuevo orden internacional, distinto al que fue hegemónico desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Primero el Brexit y luego la gestión Trump en Estados Unidos, obligan a los líderes de las más grandes corporaciones a repensar sus objetivos estratégicos, su estilo gerencial de conducción, y su contacto y conexión con el gran público.
La globalización atraviesa por su peor momento. La clave reside en que la mayoría de los votantes de clase media, de ambos lados del Atlántico, piensa que la desindustrialización, la falta de empleo y la inequidad en la distribución del ingreso, se debe a la globalización. Y a sus máximos apóstoles, las grandes corporaciones multinacionales que -como se asegura con convicción- cada vez ganan más mientras la gente tiene menos. Lo que plantea otro serio conflicto entre democracia y capitalismo, y abre la necesidad de reinventar el capitalismo para que sea viable en el futuro.
En este contexto, las más recientes investigaciones en este campo revelan que los informes sobre temas de sustentabilidad dan por resultado un fortalecimiento de la posición de la empresa y de su competitividad. El revelar prácticas gerenciales aumenta la responsabilidad social de los líderes y aumenta su credibilidad. A medida que las empresas ponen más énfasis en el desarrollo sustentable, se vuelven más éticas en sus prácticas comerciales, lo cual significa que se reducen los casos de sobornos y corrupción. Hay un sector de académicos que piensa que RSE hace referencia a la obligación social que tiene una compañía de ser responsable en el mantenimiento y mejora de beneficios sociales además de la búsqueda de maximización de ganancias para sus accionistas.
Si se mira la relación entre sociedad y compañías, se observa que estas no pueden sobrevivir aisladas de la sociedad. Paralelamente, el desarrollo social descansa en el crecimiento de las compañías. Esta interdependencia decide que sociedad y compañías interactúan entre sí y a la vez se ven restringidas por sus respectivas reglas de desarrollo; es más, las compañías, como organizaciones sociales, tienen sus intereses independientes; los beneficios sociales son del bienestar público. Los objetivos de desarrollo de las empresas están en maximizar sus ganancias corporativas, mientras que los objetivos de desarrollo social son incrementar los beneficios comunes a sus miembros en una sociedad. Además, las compañías, como una capa de la sociedad, requieren que los intereses corporativos sean puestos bajo las limitaciones de los beneficios sociales y los objetivos de la compañía deberían cumplir con los de los beneficios sociales. Por eso, se hace evidente que las compañías deberían asumir sus respectivas responsabilidades sociales.
Situaciones de conflicto
La mayoría de los CEO de Estados Unidos tiene un sentimiento conflictivo en el presente que les toca vivir. De un lado, están de acuerdo con la reforma impositiva perseguida por Trump y que se abrió paso en las instancias parlamentarias en Washington.
El balance es claro: beneficia a los ricos y favorece a las empresas que obtienen ganancias. Pero para la mayor parte de la población puede resultar perjudicial, y eso derivará en mayor tensión entre empresas y sociedad. Pero además los CEO tienen importantes diferencias con la Casa Blanca. En el primer año del mandato de Trump han chocado con él y con su equipo, en torno a disputas intensas sobre inmigración, cambio de clima, y valor de los acuerdos comerciales con otros países.
El consejo asesor empresarial del primer mandatario, se ha desbandado y en la práctica ha dejado de existir. La conclusión de estos desencuentros es que cada vez es más difícil para los empresarios evitar verse envueltos en disputas políticas donde Donald Trump monta la escena y los pone en primera línea sobre el escenario. Lo que hace temer mucho más todavía por lo que puede ocurrir durante el segundo año de mandato del polémico presidente.
Pero lo que en verdad preocupa a los dirigentes empresariales es el pulso del gran público. Una reciente encuesta realizada en 28 países revela que 62% de los que respondieron están preocupados por los efectos de la globalización. 55% desconfía de la presencia masiva de extranjeros en su país, porque piensan que perjudica su economía y sus culturas.
Este es el caldo de cultivo que llevó a Trump a la Casa Blanca, y que ha hecho triunfar o mejorar la votación de partidos de derecha, populistas y autoritarios en toda Europa.
Una consecuencia de estos movimientos telúricos en el piso de la sociedad, es que los consumidores reclaman a las empresas que tomen posición clara sobre todos estos asuntos en controversia. Una situación inédita. Nunca antes se habían encontrado en situación similar.
Algo parecido ocurre en el campo de los accionistas y de los actuales o potenciales inversionistas de una empresa. Sus opiniones trascienden las consideraciones financieras y juzgan según circunstancias ambientales, sociales o de gobernanza de la empresa. Hay una nueva realidad que trasciende la estrategia de comunicación de una empresa.
La obligación de la transparencia. Tanto el personal como evaluadores externos están atentos a toda transgresión real, o potencial. La responsabilidad de una empresa alcanza así nuevas dimensiones.
Este es el tema central que abordan los ensayos que siguen donde académicos, consultores y pensadores independientes abordan estas cuestiones.