En poco tiempo, Lay y su cómplice –todavía vivo- Jeffrey Skillings afrontaban sentencias por más de 60 años entre rejas cada uno. La situación del segundo no ha variado, aunque asomen presiones de influyentes círculos (algunos apuntan a la Casa Blanca) para morigerar la condena pendiente.
Financiante clave en ambas campañas presidenciales de George W.Bush y para docenas de legisladores federales y tejanos, Enron terminó de desplomarse en diciembre de 2001. No sin antes sufrir una baja aún no bien explicada: un contador allegado al hoy extinto estudio Arthur Anderson apareció muerto en un estacionamiento de Houston.
La larga serie de procesos judiciales involucró a más de treinta ejecutivos de la compañía. En particular, a Andrew Fastow, otrora director financiero y cerebro de un complejo fraude, basado en centenares de sociedades fantasmas en plazas extraterritoriales. Lay y Skilling intentaron echarle todas las culpas, pero fracasaron. Ni la firme amistad entre ambos y el clan Bush logró salvarlos.
El 25 de mayo se formalizaron los cargos contra el dúo y se pidieron severas penas de prisión. Ambas sentencias debían pronunciarse el 23 de octubre próximo y nada indica que Skillings pueda eludir la suya. “A Ken lo mató una justicia empeñada en hundirlo”, sostenían los abogados del difunto.
Justamente ese tipo de lamentaciones daba pábulo a la hipótesis del suicidio. No obstante, “Lay era demasiado timorato como para adoptar semejante decisión”, comentaban algunos fiscales federales. Hay un solo detalle que convalidaría esa posibilidad: Lay nunca tuvo conciencia de la gravedad de sus delitos y seguía sorprendido ante la condena solicitada por loa acusadores. Otros, por el contrario, creen que era un hipócrita.
En poco tiempo, Lay y su cómplice –todavía vivo- Jeffrey Skillings afrontaban sentencias por más de 60 años entre rejas cada uno. La situación del segundo no ha variado, aunque asomen presiones de influyentes círculos (algunos apuntan a la Casa Blanca) para morigerar la condena pendiente.
Financiante clave en ambas campañas presidenciales de George W.Bush y para docenas de legisladores federales y tejanos, Enron terminó de desplomarse en diciembre de 2001. No sin antes sufrir una baja aún no bien explicada: un contador allegado al hoy extinto estudio Arthur Anderson apareció muerto en un estacionamiento de Houston.
La larga serie de procesos judiciales involucró a más de treinta ejecutivos de la compañía. En particular, a Andrew Fastow, otrora director financiero y cerebro de un complejo fraude, basado en centenares de sociedades fantasmas en plazas extraterritoriales. Lay y Skilling intentaron echarle todas las culpas, pero fracasaron. Ni la firme amistad entre ambos y el clan Bush logró salvarlos.
El 25 de mayo se formalizaron los cargos contra el dúo y se pidieron severas penas de prisión. Ambas sentencias debían pronunciarse el 23 de octubre próximo y nada indica que Skillings pueda eludir la suya. “A Ken lo mató una justicia empeñada en hundirlo”, sostenían los abogados del difunto.
Justamente ese tipo de lamentaciones daba pábulo a la hipótesis del suicidio. No obstante, “Lay era demasiado timorato como para adoptar semejante decisión”, comentaban algunos fiscales federales. Hay un solo detalle que convalidaría esa posibilidad: Lay nunca tuvo conciencia de la gravedad de sus delitos y seguía sorprendido ante la condena solicitada por loa acusadores. Otros, por el contrario, creen que era un hipócrita.