Kirk Johnson, periodista del diario The New York Times, relata con cariño la historia de John Okum, un empresario dedicado a encontrar compradores para productos usados, desechos y errores de otras empresas.
Lo describe como “intermediario de los marginados, embajador de los abandonados” y define su negocio como “un centro de rehabilitación y terreno de entrenamiento para productos vendibles pero marginales”.
Financiada tanto por subsidios privados como por dinero de los gobiernos municipales, estatales y federales e integrada por tres personas, la organización dedicada al Reciclaje de Desechos Industriales y la Prevención comenzó hace cuatro años como proyecto piloto estatal de bajo presupuesto.
La idea era simple: ayudar a empresas a reducir costos mediante la unión de una compañía que dispusiera de productos de desecho –por ejemplo desperdicios plásticos o embalaje de madera– con otra que pudiera utilizar estos productos como materia prima.
De este modo, una empresa ahorra en costos de colocación; la otra, en la compra de suministros.
Esta idea funcionó bien y se convirtió en un modelo para un programa urbano de intercambio de desechos.
Hoy en día, proliferan programas similares en todo Estados Unidos. En el sur del Bronx, Nueva York, otra empresa de riesgo recicla paletas de madera, y así crea puestos de trabajo para residentes de una comunidad que se compara con un nido de plagas urbanas.
Big City Forest recicla paletas de madera, las cuales sirven como base para producir todo tipo de producto, desde muebles hasta resmas de papel. Generalmente, los destinatarios de estos productos abonan US$ 6 a US$ 12 por paleta. Pero las empresas que se contactan con Big City Forest sólo pagan US$ 0,75 por paleta.
Asimismo, la empresa proporciona capacitación y empleo de tiempo completo a 20 trabajadores, quienes, de lo contrario, tal vez estarían deambulando por las calles o aun peor.
Esto se denomina emprendimiento social y ejemplifica lo que sucede cuando los baby boomers, voluntariosos y con conciencia social, mezclan idealismo y afán de lucro. El resultado: todos se benefician.
En Dallas, una mujer pasaba caminando cerca de los sin techo durante años mientras se decía a sí misma que algo debía hacer. Y así fue. Fundó un periódico para que vendieran estas personas y obtuvieran una ganancia.
Se diseñó sobre la base de una empresa de riesgo similar que tuvo éxito hace cuatro años en Seattle.
En uno de los barrios más peligrosos de Boston, los niños de la ciudad y de las afueras trabajan para The Food Project. Además de desarrollar y vender productos orgánicos, aprenden técnicas de liderazgo y gerenciamiento empresarial.
Gracias a que proporciona trabajo productivo, el reverendo Gregory Boyle de la iglesia Delores Mission, ubicada en Los Angeles, disminuye la violencia entre pandillas.
Con fondos que provee una estación de radio local, Homeboy Bakery produce 600 panes (francés e italiano) y masas para Frisco Baking en Cypress Park.
Hoy, Homeboy apunta a un cronograma de producción de 1.500 panes por día, en el que trabajan 30 panaderos con turnos de 24 horas.
El padre Boyle cree que esta clase de emprendimiento social es la diferencia entre un empleo de tiempo completo y el encarcelamiento.
Al parecer, muchos coinciden. En los próximos años, los baby boomers, caracterizados por sus buenas intenciones, y la práctica Generación X transformarán el emprendimiento social en un modelo de productividad y rentabilidad, para así modificar las comunidades al tiempo que se retiran del campo laboral.
Kirk Johnson, periodista del diario The New York Times, relata con cariño la historia de John Okum, un empresario dedicado a encontrar compradores para productos usados, desechos y errores de otras empresas.
Lo describe como “intermediario de los marginados, embajador de los abandonados” y define su negocio como “un centro de rehabilitación y terreno de entrenamiento para productos vendibles pero marginales”.
Financiada tanto por subsidios privados como por dinero de los gobiernos municipales, estatales y federales e integrada por tres personas, la organización dedicada al Reciclaje de Desechos Industriales y la Prevención comenzó hace cuatro años como proyecto piloto estatal de bajo presupuesto.
La idea era simple: ayudar a empresas a reducir costos mediante la unión de una compañía que dispusiera de productos de desecho –por ejemplo desperdicios plásticos o embalaje de madera– con otra que pudiera utilizar estos productos como materia prima.
De este modo, una empresa ahorra en costos de colocación; la otra, en la compra de suministros.
Esta idea funcionó bien y se convirtió en un modelo para un programa urbano de intercambio de desechos.
Hoy en día, proliferan programas similares en todo Estados Unidos. En el sur del Bronx, Nueva York, otra empresa de riesgo recicla paletas de madera, y así crea puestos de trabajo para residentes de una comunidad que se compara con un nido de plagas urbanas.
Big City Forest recicla paletas de madera, las cuales sirven como base para producir todo tipo de producto, desde muebles hasta resmas de papel. Generalmente, los destinatarios de estos productos abonan US$ 6 a US$ 12 por paleta. Pero las empresas que se contactan con Big City Forest sólo pagan US$ 0,75 por paleta.
Asimismo, la empresa proporciona capacitación y empleo de tiempo completo a 20 trabajadores, quienes, de lo contrario, tal vez estarían deambulando por las calles o aun peor.
Esto se denomina emprendimiento social y ejemplifica lo que sucede cuando los baby boomers, voluntariosos y con conciencia social, mezclan idealismo y afán de lucro. El resultado: todos se benefician.
En Dallas, una mujer pasaba caminando cerca de los sin techo durante años mientras se decía a sí misma que algo debía hacer. Y así fue. Fundó un periódico para que vendieran estas personas y obtuvieran una ganancia.
Se diseñó sobre la base de una empresa de riesgo similar que tuvo éxito hace cuatro años en Seattle.
En uno de los barrios más peligrosos de Boston, los niños de la ciudad y de las afueras trabajan para The Food Project. Además de desarrollar y vender productos orgánicos, aprenden técnicas de liderazgo y gerenciamiento empresarial.
Gracias a que proporciona trabajo productivo, el reverendo Gregory Boyle de la iglesia Delores Mission, ubicada en Los Angeles, disminuye la violencia entre pandillas.
Con fondos que provee una estación de radio local, Homeboy Bakery produce 600 panes (francés e italiano) y masas para Frisco Baking en Cypress Park.
Hoy, Homeboy apunta a un cronograma de producción de 1.500 panes por día, en el que trabajan 30 panaderos con turnos de 24 horas.
El padre Boyle cree que esta clase de emprendimiento social es la diferencia entre un empleo de tiempo completo y el encarcelamiento.
Al parecer, muchos coinciden. En los próximos años, los baby boomers, caracterizados por sus buenas intenciones, y la práctica Generación X transformarán el emprendimiento social en un modelo de productividad y rentabilidad, para así modificar las comunidades al tiempo que se retiran del campo laboral.