El debate de fondo se produce hoy, entre todos los grupos (expertos en recursos humanos, consultores, directivos empresariales y representantes sindicales) sobre la incidencia, dimensión del impacto y cercanía temporal de la disrupción provocada por digitalización, robotización y automatización, en el mundo laboral, en el campo del empleo.
Hay, en forma nítida, tres grupos claramente definidos. El primero es de los negadores. Dice que nada pasará y que no hay que perder el tiempo con especulaciones sin sentido, cuando hay otros temas terrenales mucho más urgentes que atender (a duras penas logran esconder el miedo que les inspira el futuro). El segundo es el de los apocalípticos. En poco tiempo, los robots dejarán sin trabajo a los humanos.
La inteligencia artificial terminará con las máquinas esclavizando a la humanidad (todavía recuerdan las escenas del film Terminator). Masas famélicas, desempleadas y sin ingreso provocarán inmenso desorden social y no habrá quien pueda comprar buena parte de lo que produzcan las máquinas. Predicen el fin del capitalismo y la instalación de estados represivos.
Una distopía, como se le llama ahora. Finalmente, el tercer grupo, el de los racionales optimistas. Sostiene que el avance tecnológico producirá pérdida de trabajo, pero que a la vez creará nuevas posiciones calificadas que sólo podrá ocupar el ser humano. Aseguran además, que esto no ocurrirá mañana. Pero sí en algunos años, tal vez no tantos como quisieran, pero –aseguran– de forma manejable, que permitirá reentrenar y brindar otro conocimiento a las nuevas generaciones y –aunque parece más improbable– también a muchos de los desplazados.