Finalmente ¿qué espera la gente de las empresas?

La gente, en general, espera que las grandes empresas afronten problemas sociopolíticos, tales como cambios climáticos o acceso a medicamentos en países subdesarrollados. Pero las expectativas varían según actividades y geografìa.

Así apunta un reciente trabajo de McKinsey. A su criterio, el sector privado debe comprender con mayor profundidad lo que usuarios y consumidores esperan. Los analistas Kerrin McKillop y Sheila Bonini pidieron a una amplia muestra de personas calificar una cantidad de cuestiones tanto genéricas como especìficas.

Los sondeos abarcaban el comportamiento de las empresas en seis sectores: electricidad, servicios financieros, alimentos y bebidas, hidrocarburos, farmoquímica y comercio minorista. Se trata, en diversos grados, de áreas reguladas que han sufrido en los últimos tiempos el escrutinio público.

Los consultados –en Estados Unidos, Japón, Alemania, Gran Bretaña, Francia, China e India- respondieron además preguntas sobre cómo percibían esos sectores en relación con temas específicos. McKinsey no incluyó países latinoamericanos, algo bastante habitual.

En general, la gente identificó, entre los aspectos insatisfactorios de la conducta empresaria, prácticas de negocios poco diáfanas, insuficiente acceso en productos y servicios, escasa responsabilidad en términos sociales o ambientales y precios altos. Cnsumidores y usuarios también señalaron que las compañías no manejan correctamente asuntos atinentes a su propia influencia política, su nivel de utilidades y las remuneraciones a ejecutivos superiores. No obstante, estos asuntos parecen tener importancia relativa, pero un análisis más detenido los relaciona con otra actitudes del público en escala global. Por ende, podrían ser ulteriores fuentes de desconfianza.

Si bien la gente manifiesta apreciables resquemores en todas las áreas encaradas por el estudio, a algunas les va mejor que a otras. En cuanto hace a alimentos/bebidas, poco más de siete sobre diez consultados expresan bastante confianza en las empresas Casi 60% tiene algo de fe en farmoquímicas y eléctricas, aunque sòlo 40% la tiene en servicios financieros e hidrocarburos.

Los investigadores de McKinsey también descubrieron variaciones geográficas. Por ejemplo, apenas 10% de franceses y 17% de norteamericanos confían en los conglomerados petroleros o esperan que tengan en cuenta el bien público. Esto contrasta con 41% de británicos y 85% de hindúes.

Por otra parte, las percepciones que los consumidores manifiestan, en acuciantes temas sociopolíticos, no favorecen a la industria de combustibles. Empero, revelan una mezcla de riesgos –desde el punto de vista público- y oportunidades (en la óptica de los ejecutivos) que subraya las dificultades de las compañías para mantener el equilibrio entre ambos extremos.

Alrededor del mundo, los consumidores sostienen que los altos precios y los daños ambientales son críticos para las petroleras. En rigor, quieren que ese sector desempeñe mejor papel –sólo menor que el de los gobiernos- en cuanto a afrontar problemas de contaminación y emisión de gases perjudiciales. La ideas es que no atiendan exclusivamente sus negocios específicos.

En lo tocante a qué debieran hacer esos conglomerados con sus desmesuradas ganancias, cifradas sólo en el aumento injustificado de precios (a inicios de julio, los niveles orillaban los US$ 75/76 por barril), los consumidores fueron duros. Una parte sugirió reinvertir utilidades en desarrollar combustibles y energías menos contaminantes. Otros pidieron pasar esas ganancias a los usuarios, o sea rebajas los precios. En China, Japón, Gran Bretaña e India prefirieron la primera opción a la segunda.

En este negocio, el sector privado –a causa de sus propios excesos- se halla expuesto a crecientes presiones políticas y regulatorias, para no hablar de modelos restatizantes como el ruso. Median dos motivos claros: precios abusivos y contaminación peligrosa.

Ambos se suman a malos hábitos sectoriales en aspectos tan íntimamente correlacionados como excesiva influencia política (verbigracia, en EE.UU.), desmedida rentabilidad, remuneraciones ejecutivas y dividendos astronómicos, corrupciòn, escasa transparencia y poca seguridad. Esto último se evidenció no hace mucho en la refineria tejana de Royal Dutch/Shell.

¿Qué efecto tendría la reacción de los consumidores ante esa clase de abusos? Por un lado, la gente pude dejar de comprarles a compañías mal vistas. Por el otro, su vota se volcará a políticos que denuncian esos excesos o afrontan al ”lobby” privado. Algo así sucedió en las elecciones parlamentarias norteamericanas de 2006.

Una industria con mayor prestigio que la petrolera es la de alimentos y bebidas, cuyos clientes la ven bajo luz más favorable, dejando de lado diferencias geográficas. Según el trabajo de McKinsey, 86% de chinos y 57% de norteamericanos le asignan imagen positiva. Pero apenas 20% de franceses piensan lo mismo. Sin embargo, hay dos prioridades –salud, obesidad- que la ponen en peligro, sobre todo en EE.UU.

Hasta el momento, la gente coincide en que la obesidad es esencialmente asunto de las personas. Pero chinos, franceses, alemanes, británicos e hindúes creen que los productores de alimentos y bebidas tienen bastante responsabilidad en el tema.

Al revés, sólo 35% de japoneses o 39% de norteamericanos la extienden a empresas fabricantes de bebidas y alimentos que engordan. No obstante, el sector debe considerar riesgos potenciales y oportunidades: no es casual que el segmento de comidas orgánicas en EE.UU. haya avanzado de 15% en 1996 a 21% anual en 2005. Como se ve, petroleras y alimentarias ocupan las a dos puntas del espectro.

Así apunta un reciente trabajo de McKinsey. A su criterio, el sector privado debe comprender con mayor profundidad lo que usuarios y consumidores esperan. Los analistas Kerrin McKillop y Sheila Bonini pidieron a una amplia muestra de personas calificar una cantidad de cuestiones tanto genéricas como especìficas.

Los sondeos abarcaban el comportamiento de las empresas en seis sectores: electricidad, servicios financieros, alimentos y bebidas, hidrocarburos, farmoquímica y comercio minorista. Se trata, en diversos grados, de áreas reguladas que han sufrido en los últimos tiempos el escrutinio público.

Los consultados –en Estados Unidos, Japón, Alemania, Gran Bretaña, Francia, China e India- respondieron además preguntas sobre cómo percibían esos sectores en relación con temas específicos. McKinsey no incluyó países latinoamericanos, algo bastante habitual.

En general, la gente identificó, entre los aspectos insatisfactorios de la conducta empresaria, prácticas de negocios poco diáfanas, insuficiente acceso en productos y servicios, escasa responsabilidad en términos sociales o ambientales y precios altos. Cnsumidores y usuarios también señalaron que las compañías no manejan correctamente asuntos atinentes a su propia influencia política, su nivel de utilidades y las remuneraciones a ejecutivos superiores. No obstante, estos asuntos parecen tener importancia relativa, pero un análisis más detenido los relaciona con otra actitudes del público en escala global. Por ende, podrían ser ulteriores fuentes de desconfianza.

Si bien la gente manifiesta apreciables resquemores en todas las áreas encaradas por el estudio, a algunas les va mejor que a otras. En cuanto hace a alimentos/bebidas, poco más de siete sobre diez consultados expresan bastante confianza en las empresas Casi 60% tiene algo de fe en farmoquímicas y eléctricas, aunque sòlo 40% la tiene en servicios financieros e hidrocarburos.

Los investigadores de McKinsey también descubrieron variaciones geográficas. Por ejemplo, apenas 10% de franceses y 17% de norteamericanos confían en los conglomerados petroleros o esperan que tengan en cuenta el bien público. Esto contrasta con 41% de británicos y 85% de hindúes.

Por otra parte, las percepciones que los consumidores manifiestan, en acuciantes temas sociopolíticos, no favorecen a la industria de combustibles. Empero, revelan una mezcla de riesgos –desde el punto de vista público- y oportunidades (en la óptica de los ejecutivos) que subraya las dificultades de las compañías para mantener el equilibrio entre ambos extremos.

Alrededor del mundo, los consumidores sostienen que los altos precios y los daños ambientales son críticos para las petroleras. En rigor, quieren que ese sector desempeñe mejor papel –sólo menor que el de los gobiernos- en cuanto a afrontar problemas de contaminación y emisión de gases perjudiciales. La ideas es que no atiendan exclusivamente sus negocios específicos.

En lo tocante a qué debieran hacer esos conglomerados con sus desmesuradas ganancias, cifradas sólo en el aumento injustificado de precios (a inicios de julio, los niveles orillaban los US$ 75/76 por barril), los consumidores fueron duros. Una parte sugirió reinvertir utilidades en desarrollar combustibles y energías menos contaminantes. Otros pidieron pasar esas ganancias a los usuarios, o sea rebajas los precios. En China, Japón, Gran Bretaña e India prefirieron la primera opción a la segunda.

En este negocio, el sector privado –a causa de sus propios excesos- se halla expuesto a crecientes presiones políticas y regulatorias, para no hablar de modelos restatizantes como el ruso. Median dos motivos claros: precios abusivos y contaminación peligrosa.

Ambos se suman a malos hábitos sectoriales en aspectos tan íntimamente correlacionados como excesiva influencia política (verbigracia, en EE.UU.), desmedida rentabilidad, remuneraciones ejecutivas y dividendos astronómicos, corrupciòn, escasa transparencia y poca seguridad. Esto último se evidenció no hace mucho en la refineria tejana de Royal Dutch/Shell.

¿Qué efecto tendría la reacción de los consumidores ante esa clase de abusos? Por un lado, la gente pude dejar de comprarles a compañías mal vistas. Por el otro, su vota se volcará a políticos que denuncian esos excesos o afrontan al ”lobby” privado. Algo así sucedió en las elecciones parlamentarias norteamericanas de 2006.

Una industria con mayor prestigio que la petrolera es la de alimentos y bebidas, cuyos clientes la ven bajo luz más favorable, dejando de lado diferencias geográficas. Según el trabajo de McKinsey, 86% de chinos y 57% de norteamericanos le asignan imagen positiva. Pero apenas 20% de franceses piensan lo mismo. Sin embargo, hay dos prioridades –salud, obesidad- que la ponen en peligro, sobre todo en EE.UU.

Hasta el momento, la gente coincide en que la obesidad es esencialmente asunto de las personas. Pero chinos, franceses, alemanes, británicos e hindúes creen que los productores de alimentos y bebidas tienen bastante responsabilidad en el tema.

Al revés, sólo 35% de japoneses o 39% de norteamericanos la extienden a empresas fabricantes de bebidas y alimentos que engordan. No obstante, el sector debe considerar riesgos potenciales y oportunidades: no es casual que el segmento de comidas orgánicas en EE.UU. haya avanzado de 15% en 1996 a 21% anual en 2005. Como se ve, petroleras y alimentarias ocupan las a dos puntas del espectro.

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