sábado, 28 de diciembre de 2024

En Boeing, los de afuera ya no son de palo

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James McNerney, nuevo presidente ejecutivo de la empresa aeronáutica, es el primero que no sale del elenco interno. Esto representa un cambio copernicano en su management y plantea ciertas dudas.

Por supuesto, aun a alguien de adentro le sería difícil remontar años de errores, fracasos y escándalos. Tampoco será fácil concebir un esquema que genere crecimiento en el largo plazo. No obstante, McNenery bandonó días atrás la conducción de 3M (antes Minnesotta Mining & Manufacturing), un cargo bastante tranquilo, para aceptar una papa caliente en Boeing.

En rigor, el nuevo CEO no es del todo ajeno a la compañía, en cuyo directorio figura desde 2001. Además, cuando la anterior cúpula empezó a tambalear, fue el primer favorito. Hasta la semana pasada, se mostraba reticente y declinó no menos de dos ofertas. Al aceptar la tercera, el ex 3M –no se sabe bien por qué- se declaró conforme con las actuales estrategia en materia de ventas militares y comerciales. Hasta habló de “maneter el impulso”.

Varios expertos en management del sector se preguntan, entonces, para qué cambiar tan radicalmente de conducciòn y por qué McNerney ser ha hecho cargo. Su mensaje inicial, por cierto, no di pistas claras sobre sus propios planes. A la inversa, parece compartir la “cultura aislacionista” tan criticada y que dio tan malos resultados en la historia de la empresa.

Tampoco parece atinado afirmar, como hizo el nuevo CEO, que se avanza en esfuerzos para mejorar reputación entre legisladores y gente del Pentágono. Máximo porque los dos escándalos todavía pendientes afectan tanto a las ex directivos de Boeing como a los propios burócratas de Defensa. Además, ambas situaciones afectan a la división de ventas militares (genera más de 50% de ingresos), sometida al escrutinio del Pentágono y el Congreso.

Sea como fuere, la compañía sigue siendo contratista principal en cinco de diez programas claves en materia de armamento. Eso abarca delirios castrenses tan típicos como un escudo de defensa nacional que prevé ataques desde el espacio a cualquier punto del mundo. George Walker Bush y su entorno, salvo quizá Condoleezza Rice, muestran en entusiasmo casi bíblico al respecto.

Más razonable e interesante es la aviación comercial, donde las ventas han comenzado a recobrarse con ímpetu. Tras años de ver cómo Airbus, un rival europeo tan subsidiado como la misma Boeing, le quitaba participación en esa franja. Estas mejoras derivan esencialmente del programa 787 Dreamliner, cuyas primeras entregas se prevén para 2008. Hace dos años, el proyecto fue lanzados gracia al apoyo de McNerney.

Por supuesto, aun a alguien de adentro le sería difícil remontar años de errores, fracasos y escándalos. Tampoco será fácil concebir un esquema que genere crecimiento en el largo plazo. No obstante, McNenery bandonó días atrás la conducción de 3M (antes Minnesotta Mining & Manufacturing), un cargo bastante tranquilo, para aceptar una papa caliente en Boeing.

En rigor, el nuevo CEO no es del todo ajeno a la compañía, en cuyo directorio figura desde 2001. Además, cuando la anterior cúpula empezó a tambalear, fue el primer favorito. Hasta la semana pasada, se mostraba reticente y declinó no menos de dos ofertas. Al aceptar la tercera, el ex 3M –no se sabe bien por qué- se declaró conforme con las actuales estrategia en materia de ventas militares y comerciales. Hasta habló de “maneter el impulso”.

Varios expertos en management del sector se preguntan, entonces, para qué cambiar tan radicalmente de conducciòn y por qué McNerney ser ha hecho cargo. Su mensaje inicial, por cierto, no di pistas claras sobre sus propios planes. A la inversa, parece compartir la “cultura aislacionista” tan criticada y que dio tan malos resultados en la historia de la empresa.

Tampoco parece atinado afirmar, como hizo el nuevo CEO, que se avanza en esfuerzos para mejorar reputación entre legisladores y gente del Pentágono. Máximo porque los dos escándalos todavía pendientes afectan tanto a las ex directivos de Boeing como a los propios burócratas de Defensa. Además, ambas situaciones afectan a la división de ventas militares (genera más de 50% de ingresos), sometida al escrutinio del Pentágono y el Congreso.

Sea como fuere, la compañía sigue siendo contratista principal en cinco de diez programas claves en materia de armamento. Eso abarca delirios castrenses tan típicos como un escudo de defensa nacional que prevé ataques desde el espacio a cualquier punto del mundo. George Walker Bush y su entorno, salvo quizá Condoleezza Rice, muestran en entusiasmo casi bíblico al respecto.

Más razonable e interesante es la aviación comercial, donde las ventas han comenzado a recobrarse con ímpetu. Tras años de ver cómo Airbus, un rival europeo tan subsidiado como la misma Boeing, le quitaba participación en esa franja. Estas mejoras derivan esencialmente del programa 787 Dreamliner, cuyas primeras entregas se prevén para 2008. Hace dos años, el proyecto fue lanzados gracia al apoyo de McNerney.

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