Bordeaux festeja este año el 150° cumpleaños de una de las creaciones
en marketing de vinos más famosas del mundo: la clasificación 1855
que clasificó los mejores vinos de la región. Antes se habían
publicado otras calificaciones de vinos, y después también hubo
otras, pero ésta sola sigue ejerciendo su influencia en los compradores
de todo el mundo, que gustosos pagan un plus por los vinos cultivados en los estados
de la región, desde los cultivos ubicados en quinto lugar de la clasificación
hasta los ne plus ultra con nombres famosos como Château Margaux
y Château Latour.
Ahora bien, se pregunta William Echikson en el Wall Street Journal: la
veneración por esos vinos, ¿es racional o es un robo?¿No
será que esas divisiones sirven para vender vinos mediocres a precios siderales
merced a su alta clasificación, y vinos buenos a precios muy baratos por
culpa de una clasificación más baja? 150 años es mucho tiempo,
dice, escéptico, Echikson, quien vivió en Bordeaux durante algunos
años. En ese lapso muchas bodegas cambiaron de manos o se expandieron,
y sus vinos actuales ya no se parecen a aquellos sobre los cuales se basó
la clasificación.
Decidió hacer una prueba a ciegas para ver si su intuición iba bien
orientada. En la prueba participarían un alto chef francés -Lionel
Rigolet y el mejor sommelier de Bélgica, William Wouters, de “Comme
Chez Soi” en Bruselas, un restaurante de alta cocina que durante más
de 25 años ha merecido tres estrellas (el más alto galardón)
en la in Guía Michelin.
Echikson compró seis vinos tintos, uno de cada una de las cinco categorías
1855, y un vino sin clasificación pero proveniente de uno de los principales
proveedores del restaurante : Jean-Pierre Van Geyseghem, quien estuvo presente
en la cata. Para ampliar el campo, también compró otros tres vinos
clasificados en una vinería local. Los precios oscilaban desde US$ 200
por una botella del afamado Château Latour (primer cultivo) hasta
US$ 27 por un Château Marquis-de-Terme (cuarto cultivo). Para que
la muestra fuera pareja, todos los vinos eran cosecha 2001, todos provenían
de la Península de Médoc y eran blends dominados por Cabernet
Sauvignon y Cabernet Franc.
El panel fue completado con otros dos expertos, el importador de vinos españoles
Wim Vanleuven, y su colega Olivier Fonteyne, quien antes fue sommelier en Karmeliet
(Brujas, Bélgica) otros restaurante tres estrellas de Michelin. Los seis
tomaron asiento en un salón en los altos de Comme Chez Soi para
juzgar los históricos vinos.
Un sommelier asistente los dispuso al azar y los cubrió con una
servilleta al servirlos. El primero era un vino de color rosado pálido,
levemente frutado. “A mí me pareció un Beaujolais“,
cuenta Echikson – un vino hecho para tomarse joven y que suele costar menos de
US$ 10 la botella. Las opiniones fueron negativas: “Le falta complejidad”
juzgó Fonteyne. “Si éste fuera un Latour, me caería
de espaldas,” agregó Wouters, sommelier de Comme Chez Soi.
Un aire de decepción se instaló en la mesa a medida que probaban
el segundo, el tercero y el cuarto. Todos, decían los expertos, tenían
un color demasiado pálido y aunque algunos les sentían un poquito
más de concentración y complejidad que el primero de todos, también
tenían defectos: demasiado sabor a madera de las barricas de roble, mucho
sabor a tanino, onel amargo y astringente sabor del hollejo de la uva. “Éstos
son todos vinos lamentables, les falta cuerpo,” dijo Fonteyne.
El quinto vino comenzó a hacer honor a la reputación de Bordeaux.
De un rojo intenso y fresco, y sabores también frescos con toques de frambuesas,
cerezas, orozuz y tabaco. “Esto es una hermosa mujer dentro de un vaso de
vino”, opinión Wouters.
Los vinos probados en séptimo y octavo lugar eran profundos, oscuros y
provocaron exclamaciones de placer, pero no eran comparables con el anterior,
que mereció paralelos femeninos. El último vino provocó la
única profunda divergencia de opiniones en toda la cata. Para Fonteyne
era un vino ganador: “sabor a berries densas y profundas, con complejidad
de dos grados”; sus colegas, en cambio, lo juzgaron “rústico
que dejaba un regusto áspero en la boca”.
En general, los catadores concluyeron que los vinos eran decepcionantes. “Bordeaux,
después de esta prueba, es muy cara y no lo vale”, dijo Rigolet. Algunos
en la mesa se preguntaban si el problema estaría en la cosecha 2001, que
tal vez necesitaba más tiempo en botella para adquirir equilibrio.
Pero todavía faltaba el shock final. Cuando se les reveló
el nombre de los vinos, el ganador resultó ser un Château Kirwan
de tercer cultivo. El Château Lynch-Bages, quinto cultivo, terminó
con una de las máximas calificaciones, al lado de o por encima de los Château
Pichon-Longueville o Château Ducru Beaucaillou (segundo cultivo).
Lo más sorprendente de todo fue que el decepcionante vino número
1, juzgado apenas algo mejor que un plebeyo Beaujolais, resultó ser el
venerado… Château Latour. Terminó penúltimo en las
calificaciones del panel, sólo por delante de un vino no clasificado.
“Mon Dieu!,” exclamaron los sorprendidos catadores casi al unísono.
No había habido discrepancias. Nadie había tenido una palabra amable
para el Latour. Todos lo volvieron a probar y siguieron juzgándolo
mediocre.
Bordeaux festeja este año el 150° cumpleaños de una de las creaciones
en marketing de vinos más famosas del mundo: la clasificación 1855
que clasificó los mejores vinos de la región. Antes se habían
publicado otras calificaciones de vinos, y después también hubo
otras, pero ésta sola sigue ejerciendo su influencia en los compradores
de todo el mundo, que gustosos pagan un plus por los vinos cultivados en los estados
de la región, desde los cultivos ubicados en quinto lugar de la clasificación
hasta los ne plus ultra con nombres famosos como Château Margaux
y Château Latour.
Ahora bien, se pregunta William Echikson en el Wall Street Journal: la
veneración por esos vinos, ¿es racional o es un robo?¿No
será que esas divisiones sirven para vender vinos mediocres a precios siderales
merced a su alta clasificación, y vinos buenos a precios muy baratos por
culpa de una clasificación más baja? 150 años es mucho tiempo,
dice, escéptico, Echikson, quien vivió en Bordeaux durante algunos
años. En ese lapso muchas bodegas cambiaron de manos o se expandieron,
y sus vinos actuales ya no se parecen a aquellos sobre los cuales se basó
la clasificación.
Decidió hacer una prueba a ciegas para ver si su intuición iba bien
orientada. En la prueba participarían un alto chef francés -Lionel
Rigolet y el mejor sommelier de Bélgica, William Wouters, de “Comme
Chez Soi” en Bruselas, un restaurante de alta cocina que durante más
de 25 años ha merecido tres estrellas (el más alto galardón)
en la in Guía Michelin.
Echikson compró seis vinos tintos, uno de cada una de las cinco categorías
1855, y un vino sin clasificación pero proveniente de uno de los principales
proveedores del restaurante : Jean-Pierre Van Geyseghem, quien estuvo presente
en la cata. Para ampliar el campo, también compró otros tres vinos
clasificados en una vinería local. Los precios oscilaban desde US$ 200
por una botella del afamado Château Latour (primer cultivo) hasta
US$ 27 por un Château Marquis-de-Terme (cuarto cultivo). Para que
la muestra fuera pareja, todos los vinos eran cosecha 2001, todos provenían
de la Península de Médoc y eran blends dominados por Cabernet
Sauvignon y Cabernet Franc.
El panel fue completado con otros dos expertos, el importador de vinos españoles
Wim Vanleuven, y su colega Olivier Fonteyne, quien antes fue sommelier en Karmeliet
(Brujas, Bélgica) otros restaurante tres estrellas de Michelin. Los seis
tomaron asiento en un salón en los altos de Comme Chez Soi para
juzgar los históricos vinos.
Un sommelier asistente los dispuso al azar y los cubrió con una
servilleta al servirlos. El primero era un vino de color rosado pálido,
levemente frutado. “A mí me pareció un Beaujolais“,
cuenta Echikson – un vino hecho para tomarse joven y que suele costar menos de
US$ 10 la botella. Las opiniones fueron negativas: “Le falta complejidad”
juzgó Fonteyne. “Si éste fuera un Latour, me caería
de espaldas,” agregó Wouters, sommelier de Comme Chez Soi.
Un aire de decepción se instaló en la mesa a medida que probaban
el segundo, el tercero y el cuarto. Todos, decían los expertos, tenían
un color demasiado pálido y aunque algunos les sentían un poquito
más de concentración y complejidad que el primero de todos, también
tenían defectos: demasiado sabor a madera de las barricas de roble, mucho
sabor a tanino, onel amargo y astringente sabor del hollejo de la uva. “Éstos
son todos vinos lamentables, les falta cuerpo,” dijo Fonteyne.
El quinto vino comenzó a hacer honor a la reputación de Bordeaux.
De un rojo intenso y fresco, y sabores también frescos con toques de frambuesas,
cerezas, orozuz y tabaco. “Esto es una hermosa mujer dentro de un vaso de
vino”, opinión Wouters.
Los vinos probados en séptimo y octavo lugar eran profundos, oscuros y
provocaron exclamaciones de placer, pero no eran comparables con el anterior,
que mereció paralelos femeninos. El último vino provocó la
única profunda divergencia de opiniones en toda la cata. Para Fonteyne
era un vino ganador: “sabor a berries densas y profundas, con complejidad
de dos grados”; sus colegas, en cambio, lo juzgaron “rústico
que dejaba un regusto áspero en la boca”.
En general, los catadores concluyeron que los vinos eran decepcionantes. “Bordeaux,
después de esta prueba, es muy cara y no lo vale”, dijo Rigolet. Algunos
en la mesa se preguntaban si el problema estaría en la cosecha 2001, que
tal vez necesitaba más tiempo en botella para adquirir equilibrio.
Pero todavía faltaba el shock final. Cuando se les reveló
el nombre de los vinos, el ganador resultó ser un Château Kirwan
de tercer cultivo. El Château Lynch-Bages, quinto cultivo, terminó
con una de las máximas calificaciones, al lado de o por encima de los Château
Pichon-Longueville o Château Ducru Beaucaillou (segundo cultivo).
Lo más sorprendente de todo fue que el decepcionante vino número
1, juzgado apenas algo mejor que un plebeyo Beaujolais, resultó ser el
venerado… Château Latour. Terminó penúltimo en las
calificaciones del panel, sólo por delante de un vino no clasificado.
“Mon Dieu!,” exclamaron los sorprendidos catadores casi al unísono.
No había habido discrepancias. Nadie había tenido una palabra amable
para el Latour. Todos lo volvieron a probar y siguieron juzgándolo
mediocre.