Mientras el mundo tecnológico celebraba el 30° aniversario de la Macintosh el viernes pasado, también recodaba una vez más el emblemático aviso presentado en el Super Bowl que anunciaba la llegada de la máquina que cambiaría el mundo. Corría el año 1984 y el director Ridley Scott presentó en el Super Bowl la Mac representada por una rubia en shorts color naranja que triunfaba frente a un mundo orwelliano donde una fila de humanos grises y andróginos marchaban encadenados hacie el dogma opresivo del todopoderoso Gran Hermano, alias IBM. Fue uno de los grandes momentos en la historia de Silicon Valley, recuerda Daniela Hernandez en Wired.
Justo un año después, durante el Super Bowl de 1985, Apple presentó un fiasco. El aviso también mostraba una multitud de zombies hechizados y se proponía generar interés por la Macintosh Office. Pero el efecto que tuvo fue negativo y el producto no salió hasta 1987.
La Mac Office combinaba sus computadoras con una impresora láser y un servidor. Pero ese servidor no estaba terminado y no lo estaría hasta dos años después.
En el aviso los zombies ya no usaban overoles como en el año anterior sino traje y corbata con vendas en los ojos. Están todavía embrujados por el malvado big blue y solo Apple puede salvarlos del invierno de las PC de IBM y el sistema operative DOS. Caminan en fila india por un sendero seco hacia el vacío. Mientras algunos ya comienzan a caer, se escucha una voz que dice: el 23 de enero Apple introducirá la Macintosh Office. Justo en ese momento uno de los caminantes, ya a centímetros del precipicio, se quita la venda de los ojos, mira al cielo y una luz se abre paso entre las nubes. Se vuelve hacia sus compañeros para ofrecerles la opción: vida con Apple o muerte con IBM.
Pero el producto de Apple no existía. Por eso el aviso fue un fiasco. La gente se indignó y hubo un prolongado silencio en el estadio de Stanford cuando apareció en la pantalla grande. Nada que ve con los alaridos de entusiasmo del año anterior con el “1984”.
Steve Jobs sentado en las primeras filas del estadio, vio el desastre en persona y aprendió su lección: nunca tentar a la gente cuando el producto no está listo.