domingo, 22 de diciembre de 2024

Corrupción corporativa (III)

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Los casos de corrupción más resonantes suelen ser los vinculados con el poder político. La ética empresaria sigue esperando definiciones.

El pensamiento ético
Desde antes de la Segunda Guerra Mundial y hasta bien avanzada la década de los años ´70, el enfoque que se hacía sobre la dimensión moral de la empresa fue una perspectiva que se conoció como “responsabilidad social de las empresas”.

Era en verdad una reacción a la economía neoclásica, que sostiene que la única responsabilidad de la empresa es maximizar sus ganancias inmediatas sujeto solamente a las más mínimas exigencias de la ley. En cambio, los defensores de la responsabilidad social en las empresas explicaban que dirigir éticamente significa más que acatar los dictados de la ley o las señales del mercado.

La tesis que resultó se puede condensar en esta frase: la ética “da ganancias”. Se sostenía que en el corto plazo, la conducta ética puede dañar las ganancias de la compañía pero a la larga el mercado termina por premiar tal conducta.

Con esta óptica, ser ético tenía sentido y respondía a un genuino interés económico. En buena medida, estos principios fueron adoptados, en muchos casos por convicción y en algunos como ejercicio retórico. El principio lógico era cautivante: ética e interés económico iban de la mano.

Hasta aquí se había encontrado para que los empresarios tuvieran un comportamiento ético. Pero el desafío siguiente era explicar de qué manera podían precisar el curso ético de acción en una situación determinada y mantenerlo aún con las presiones de la competencia.

De este modo fue a finales de los años ´70 apareció la nueva disciplina de “ética empresarial”, que se comenzó a estudiar, progresivamente, en todas las escuelas empresariales. Se suponía que de esta manera se contaría con marcos teóricos y herramientas conceptuales útiles para poder decidir el camino correcto ante difíciles situaciones éticas.

Aquí es donde sobrevino la primer gran frustración. Nada de eso ocurrió. Los primeros profesores venían de la filosofía, con esa formación y ninguna experiencia en el mundo concreto de las empresas. Es que la filosofía moral es una disciplina que se ocupa de conceptos abstractos y que confiere alto valor a pensamientos y actividades donde no existe un interés económico.

El descubrimiento posterior fue discrepar con la teoría según la cual la “ética rinde beneficios”. No siempre – se sostuvo – la conducta ética coincide con los mejores intereses de la empresa. O dicho de otro modo: es alto el potencial de conflicto entre la ética y los intereses, lo que además ocurre con llamativa frecuencia.

Muchos de los actos motivados por interés propio no pueden, en realidad, ser éticos. Es que la filosofía moral tiende a valorar el “altruísmo”, o sea la idea según la cual un individuo debe hacer el bien porque es lo correcto, o porque beneficia a otros, y no porque el individuo se beneficie con esa acción.

En definitiva: la motivación puede ser altruísta o interesada, pero no ambas cosas. Lo cual llevaría a concluir que ética empresarial significa actuar en el campo de los negocios impulsado por razones que no pertenecen al mundo de los negocios.

Está claro que ambas líneas de razonamiento han sido llevadas al extremo. Para un gerente, lo esencial no es si esos conflictos ocurren o no, sino cómo manejarlos cuando ocurren. Y sobre esto, tampoco los teóricos de la ética han dado mucha ayuda hasta ahora.

Cuando comenzaron, finalmente, a vérselas con los difíciles problemas concretos que desvelan a los gerentes, la respuesta pecaba de exceso de generalismo, de abundancia teórica, y de escasez práctica.

En los últimos 15 años apareció una nueva corriente que tomó la observación como punto de partida para la tarea analítica. Para la nueva ética empresarial, la tarea fundamental de un teórico no es hacer distinciones abstractas entre altruísmo e interés sino participar con el nivel gerencial en el diseño de nuevas estructuras, sistemas de incentivos y procesos de toma de decisiones.

Así surgen nuevos conceptos. Moderación, pragmatismo, minimalismo. Estas son las nuevas palabras de los teóricos de la ética empresarial. El plano común es la intención de dialogar con los niveles directivos de las empresas en un lenguaje común y con una temática compartida.

El pensamiento ético
Desde antes de la Segunda Guerra Mundial y hasta bien avanzada la década de los años ´70, el enfoque que se hacía sobre la dimensión moral de la empresa fue una perspectiva que se conoció como “responsabilidad social de las empresas”.

Era en verdad una reacción a la economía neoclásica, que sostiene que la única responsabilidad de la empresa es maximizar sus ganancias inmediatas sujeto solamente a las más mínimas exigencias de la ley. En cambio, los defensores de la responsabilidad social en las empresas explicaban que dirigir éticamente significa más que acatar los dictados de la ley o las señales del mercado.

La tesis que resultó se puede condensar en esta frase: la ética “da ganancias”. Se sostenía que en el corto plazo, la conducta ética puede dañar las ganancias de la compañía pero a la larga el mercado termina por premiar tal conducta.

Con esta óptica, ser ético tenía sentido y respondía a un genuino interés económico. En buena medida, estos principios fueron adoptados, en muchos casos por convicción y en algunos como ejercicio retórico. El principio lógico era cautivante: ética e interés económico iban de la mano.

Hasta aquí se había encontrado para que los empresarios tuvieran un comportamiento ético. Pero el desafío siguiente era explicar de qué manera podían precisar el curso ético de acción en una situación determinada y mantenerlo aún con las presiones de la competencia.

De este modo fue a finales de los años ´70 apareció la nueva disciplina de “ética empresarial”, que se comenzó a estudiar, progresivamente, en todas las escuelas empresariales. Se suponía que de esta manera se contaría con marcos teóricos y herramientas conceptuales útiles para poder decidir el camino correcto ante difíciles situaciones éticas.

Aquí es donde sobrevino la primer gran frustración. Nada de eso ocurrió. Los primeros profesores venían de la filosofía, con esa formación y ninguna experiencia en el mundo concreto de las empresas. Es que la filosofía moral es una disciplina que se ocupa de conceptos abstractos y que confiere alto valor a pensamientos y actividades donde no existe un interés económico.

El descubrimiento posterior fue discrepar con la teoría según la cual la “ética rinde beneficios”. No siempre – se sostuvo – la conducta ética coincide con los mejores intereses de la empresa. O dicho de otro modo: es alto el potencial de conflicto entre la ética y los intereses, lo que además ocurre con llamativa frecuencia.

Muchos de los actos motivados por interés propio no pueden, en realidad, ser éticos. Es que la filosofía moral tiende a valorar el “altruísmo”, o sea la idea según la cual un individuo debe hacer el bien porque es lo correcto, o porque beneficia a otros, y no porque el individuo se beneficie con esa acción.

En definitiva: la motivación puede ser altruísta o interesada, pero no ambas cosas. Lo cual llevaría a concluir que ética empresarial significa actuar en el campo de los negocios impulsado por razones que no pertenecen al mundo de los negocios.

Está claro que ambas líneas de razonamiento han sido llevadas al extremo. Para un gerente, lo esencial no es si esos conflictos ocurren o no, sino cómo manejarlos cuando ocurren. Y sobre esto, tampoco los teóricos de la ética han dado mucha ayuda hasta ahora.

Cuando comenzaron, finalmente, a vérselas con los difíciles problemas concretos que desvelan a los gerentes, la respuesta pecaba de exceso de generalismo, de abundancia teórica, y de escasez práctica.

En los últimos 15 años apareció una nueva corriente que tomó la observación como punto de partida para la tarea analítica. Para la nueva ética empresarial, la tarea fundamental de un teórico no es hacer distinciones abstractas entre altruísmo e interés sino participar con el nivel gerencial en el diseño de nuevas estructuras, sistemas de incentivos y procesos de toma de decisiones.

Así surgen nuevos conceptos. Moderación, pragmatismo, minimalismo. Estas son las nuevas palabras de los teóricos de la ética empresarial. El plano común es la intención de dialogar con los niveles directivos de las empresas en un lenguaje común y con una temática compartida.

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