Las instituciones tienen un propósito social y se colocan por encima de los individuos creando normas y reglas en las que la gente puede confiar. Cuando esa confianza se pierde, hay disfunción hasta que esa institución es reemplazada por algo más que pueda gobernar la conducta de la gente y lograr que la vida sea previsible. Así explica el proceso la Enciclopedia Stanford de Filosofía, una página web que desde 1995 recopila trabajos filosóficos de todo el planeta. Ian Bremmer, politólogo norteamericano especializado en política exterior, conversó con Art Kleiner de strategy+business sobre los caminos que deberían tomar las instituciones políticas y económicas para recuperar su credibilidad. Bremmer es en la actualidad uno de los observadores más agudos de las tendencias globales, presidente de la consultora Eurasia Group, catedrático y frecuente columnista en los medios. Lo que sigue es una condensación de la primera de una serie de charlas, centrada en la actual crisis de confianza en las instituciones globales de todo tipo: políticas, económicas y mediáticas.
–Las noticias son obvias. ¿Pero cuáles son las historias más imperceptibles, esos patrones que están por debajo de la noticia y que la gente no ve con claridad?
–Hoy hay dos grandes historias imperceptibles. La primera, las instituciones políticas y económicas en Occidente, tanto en Estados Unidos como en Europa, están comenzando a erosionarse. Durante 50 años fueron increíblemente sólidas y resilientes, pero el mundo cambió con tanta velocidad en algún punto de los últimos años que perdieron la capacidad para cumplir con sus objetivos. Sus propias poblaciones las ven como menos legítimas. Eso significa que no se las va a ver como modelos eficaces y que no están trabajando muy bien para su propia gente. Tomemos por ejemplo los medios de comunicación en Estados Unidos y Europa. No podemos decir que sean tan sólidos como hace 20 años o que sirvan los objetivos de antaño, como facilitar la democracia global y el nacionalismo cívico. Están las noticias falsas. Las publicaciones están divididas, politizadas, mucha gente ha dejado de creerles. Paralelamente, la cantidad de jóvenes en Estados Unidos y Europa que cree que las elecciones son legítimas, que sirven a sus objetivos, es cada vez menor. Aunque Ãngela Merkel parece estar armando gobierno, las fuerzas de la Unión Anti–Europea ya se anotaron una gran victoria con el éxito del partido alternativo para Alemania (AfD según siglas germanas). Dos años atrás nadie en el gobierno pensaba que eso podía ocurrir. La erosión fue gradual, por eso casi nadie le prestó atención. Ni siquiera ahora nadie piensa seriamente en el tipo de reforma estructural que hace falta para que sea viable la red de seguridad social. No existe ese tipo de liderazgo.
–Si hubiera una estructura adecuada para cumplir con su cometido, ¿cómo sería?
–Sería parecida a las de los países nórdicos. Allá son más pequeñas, más homogéneas y, en consecuencia, la red de seguridad social es más fuerte y su malla es mucho más fina, de modo que mucha menos gente se cae a través de su entramado. Hay mucha menos desigualdad estructural. Hay mucha más transparencia y confianza en el gobierno y las instituciones. Hay mucha más paridad de género. No vamos a negar que tienen un verdadero problema con la entrada de refugiados porque cuando una sociedad es homogénea cultural y étnicamente los refugiados son vistos como una intrusión.
–¿No hay modelos en países más grandes y más heterogéneos?
–Algunos distritos dentro de Estados Unidos están comenzando a hacer esto bien, pero es muy desparejo. Podríamos, por ejemplo, decir que Pittsburgh se está revitalizando.
–¿Estamos hablando de una vuelta a las ciudades-estado como punto focal del gobierno?
–No estoy seguro. Y la razón por la que no estoy seguro es la segunda gran historia imperceptible: un cambio en las estructuras del gobierno relacionadas con la tecnología. Veinticinco años atrás, Internet era un medio que permitía que todos los individuos pudieran obtener información y que todos pudieran acceder en el más absoluto anonimato. Así la pensábamos y así era. Hoy es exactamente lo opuesto. A la neutralidad de la red le están dando una paliza. No hay igualdad de acceso y no hay anonimato. Las instituciones saben exactamente qué tipo de persona es cada uno de nosotros, dónde estuvimos y qué vamos a hacer. Poseen (incluso los gobiernos) “big data” que les genera mucho poder. Si no fuera por el cambio tecnológico hacia niveles cada vez más altos de control social, tal vez podríamos avanzar hacia un mundo de ciudades-estado y descentralización. Pero es muy posible, por la tecnología, que el modelo chino –usar más vigilancia y más tecnología para guiar la conducta del ciudadano– sea mucho más sólido de lo que pensamos. No va a requerir reforma política porque la tecnología va a dar al estado mucho más poder para segregar y fragmentar y quitar derechos a ciertas partes de la población. En Occidente, la misma tecnología podría ser usada por las grandes corporaciones para privar de derechos a los ciudadanos. Y si los ciudadanos son privados de sus derechos, la inequidad estructural se vuelve crónica.
–¿Qué interés podrían tener las grandes corporaciones en apartar a partes de la población? ¿No era que a una empresa le interesa tener una población que sea lo más grande y diversa posible?
–A las empresas les interesa separar a los individuos para poder hacer un marketing segmentado con mensajes que vayan a grupos homogéneos y más pequeños. Los grupos grandes son heterogéneos, pero es muy caro dirigirse a todos juntos. Como empresa, usted quiere maximizar la identidad. Quiere descubrir de qué forma cada persona es un poquito diferente de la otra y quiere tratar a los miembros de los distintos grupos en forma muy diversa porque quiere venderles productos diferentes. Esto es exactamente lo opuesto de lo que quiere hacer una democracia liberal y la antítesis del nacionalismo cívico. Para Facebook, la responsabilidad fiduciaria es asegurar que cada miembro se quede en su página la mayor cantidad de tiempo humanamente posible y procurar que cliquee lo más posible en la plataforma publicitaria. Para hacer eso una compañía tiene que asegurar que los usuarios vean sólo cosas que le gusten, y como a las personas diferentes le gustan cosas diferentes Facebook tiene que segmentarlas en comunidades de gustos similares. Por lo general, cuando uno tiene comunidades segmentadas por afinidades, los miembros suelen ver como problemáticos a los que están en otros grupos. Si las diferencias entre esas facciones son pequeñas, no hay mucho problema. Pero si las coincidencias son pocas y las diferencias muchas, y esos grupos distintos ven contenido muy diferente, ahí sí hay un problema grande.
–Usted dice que a las empresas les va bien cuando le dan a la gente lo que la gente quiere, a costa de la calidad general de vida en la comunidad. Y que esta forma de hacer negocios ha llegado a un punto en el cual se vuelve peligrosa.
–Ya hemos tenido este problema. Antes del año 2000, digamos, cuando las empresas de productos alimenticios no estaban muy atadas a las políticas regulatorias, hacían todo lo posible para que la gente tuviera un acceso prácticamente ilimitado a alimentos azucarados, salados y con altos niveles de grasas, todo por poco precio. Eso condujo en forma directa a una crisis de obesidad. Eso era lo que a la gente “le gustaba”. Las empresas sabían que darles esas cosas era estratégicamente malo para ellas, al menos en el largo plazo, porque al final la gente iba a buscar dietas más sanas. Pero hacer el cambio les llevó mucho tiempo. Cuando ese momento llegó trataron de ofrecer alimentos más nutritivos; claro, no se vendían tan bien. Es responsabilidad fiduciaria de las empresas invertir allí donde pueden hacer dinero en el corto plazo. Ahora usted tiene empresas nuevas que hacen lo mismo, pero con informaciòn y en las redes sociales. La comida chatarra creó obesidad. ¿Qué cree usted que van a terminar haciendo con nuestras capacidades cognitivas esas empresas que intentan darnos información?
–¿Qué consejos estratégicos se les puede dar a los líderes de esas compañías? Se les dice “Sigan así hasta que la sociedad colapse a su alrededor? ¿O hay otra forma de encararlo?
–Hay tres componentes en cualquier solución viable. El primero es generar más conciencia en la gente que maneja estos sistemas. Son individuos con buenas intenciones a cargo de sistemas que han crecido tanto que se les han ido de las manos. La institución de las redes sociales como fenómeno global no tiene ni diez años y la gente que la creó fue creciendo con ella. Segundo, los gobiernos deben entrometerse mucho más, deben ser árbitros imparciales. No se puede permitir que estas compañías dominen el entorno regulatorio. Lo que hay que tener es un organismo regulador en el espacio tecnológico como lo hay para las empresas de alimentos y para las tabacaleras. Es mucho más difícil, porque los gobiernos tienen que correr para entender este campo. No son muy sofisticados y tampoco tienen abogados con suficiente experiencia. El desafío es mayor. Tercero, a medida que crece la inequidad estructural, vamos a necesitar actores no-estatales: ONG, filántropos, tal vez CEO o directores actuando en forma independiente –para crear modelos de redes sociales que no estén orientadas hacia el mercado. Podrán ser ineficientes, pero igualmente harán lo suyo. Si usted me pregunta si hay una solución fácil de ahora en adelante, la respuesta es no. Cualquier cosa grande y problemática es difícil de arreglar. Es como preguntar sobre el cambio climático. Identificar el problema siempre es el primer paso y hacer que la gente lo vea no como un tema discutible sino como un problema concreto.
–Lo que estas dos tendencias tienen en común es una falta de modelos de gobierno que estén a la altura de la complejidad de la situación. Cuando falta ese nivel de comprensión, cualquier institución que intente convencer al público que es competente va a fracasar. Y nosotros, el público, nos hemos malacostumbrado, lo queremos todo de las instituciones. Por ejemplo, en el ámbito de la regulación, queremos un modelo que nos contente a todos: consumidores, productores y reguladores del gobierno. Debe ser fácil de pagar, no debe ser difícil de cumplir pero debería inducir suavemente a las compañías a hacer lo correcto. Debe impedir que se introduzcan toxinas en el medio ambiente, por ejemplo, e impedir los monopolios, pero de una forma mínimamente dolorosa para las compañías involucradas. En el ámbito social, debería ser absolutamente conveniente y absolutamente protectora de la privacidad. ¿Quién tiene un modelo así? ¿Dónde existe ese modelo? ¿Quién decide en algo como una red social?¿Dónde está la persona que tiene el conocimiento para saber lo que Facebook debería hacer?
–Y la gente que llegara a tener esa respuesta, sea en el lado del gobierno o de la tecnología, sería un grupo muy homogéneo y auto elegido. Obviamente reflejan una perspectiva del mundo muy meritocrática, libertaria, tremendamente machista y adinerada. Aunque lo hagan bien, sería bueno sólo para un conjunto de perspectivas y filtros muy estrechos. Y es poco probable que lo hagan bien.
–Entonces ¿la idea de una solución en la que genuinamente todos ganen resulta ser filosóficamente imposible?
–Creo que hay muchos tipos de soluciones win-win, pero en este entorno suelen ser muy pequeñas. No son soluciones estructurales grandes ni muy interesantes. Podemos identificar un pequeño distrito en una determinada geografía, con un problema concreto y atender ese problema. Una realidad sobre las relaciones internacionales es que uno siempre puede confiar en que alguien termine dándose cuenta de dónde están sus propios intereses. Por más equivocada que esté una persona, cuando se le pregunta algo que realmente le importa, de pronto se vuelve racional. Y cuando las instituciones se descomponen, la forma de lograr soluciones es enfocándose en algunos de esos intereses, aquellos que más importan. Podemos ser justos, directos y productivos en un problema específico que afecta a unos pocos individuos, empresas u ONG. Allí es donde vamos a comenzar a ver soluciones. Y algunas de ellas al final se van a poder llevar a la gran escala.