Las metas éticas y de sustentabilidad necesitan una brújula única y clara para evitar los malos resultados.
El movimiento ESG, que mide los efectos que tienen sobre el planeta las buenas prácticas ambientales, sociales y de administración empresarial, se propone pasar de la maximización financiera de los accionistas a la optimización múltiple de los stakeholders, o sea, de la sociedad, de la comunidad y de los empleados de la organización.
Es un movimiento que surgió cuando empresas e inversores advirtieron que si no prestaban atención a las “externalidades” –o sea el daño que provocan en el medio ambiente, o el impacto de su accionar en la comunidad, o todo lo que ocurre a lo largo de su cadena de suministro, o lo que ocurre con problemas sociales como diversidad o desigualdad– todos esos problemas, hoy, se vuelven contra ellas.
Una inversión ESG busca que la empresa perdure y triunfe en el largo plazo. Pero si la estrategia se encara en forma deciente, además de no lograr las metas de sustentabilidad, puede estropear todo y decepcionar a los mismos grupos que pretende ayudar. En realidad, la agenda ESG debería ser abordada con determinación. Pero por una serie de motivos, los resultados obtenidos pueden no ser buenos. La agenda pone a las empresas a la defensiva.
A muchas organizaciones les preocupa no poder cumplir con las demandas de los activistas ambientales y de justicia social. Eso las vuelve reacias a invertir e innovar. Sin embargo, la innovación es la herramienta más importante para hacer frente a muchos de los desafíos del cambio climático, la inequidad y la discordia social.
Las inversiones ESG –en el orden de los US$ 45 billones– están plagadas de inconsistencias y de mediciones poco claras. Inversores y lobistas usan diferentes metas y estándares de evaluación y priorizan distintos temas, como las emisiones de C02 o la diversidad.
ESG no está exenta de costos y la mejor expectativa de éxito a largo plazo está en la capacidad de los empresarios para mantenerse en sintonía con su impacto y sus consecuencias no buscadas. Por ejemplo, si bien el argumento a favor de la diversidad es incontrovertible, los esfuerzos que se hagan por la inclusión deberían tener en cuenta las posibles víctimas de la discriminación positiva.
Además, a pesar de que los defensores de ESG marcan una clara dirección para el manejo de las organizaciones, estas tienen que mantener sus operaciones y su valor mientras manejan los activos y el personal en un mundo donde los valores culturales y éticos distan mucho de ser universales.
Si bien el foco en la ética es absolutamente loable, temas como derechos humanos, preocupaciones ambientales, paridad racial y de género, privacidad de los datos y derechos del trabajador también suman estrés a las compañías globales. A veces muchos se preguntan si los que abogan por ESG se dan cuenta de que su enfoque adopta el estrecho punto de vista occidental y la perspectiva económica de los países ricos.
Para ser verdaderamente sustentable, ESG exige soluciones globales a problemas globales. Las propuestas deben ser escalables, exportables y digeribles para países emergentes como India y China. De lo contrario ningún esfuerzo moverá el amperímetro. Los líderes empresariales son conscientes de la necesidad de poner más foco en ESG. Después de todo, ante la presión por lograr una solución a la pandemia global, se produjeron vacunas en meses en lugar de 10 años.