<p>Para aquellos que conocen el mito fundador de Silicon Valley –y estén interesados en Research & Development- ninguna empresa resume mejor la innovación que caracteriza al sector como Xerox PARC. ¿No fueron ellos, acaso, a quienes Steve Jobs engatusó para obtener el famoso “mouse”? Pero hay otro grupo de científicos que hicieron posibles muchos avances en materia de tecnología y que han quedado relegados en la historia: los chicos de Bell Labs de AT&T.</p><p>En su libro “The Idea Factory” (“La fábrica de ideas”), el estadounidense Jon Gertner se dedica a refrescar la memoria de quienes olvidaron el impacto que tuvieron los científicos de Bell Labs. Dice que ese grupo fue el tesoro mejor guardado de la industria porque no solo lograron productos realmente creativos sino que avanzaron mucho en términos de innovación en las artes y las ciencias. Sin los transistores y semiconductores inventados en AT&T tal vez no existiría Silicon Valley. Productos como los celulares inteligentes, la fibra óptica, la comunicación satelital y la tecnología láser les deben mucho.</p><p>Pero el enfoque de Gertner es original: no se concentra en las invenciones sino en las personas. Así cuenta la fascinante historia de cómo Bell Labs ayudó a construir los primeros tubos catódicos. Aunque muchos de los protagonistas son conocidos – William Shockley por haber inventado el transistor, Claude Shannon por ser el padre de la teoría de la información- algunos otros no lo son tanto. Mervin Kelly, John Baker y John Pierce pueden no ser recordados pero fueron tan importantes en su momento –y en la historia- como los héroes 2.0 de nuestros días. Aunque Gertner no pudo entrevistarse con ellos por llevar muertos un par de años, sí se valió de relatos orales de quiénes los conocieron y documentos de la época.</p><p> </p>
<p>El libro, en realidad, trata más de management que de tecnología: hace hincapié en cómo en Bell Labs se le daba a los científicos libertad para pensar y experimentar; no se los ponía en una línea de ensamblaje como si fuesen operadores de modelos T. Fueron parte de su época conviviendo con ella todos los días. Es esa cultura corporativa y colaborativa la que, según Gertner, los hizo grandes.</p>
<p>No había egoísmos entre sus paredes. Cuando la empresa contrataba a un nuevo empleado le entregaba un billete de un dólar que servía como pago por las futuras invenciones que se llevaran a cabo en el lugar. Era un acto simbólico: significaba que uno era parte de un todo; que por más genios que fueran en forma individual, juntos eran más fuertes.</p>
<p>El autor se enamora rápido de estos héroes de antaño que con diagramas, tuercas e ingenio, lograron darle forma al siglo 20. Se da cuenta, también, que Bell Labs nació como cosmética del monopolio que en ese momento ostentaba AT&T: los sueldos de los genios eran pagados por un monopolio que quería, a cualquier costo, evitar la regulación del sector.</p>
<p>A pesar de que se dice poco sobre algunas invenciones clave –como Unix, el sistema operativo que mejor le compite a Windows- Gertner escribió un buen libro, informativo, que hecha luz sobre la importancia de un grupo de hombres que, juntos, lograron un legado de innovación y estilo. Lo mejor es que no esconde su decadencia. Al final Xerox PARC y Bell Labs tienen en común más que haber sido un grupo de científicos buscando mejorar el mundo: ambas también tuvieron problemas para comercializar sus productos. En el caso de Bell Labs se trató, nada más ni nada menos, del teléfono con cámara, el PicturePhone. </p>