La lucha contra las noticias falsas y los mensajes de odio se intensifica en todo el mundo. Facebook y Google, los dueños de las mayores plataformas de contenidos generados por los usuarios, están siendo obligados a adaptarse a la nueva realidad. Durante años se escudaron detrás de amplias inmunidades que los eximían de responsabilidad sobre los contenidos siempre que los retiraran en cuanto de les notificara.
Pero ahora el cambio es profundo. Bob Iger, CEO de Walt Disney, acaba de decir en una entrevista: “A Hitler le habrían encantado las redes sociales. Son la herramienta de marketing más poderosa que podría tener un extremista” .
En cierta medida, sorprende que a este criterio no se haya llegado antes. Un ejecutivo del propio Google dijo esto sobre el éxito de la compañía para esquivar regulaciones de contenido en los países: “Pensábamos que tendríamos diez años, pero resultó que fueron 20”.
Llevó mucho más tiempo porque el dominio que tuvieron Facebook y Google sobre tantos mercados nacionales les permitió fijar normas internacionales que muchos gobiernos dudaron en cuestionar.
Dos cosas se combinaron para cambiar esto: la furia que generó la difusión por streaming de la masacre de Christchurch en Australia y el suicidio de la adolescente inglesa Molly Russell, cuyo padre acusó a Instagram de tener parte de la responsabilidad: su hija miraba constantemente allí imágenes de autolesiones.
Los contenidos terroristas y otras formas de lenguaje del odio junto con el peligro que todo eso implica para los niños son los temas que llevaron a los gobiernos a tomar medidas.